Tortura: arrogancia, menosprecio y sarcasmo

El sábado murió el artista Ion Arretxe. Fue detenido junto con Mikel Zabalza en 1985; también fue torturado, aunque sobrevivió y pudo contarlo. Un ejemplo que da cuenta del amplio espectro al que ha afectado la tortura en Euskal Herria. Ha sido el instrumento paradigmático utilizado por el Estado español en la lucha contra la insurgencia vasca, siempre cubierto con un espeso manto de silencio. Esporádicamente alguna denuncia rompía ese curso «normal» y, tras superar multitud de obstáculos, llegaba finalmente a juicio.

Uno de esos pocos juicios se ha desarrollado la semana pasada en la Audiencia de Bizkaia. En él hemos podido oír el estremecedor testimonio de Sandra Barrenetxea. A pesar de su declaración y de las pruebas aportadas por la acusación, el fiscal ha terminado su alegato pidiendo, una vez más, la libre absolución de los acusados. Si pocos son los juicios por torturas, mucho menos son lo que han terminado con una condena firme. En cualquier caso, los condenados posteriormente no solo han sido indultados por el Gobierno, sino que han continuado en sus puestos y han ascendido. De este modo una obscena impunidad cerraba el círculo de la tortura y dejaba claro el respaldo político del Estado. Así, en más de 5.000 casos contrastados.

Sin embargo, el caso que relata hoy GARA va todavía más allá y muestra la arrogancia con la que se conduce el Estado español en relación con los derechos humanos. No solo autoriza el sarcasmo de que un condenado por torturas dé conferencias sobre asistencia a los detenidos, sino que en un ejercicio de desprecio absoluto hacia la comunidad internacional faculta a ese torturador para actuar como interlocutor del Estado ante organismos supranacionales que se dedican, precisamente, a la prevención de la tortura. No conforme con el silencio, la impunidad y el incumplimiento sistemático de las recomendaciones para la prevención de la tortura, el delirio del Estado español le lleva a hacer una ostentación cínica de su menosprecio.

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