Compromisos y políticas para rescatar personas

El campamento de Idomeni, en Grecia, donde más de 8.000 refugiados de todas las edades subsistían en atroces condiciones desde que en febrero se cerrara la frontera con Macedonia, está siendo desalojado. La policía griega procedió ayer a vaciar el lodazal en el que se había convertido la zona para trasladar a los refugiados a alguno de los nuevos centros oficiales habilitados en el norte del país. Ciertamente, los últimos meses han dejado imágenes devastadoras en el campamento griego, con cientos de hombres, mujeres y niños hacinados y desamparados soportando duras condiciones meteorológicas y de salubridad. El infierno del que huyen en sus países de origen, asolados por guerras y miseria, así como la lamentable situación en la que han logrado sobrevivir en Idomeni, hacen que muchos de estos refugiados vean con alivio el traslado a centros oficiales. Otros han perdido ya cualquier atisbo de confianza ante una Europa que no ha estado a la altura de la situación.

Los obstáculos impuestos por los países europeos no han servido para que cientos de personas, víctimas de amenazas mucho peores en sus países, sigan buscando refugio en Europa. Ayer mismo los guardacostas libios interceptaron a unos 550 inmigrantes del África subsahariana que pretendían cruzar el Mediterráneo. Situaciones que se repiten cada día y que contrastan con la buena voluntad predicada por las autoridades europeas. Pero las palabras no casan con los hechos, y queda en evidencia ante el hecho de que la cifra de refugiados acogidos sigue estando a años luz de lo comprometido. Otra señal de la hipocresía de una Unión Europea que prioriza el capital, como demuestra el hecho de que los fondos destinados al rescate de Grecia hayan ido a parar al pago de la deuda y no a subsanar la situación del país. Una Europa donde, por lógica deriva, los derechos humanos aparecen hoy bajo la amenazante sombra del auge de la ultraderecha. Demasiados signos que claman por un cambio en profundidad.

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