La obstinación muestra otras preocupaciones

Como acostumbran las instituciones europeas, en la madrugada de ayer, tras una larguísima reunión entre el Eurogrupo, el FMI y Grecia, se anunció el desbloqueo de un nuevo paquete financiero. Se liberará en varios plazos de manera que el Gobierno heleno pueda cumplir sus próximos compromisos con los acreedores internacionales. Esta vez una pequeña parte del total irá destinada al pago de proveedores locales, una minúscula inyección en la economía.

Los datos que han trascendido sobre la reunión confirman, una vez más, la verdadera naturaleza de estos planes de rescate. Hasta ahora la ayuda financiera a Grecia se ha dedicado íntegramente a devolver deudas y a pagar intereses, así como a capitalizar a los bancos griegos; es decir, ha sido un programa dirigido a rescatar a los acreedores –tanto nacionales como, sobre todo, extranjeros– en el que el Gobierno griego ha desempeñado un papel de simple intermediario. La economía y la población helenas no han recibido ni un solo euro y, a pesar de ello, están soportando los costes íntegros del rescate de los bancos de medio continente. La posición del FMI refuerza la constatación del fracaso. Finalmente decidió continuar en el programa financiero al reconocer los representantes europeos –eso sí, solamente de manera implícita– que la deuda griega es insostenible. No obstante, se reserva la opción de no participar en un tercer programa, toda vez que los políticos europeos siguen sin hablar de quita, limitándose a un alivio en las condiciones que, en cualquier caso, empezaría a ser operativo a partir de 2018 –después de las elecciones alemanas, tal y como insinuó en la rueda de prensa Dijsselbloem–. En la decisión del FMI posiblemente haya pesado también la cercanía del referéndum sobre el Brexit.

La obstinación en mantener una posición contra toda evidencia económica o política no casa con un cálculo electoral. Sin crecimiento y sin inflación la deuda ahoga; tal vez, el problema esté en otros países mediterráneos.

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