Sucesos que son algo más e inercias que no dan más de sí

Bajo el genérico epígrafe de «sucesos» caen todo tipo de fatalidades humanas, desde incendios hasta la crónica negra. Con un aura de inevitabilidad, se relata la perdida de vidas humanas o el desastre natural, se pone en contexto lo ocurrido y, en el mejor de los casos, se analizan algunas de las causas de la tragedia. En la mayoría de casos lo sucedido resultaba ser más previsible de lo planteado en un principio. Las responsabilidades, sin embargo, tienden a diluirse o se desvían al terreno puramente penal, que tardará años en despejarse.

La complejidad no está de moda en el debate público, más allá de los lemas aprendidos y utilizados a modo introductorio en los discursos. Pero es un rasgo definitorio del momento, y convendría atenderla sin prejuicios para buscar causas y soluciones a los problemas que provoca el sistema capitalista, que sigue en crisis. Los escenarios que pueden venir requieren de respuestas eficaces. La demagogia no da más de sí.

Algo más que fuego

Sucesos como los incendios que estos días relatamos contienen elementos de análisis que la idea del fatalismo no debería anular. El incendio de la torre Grenfell en Londres, que dejó 79 muertos, el de Pedrógão Grande en Portugal, donde han muerto 64 personas, o el de hace pocas semanas en Zorrotza, donde murió una familia –por poner solo ejemplos recientes pero con dimensiones y contextos radicalmente distintos–, se dan en realidades diferentes, con resultados inconmensurables, con causas distintas, con responsabilidades particulares. Tienen en común un fuego indómito y letal, en principio poco más.

Incluso en el terrenos de las políticas públicas y los valores que les afectan, en Londres el incendio y sus consecuencias tienen relación con la política de vivienda y la avaricia de los constructores, en Portugal con las políticas medioambientales y el rentismo, en Bilbo con el desarrollo urbanístico y la desigualdad. Por ejemplo, en Londres y en Bilbo hay un factor de clase social entre los fallecidos, mientras que en Pedrógão Grande el fuego arrasa sin mirar quién ha quedado atrapado.

En Gran Bretaña el escándalo crece azuzado por el contexto postelectoral y la crisis de los tories. En Portugal el debate pivota entre los recortes provocados por la austeridad –un terreno que concuerda con el relato del actual Gobierno apoyado por la izquierda–, y el modelo de ordenación del territorio. Mientras, en Bilbo, el debate dura menos que los rescoldos como consecuencia de la hipernormalidad inducida y que la tragedia ocurre en unos incómodos margenes que la sociedad vasca prefiere no ver. En Londres prima la gestión de esa realidad oculta, con la evacuación de otras casas en situación parecida y sin cesar por ello el debate sobre la responsabilidad política. En Portugal se impulsan cambios urgentes en las leyes forestales y se estudia cómo transformar un modelo insostenible y peligroso. En Bilbo funciona la asistencia y los planes urbanísticos siguen su curso.

Que prenda un fuego es sin duda fatal, pero sus consecuencias dependen de muchos factores, la mayoría de ellos humanos y políticos. Esto sirve para casi todo lo que denominamos sucesos. Afrontarlos con toda su crudeza da la opción de cambiar políticas erróneas, consensuar prioridades y estrategias, mejorar como sociedad.

Responsabilidad y debate público

Existe en nuestra clase política una peligrosa tendencia a la irresponsabilidad, no menos irresponsable por compungida que se muestre ante las tragedias. Entre la culpa religiosa y el castigo penal sobrevive, aunque en nuestra cultura política resulte exótico, el terreno de la responsabilidad. Mientras tanto, en la oposición al sistema perdura una propensión al reduccionismo simplista, tan aliviador en la confrontación inmediata como necio en lo estratégico. El acierto analítico de poco sirve si no se le acompaña de acierto político.

El relato oficial de vivir en el mejor de los mundos posibles, en el menos malo de los sistemas y en mejor situación que los vecinos puede acabar convirtiéndose en la coartada perfecta para no aprender nada, para no cambiar nada, ni lo evidente. El tremendismo también resulta inhibidor, por irreal. Es evidente que la inercia de la sociedad vasca no basta para afrontar los retos que tiene por delante. Evita debates estratégicos y tiende al conformismo. El escaso nivel de debate hace que, a veces, los sucesos puedan catalizar reflexiones necesarias.

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