Javier Orcajada Del Castillo

La prepotencia de la banca española

Al margen de los privilegios de que gozan por parte de las instituciones públicas que, sumisas, les apoyan con fondos públicos para solucionar sus estafas e irresponsabilidades, con la amenaza de declararse insolventes y provocar el caos general. Además, el trato con la ciudadanía es indignante, pues se sirven de triquiñuelas para aprovecharse hasta el límite de la indefensión en la que les colocan. Han elevado las comisiones de forma abusiva para compensar los tipos de interés reducidos que ya no les son rentables. Han inventado las preferentes que es una estafa y que ni el Banco de España ni el gobierno se han atrevido a obligarles devolver, además de sentencias de tribunales internacionales declarando que es ilegal la forma de cumplir las normas de capitalización de fondos propios según exigencias de organismos financieros de control internacionales.

Las instituciones se ponen de perfil y no saben/no contestan, con el perjuicio que ha supuesto para ahorradores humildes el haberles engañado al no poder ser recuperados sus depósitos a pesar de sus promesas. Su imagen externa es de prepotencia y desprecio ante quienes se ven imposibilitados para devolver sus préstamos porque han perdido su trabajo.

La banca ni se inmuta, con la connivencia y la frialdad de la judicatura que ordena la ejecución de los desahucios a familias con hijos que tienen que ocupar edificios en ruinas, cajeros automáticos o lisa y llanamente a la intemperie, siempre hostigados por las fuerzas `policiales que se “limitan a cumplir órdenes” La manera de evitar el rechazo popular es dedicar cantidades siderales en publicidad compulsiva incitando al consumo superfluo u ofreciendo préstamos en condiciones celestiales que realmente son imposibles de obtener dadas las garantías que exigen.

Promocionan equipos deportivos de élite, escuderías de autos de competición y eventos llenos de glamour para popularizar divos de la canción o estrellas de cine, aunque toda esa parafernalia de engaños provoca antipatía y rabia a la población, aunque consiguen entusiasmar a gente con escasa autoestima que se deslumbra ante imágenes idílicas, pero irreales que los equipos de publicidad de los bancos difunden.

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