La reforma pendiente de la ONU continúa ausente

Hoy comienza la Asamblea General de la ONU en que participan las mayoría de jefes de Estado y de Gobierno del mundo, aunque también habrá notables ausencias, como la de los presidentes de Rusia y China. Será la primera vez que intervenga el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su discurso se espera con interés. Sus comentarios críticos sobre la ONU –la definió como un club de amigos que conversan y se lo pasan bien–, sus reiteradas amenazas de reducir la aportación de EEUU, y su decisión de retirar a su país del acuerdo sobre el cambio climático hacen que las expectativas sean bajas.

Ayer Trump aprovechó una reunión con representantes de 120 estados en la que también participó el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, para apoyar las reformas impulsadas por este y cuyo objetivo se define como mejorar el funcionamiento de la organización internacional haciéndola más ágil, flexible y eficiente. Trump firmó una declaración de diez puntos entre los que destaca que impulsará cambios destinados a reducir burocracia, duplicidades y solapamientos de órganos y agencias.

Con todo, el funcionamiento no es el problema más grave de la ONU. Surgida de un acuerdo entre los vencedores de la II Guerra Mundial, apenas ha cambiado en estos 72 años. El mundo, sin embargo, se ha transformado profundamente: el número de países no deja de crecer, nuevas potencias regionales reclaman un mayor protagonismo en un mundo multipolar y la globalización ha modificado completamente las relaciones entre las naciones. Su falta de adecuación a las nuevas realidades se refleja en sus cada vez más numerosos fracasos y en su escasa capacidad de influir positivamente en los acontecimientos. La adaptación de la ONU al mundo actual es la reforma política que urge, pero no parece que esté en la agenda de sus miembros, y menos en la del presidente que ha abandonado el Acuerdo de Paris sobre el cambio climático.

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