Causas comunes, motivaciones particulares y desidia política

Como en todos los fenómenos que se dan en nuestras sociedades, las condiciones en las que se exilian los jóvenes dependen profundamente de la clase social a la que pertenezcan. No es lo mismo quienes se exilian tentados por ofertas de trabajo o formación para élites que quienes se marchan empujados por no poder acceder ni a trabajos dignos ni a una mínima independencia personal.

Sin conocer las motivaciones que empujan a la juventud vasca a emigrar fuera de Euskal Herria es difícil hacer un perfil claro y valorar el sentido de este movimiento demográfico. Junto con este pequeño éxodo generacional habría que saber cuántos vuelven, en qué condiciones lo hacen, qué han ganado en ese itinerario, cómo aportan desde allí o al regresar a tierras vascas.

No obstante, las estadísticas que hoy publica GARA muestran claramente que hay una relación directa entre esta tendencia y la crisis económica. En los últimos tiempos algo más de 6.000 jóvenes abandonan cada año los territorios de Hego Euskal Herria para ir al extranjero y en un solo año el número de personas nacidas aquí que están inscritas en los consulados del mundo ha crecido en un 3,45%. Son datos significativos.

Más allá de discursos prefijados, prejuiciosos o buenistas, este tema no es parte del debate público. Sin embargo, supone un reto de gran magnitud de cara al futuro de nuestro país. Urge reflexionar al respecto.

Una visión positiva, que no naif
En su versión «culta», por decirlo de algún modo, la experiencia de residir en el extranjero es claramente positiva y enriquecedora. Ir a estudiar o trabajar fuera, lejos de las fronteras mentales y socioculturales propias, puede abrir tu mente, exponerte a otras realidades, acercarte a otros valores o ayudarte a detectar tendencias. En este sentido, salir al extranjero puede ser un paso más en el proceso de emancipación de una persona.

Comunitariamente, la formación que una persona reciba en el extranjero –sea esta formal o informal– y la experiencia acumulada pueden tener un retorno social relevante para una sociedad como la vasca. La educación del talento, el conocimiento adquirido, otras formas de hacer las cosas o la capacidad para contemplar otras dimensiones ofrecen perspectivas de las que nuestro sistema está muy necesitado. En todos los terrenos, desde la empresa hasta la cultura. La «manera española» de hacer las cosas es limitada y defectuosa para muchos de los retos que tiene nuestra sociedad.

Una realidad mucho menos edulcorada
En su versión «perentoria», ligada a la falta de oportunidades, expectativas o directamente a la exclusión, el exilio por razones económicas de las nuevas generaciones supone una experiencia personalmente desoladora y socialmente empobrecedora.

Evidentemente esto no quiere decir que no pueda ser particularmente enriquecedora para las personas que lo padecen, sino que no responde a su voluntad, que es forzado, que no es considerado ni apoyado por las instituciones vascas y que depende enteramente de su esfuerzo –en muchos casos también del de sus familias–, así como de grandes dosis de azar.  

Es cierto que, siguiendo tanto tradiciones vascas como dinámicas intrínsecas a la diáspora, existen redes de ayuda para los y las vascas desplazadas, creadas por las personas que antes que estas decidieron salir afuera. Esa asistencia resulta crucial. Entre otras cosas, porque facilita el acceso a servicios sociales, en algunos casos a ayudas, becas o directamente a trabajos a los que estas personas no tienen acceso en Euskal Herria. También es cierto que esa falta de perspectivas y una vivencia del trabajo alienante se puede reproducir en el extranjero, que esto alienta el parasitismo, que cambia el contexto cultural pero el sistema socioeconómico puede ser igualmente explotador.

La falta de políticas públicas proactivas en este terreno resulta desoladora. Ni siquiera hay un registro, unos perfiles, una orientación, una política de destinos o alianzas, de prioridades, por ejemplo, teniendo en cuenta las necesidades que existen en nuestro sistema sociolaboral y formativo. Existen algunas iniciativas dedicadas al retorno del talento, pero responden a criterios de excelencia, en ningún caso a quienes se marchan por necesidad. Hay un riesgo de descapitalización que habría que frenar. Un primer paso debería ser conocer mejor esta realidad, no ocultarla.

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