Realidades, encuestas y «slow food

El «Navarrómetro» ha demostrado varias cosas, entre ellas que el tópico de que algunos navarros pueden ser muy «burros» tiene algo de verdad. Quienes han publicado esa encuesta al menos lo han sido. La ansia de cambio político en Nafarroa, el deseo social de terminar con este régimen corrupto, clientelar y antidemocrático está muy expandido y las opciones de cambio son más reales y más profundas que nunca. No hace falta ninguna encuesta para constatar este hecho, pero esa realidad aparece claramente en las preguntas y respuestas de ese estudio sociológico. No obstante, en sus predicciones, la encuesta sobre la realidad navarra refleja un escenario revolucionario, un cambio radical que se plasmaría en una clara victoria de Podemos, el éxito rotundo de EH Bildu y el derrumbe de UPN, entre otros muchos datos.

Todo eso puede ocurrir, en una u otra medida, en mayo del año que viene. De hecho, ya está ocurriendo en las calles. Pero el sentido común, la experiencia histórica y una lectura más sosegada, indican que no necesariamente en las dimensiones que apunta esta encuesta, salvaje o cruda, según se mire. Como en toda trama política, hay que preguntarse a quién benefician estos resultados –que lo son de una encuesta, no de unas elecciones–.  

Las encuestas tienen dos vertientes, una descriptiva y otra, tanto o más importante, prescriptiva. En ese primer sentido de reflejar la realidad, una encuesta bien realizada muestra tendencias, detecta fortalezas y debilidades, segmenta las voluntades de los encuestados que, si han sido elegidos correctamente y cuestionados de manera rigurosa y profesional, ofrecen una fotografía no nítida pero sí esclarecedora de la realidad social. En el segundo sentido, en su faceta prescriptiva, los sondeos pretenden apuntalar situaciones o forzar escenarios, despertar conciencias o alterar percepciones, basándose en sentimientos tan humanos como el miedo, el deseo, la ilusión o la frustración. Si bien la sociología es denominada ciencia «blanda», como arma de la política resulta muy dura.

A menudo se suele acusar a las empresas demoscópicas de alterar los resultados según los intereses de quienes las contratan, subrayando unos u otros resultados en base a ese método que se conoce popularmente como «cocina». A primera vista, parece que el «Navarrómetro» ha optado por ofrecer su menú sociológico crudo, aplicando la regla de tres a la intención de voto directo sin ningún tipo de elemento corrector, sin tener en consideración ni la Ley D’Hont ni siquiera el umbral legal del 5% necesario para lograr entrar en la cámara. El objetivo de dicha cocción fría podría ser tanto generar expectativas falsas en unos sectores, como alimentar en otras el tan recurrente miedo al «que vienen los vascos… y los rojos». Faltan unos cuantos meses para mayo y, de confiarse, ese cambio bien podrían pudrirse, recalentarse o, sencillamente, cambiar de plato. Nadie tiene los votos en propiedad, pero menos aún las intenciones de voto.

Esta encuesta deberá tener efectos políticos. Podemos tiene ya un primer mandato, que no es otro que presentarse en Nafarroa a las elecciones de mayo. Y deberá hacerlo con un programa de cambio de régimen, aunque esto dependa antes de nada de los resultados reales. El resto de fuerzas que promueven el cambio, aun sin terminar de creerse estos resultados, deben tener muy en cuenta el resto de datos. Y acertar, que no es fácil.

La realidad también es tozuda como un burro

Uno de los elementos centrales del régimen navarro, también del Estado español en su conjunto, es la negación de la realidad. Una realidad que en Nafarroa, en concreto, es mucho más rica y plural que la que definen ellos. Su obsesión empobrece a la mayoría para enriquecer a unos pocos.

Precisamente por todo ello, el principio de realidad debe guiar la agenda política de quienes buscan un cambio. Eso no quiere decir renunciar a los objetivos últimos, a las utopías, que deben ejercer permanentemente de guía. Pero lejos de un idealismo contrario a la realidad. Y a las matemáticas. Este camino va a ser largo. Este cambio dependerá en gran medida de que esas fuerzas sean capaces de hablarles y presentarles un proyecto ilusionante no solo a aquellas personas que están, hoy por hoy, discriminadas o negadas, sino también a aquellas que están desencantadas, que han sido privilegiadas durante años y que ahora están padeciendo los rigores de un sistema injusto y corrupto.

La encuesta que hoy publica GARA sobre las elecciones forales y municipales en Gipuzkoa muestra un escenario también abierto, dependiente de alianzas y pactos, pero sobre todo de resultados y decisiones. EH Bildu, tras casi cuatro años en el Gobierno, muestra una gran fortaleza, pero también retos. Pese a la política de acoso y derribo del establishment anterior, han cumplido gran parte de su programa; han establecido una nueva forma de hacer política, y una gran parte de la sociedad lo valora. No hay empate técnico con el PNV, ni mucho menos. Podemos irrumpiría con fuerza, mientras el unionismo tradicional sigue en decadencia. La alternancia del PNV solo vendría de su acuerdo con el PSE y la aquiescencia del PP. Casi nada.

La realidad de Gipuzkoa también es plural y los cambios no se dan en un solo día. Para ser estructurales, profundos, esos cambios han de ser firmes y compartidos, cocinados a fuego lento. La experiencia de EH Bildu en el poder muestra tanto la fuerza de las estructuras de poder tradicionales, como la capacidad de cambiar esas estructuras en favor de la gente, de las personas, de la sociedad. Se puede, y las encuestas lo reflejan. Pero, sobre todo, deben servir para afinar, modular ilusiones, adecuar políticas y construir un proyecto incluyente y democrático que suponga una revolución democrática.

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