Javier Orcajada del Castillo

¿El criminal nunca gana?

Este era el título de una serie televisiva que constituye la última esperanza para los inocentes. Aunque es más un deseo que la realidad, a juzgar por el panorama que ofrece la justicia en este país de pícaros. Porque a la vista de defraudadores, corruptos o los políticos que nos gobiernan, tal afirmación podría considerarse un sarcasmo que ofende la sensibilidad de la ciudadanía. Desde el sainete que supuso el proceso de la Transición hasta el actual panorama en el que se halla empantanado el país, es una secuencia ininterrumpida de engaños y fantasías con las que los políticos han mantenido al pueblo en Babia sin que nadie pida disculpas y menos, que se se les juzgue y exijan responsabilidades. Sería prolijo detallar los casos múltiples de enriquecimiento ilegal, de juicios amañados en los que los poderosos logran dilatar las sentencias y cuando se publican son tan benévolas que hasta divierten a la ciudadanía. Todo el sistema judicial, económico, policial y educativo se ha convertido en un pozo pestilente que ha sumido a la población en un escepticismo que ha desvertebrado el país, mientras los golfos saltan del barco al grito «sálvese quien pueda». Argumentan los que se han aprovechado del desorden intencionadamente provocado y que se han apropiado de las instituciones, que crecemos más que los demás, creamos más empleo que todos los demás países de la UE. Los más cínicos afirman que la justicia se va imponiendo, pues tarde o temprano los que se han enriquecido con fondos públicos van apareciendo ante los jueces y pagan por sus delitos. Es un punto de vista que puede defenderse si se compara con lo que acontecía en el franquismo, a pesar del intencionadamente lento proceso que imprimen los jueces y que a veces sentencian in articulum mortis. Incluso se homenajea a banqueros, militares golpistas, periodistas devenidos súbitamente en demócratas. Cierto que los Bárcenas, Rato, Aguirre, Urdangarin, Monarquía y los implicados en Gürtel, Nóos y todos estos casos grotescos tan mal urdidos, pensaban que «todo está atado y bien atado», deberán soportar la ignominia de visitar la cárcel. Eso siempre será terapéutico, aunque los realmente protagonistas continúan impertérritos y sin miedo a tener que aparecer ante los jueces convenientemente domados. Perry Mason nos engañaba en sus juicios tan ejemplarizantes.

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