Asier Vera
INMIGRANTES EN EUSKAL HERRIA

MUJERES PAQUISTANÍES UNIDAS CONTRA SU AISLAMIENTO

Separadas de su país por 6.700 kilómetros, las paquistaníes que llegan a nuestra tierra pueden pasar varios años sin comunicarse con la población local debido a que no conocen el idioma. Se aíslan, dedicando todo su tiempo a las tareas del hogar. Por ello, una asociación trata de evitar que se queden encerradas en casa.

Los patios de los colegios de Gasteiz bullen de actividad cada vez que suena la campana de salida durante el curso. Niños y niñas de todas las culturas, procedentes de cientos de países, salen corriendo en busca de sus progenitores. Minutos antes de esta explosión de energía, los alrededores de la escuela comienzan a parecerse a una convención de las Naciones Unidas, dado que se van juntando personas de todo el mundo con rasgos bien diferentes, unidas por el mismo destino: buscar una vida mejor a miles de kilómetros de su lugar de nacimiento. Es precisamente la entrada y salida al centro escolar uno de los pocos momentos en los que las mujeres procedentes de Pakistán salen a la calle y se relacionan entre ellas.

Vestidas con el salwar, kameez y dupatta (vestimenta tradicional de las mujeres musulmanas en este país asiático), intercambian algunas palabras en cualquiera de los tres idiomas más hablados de Pakistán (urdu, punjabí o pastún), si bien, en cuanto sus hijos salen corriendo, se dirigen raudas hacia sus casas. Previamente, solo han abandonado sus hogares para hacer la compra, donde apenas han hablado con otras mujeres de su misma nacionalidad. Así día tras día, sin tener la mínima relación con la población local, dado que desconocen el castellano o el euskara, a pesar de que muchas de ellas llevan varios años viviendo en Euskal Herria.

Casadas desde muy jóvenes en matrimonios concertados por sus padres, se encuentran de pronto a miles de kilómetros de su país, sin amigas y sin familiares y viviendo con su marido, quien se pasa la mayor parte del tiempo fuera de la vivienda, ya sea trabajando o rezando en la mezquita.

Mientras que sus parejas aprenden castellano hablándolo con sus compañeros de trabajo, ellas se dedican a hacer las labores del hogar y se van aislando cada vez más. Su vida social se limita únicamente a conversaciones en la puerta de la escuela o en el salón de alguna casa a la que han sido invitadas a merendar por otras mujeres paquistaníes. Aunque esta situación ha comenzado a cambiar gracias a la iniciativa de una joven procedente de la ciudad paquistaní de Mardan y llamada Kalsoom Safi, quien el pasado mes de marzo constituyó la asociación Mujeres Unidas por la Igualdad de Derechos.

Ella sabe bien lo difícil que es llegar a un país sin conocer el idioma, ya que desde 2010 trabaja como intérprete de urdu en los centros cívicos, así como en los juzgados, las comisarías y en las oficinas de atención social del Ayuntamiento de Gasteiz, donde ayuda a sus compatriotas que no hablan castellano. Concretamente, en la capital alavesa residen 1.484 paquistaníes, según el Informe de Población Vitoria-Gasteiz 2015, lo que supone 202 más que el año anterior. Así, los ciudadanos procedentes de este país representan el 6,8 por ciento de los 21.764 extranjeros que residen en la ciudad.

Safi llegó a la capital alavesa en 2008 junto a su marido y su hija de siete meses. Dos semanas más tarde, esta mujer, que estudió contabilidad en Pakistán, tuvo claro que quería aprender castellano para poder tener un futuro. Así que se apuntó a clases de este idioma, que ahora domina y que le permite trabajar de traductora. En 2011 comenzó a colaborar con varias entidades, como la Unidad de Interculturalidad Norabide, gestionada por el Ayuntamiento. Ahí fue donde decidió crear la Plataforma Alavesa Multicultural, que llegó a estar conformada por cien mujeres de Pakistán, Ecuador, Rumanía y Euskal Herria, entre otros países, si bien finalmente continuaron bastantes menos. Fue en ese momento cuando propuso impartir clases de castellano, aunque al final, esa idea no salió adelante, porque ya había academias que ofrecían esta posibilidad. Pero había un problema: las mujeres paquistaníes no querían compartir la misma aula con otros hombres de su país, porque, debido a su cultura, no se iban a sentir cómodas. Por ello, con la ayuda de las entidades Amaru y Norabide, se comenzó a impartir cursos de castellano entre finales de 2013 y 2014 a los que acudieron mujeres de Pakistán, Argelia y Marruecos.

Una excusa para salir de casa. A comienzos de este año, se constituyó la asociación Mujeres Unidas por la Igualdad de Derechos, a través de la cual, y en colaboración con la ONG Mundubat, se ofrecen cada semana en el Centro Cívico Iparralde dos días de clases de castellano, con una duración de dos horas. Safi reconoce que estos cursos, que imparte junto a la boliviana Lucía Loayza, son una excusa para que los maridos de estas mujeres «las dejen salir de casa y puedan vivir una vida normal, como la gente de aquí», teniendo en cuenta que cerca del 80 por ciento de las paquistaníes que residen en Gasteiz viven “aisladas” en sus casas sin apenas comunicarse con nadie.

De momento, ya ha conseguido que 25 mujeres se animen. Una de ellas es Azra Khanum, procedente de Lahore y madre de dos hijos de 3 y 7 años. Lleva tres años en la ciudad y lo que busca es «poder relacionarme con la gente y, después, buscar un trabajo. Cuando mis hijos comenzaron la escuela, vi la necesidad de aprender el idioma para poder hablar con los profesores», señala. Precisamente, Safi revela que ésta es la razón que arguyen las paquistaníes para convencer a sus maridos de que las dejen aprender castellano, algo a lo que, al principio, se suelen negar. Sin embargo, la situación de crisis ha abocado a muchos extranjeros al paro, por lo que las mujeres también tratan de explicar a sus parejas que si logran dominar uno de los idiomas que se hablan en esta tierra, podrán buscar un empleo, lo que ahora resulta imposible.

Otra de las estudiantes, Umay Ammara, nacida en Faisalabad hace 31 años, llegó hace cuatro a Euskal Herria. «Cuando no sabía nada del idioma, no podía comprar nada, ni conocer a gente, por lo que me sentía sola –explica–. Me daba rabia no poder comunicarme», admite esta mujer, madre de una niña de dos años, al tiempo que sostiene que no quería hacer como muchas de sus compatriotas, que «se quedan en casa con sus hijos mientras que sus maridos trabajan». Ammara trabajaba de profesora en su país, por lo que su sueño es crear una guardería para ayudar a otras paquistaníes.

La última en sumarse a las clases hace tres semanas ha sido Khadija Ahsan, una joven de 26 años, madre de un niño de un año y que, a pesar de llevar desde 2012 en Gasteiz, apenas intercambia unas pocas palabras en castellano. Su atención es máxima cuando la profesora la saca a la pizarra. Hoy apenas hay cuatro paquistaníes en el aula, debido a que el resto de alumnas, con edades comprendidas entre los 25 y 40 años, viven lejos y, para no cansarse, se han quedado en sus viviendas con motivo del Ramadán. «Se trata de algo más que una clase, ya que es un punto de encuentro para que estas mujeres salgan de sus casas», resalta Loayza, una trabajadora social que hace nueve años recaló en Gasteiz desde la capital de Bolivia, La Paz, y que colabora con Mundubat. Esta organización también abona a las alumnas el coste de la guardería en la que dejan a sus hijos mientras ellas estudian.

Cambio de mentalidad. En esta línea, Safi lamenta que su decisión de ponerse a estudiar castellano nada más llegar a la capital alavesa es algo excepcional entre las mujeres de este país asiático. «Hay muchas que llevan cinco o diez años viviendo aquí y no saben el idioma, porque el marido les decía que, como él ya lo hablaba, no hacía falta que ella lo aprendiera», critica. Por ello, incide en que el cambio de mentalidad en los hombres depende, sobre todo, de las mujeres, quienes deben tratar de persuadirles para que las dejen estudiar y abrir así sus posibilidades de encontrar un empleo, teniendo en cuenta que la mayoría tiene estudios y ya trabajaba en su país, sobre todo como enfermeras, profesoras, cocineras o peluqueras.

Una de las labores más importantes de Safi, tal y como ella destaca, es convencer a las propias mujeres de la importancia de que se apunten a las clases. Para ello, en cuanto tiene contacto con una paquistaní, le pregunta si no le gustaría poder entender a su médico o a los profesores de sus hijos para no depender tanto de sus maridos cuando debe realizar gestiones de este tipo. «Ellas comienzan a tener ilusión de poder moverse por sí solas, así que cuando llegan a casa, le cuentan a su pareja la misma historia que le digo yo y poco a poco les van convenciendo», asegura. Pero no solo se queda ahí, sino que debido a que Kalsoom Safi se relaciona como traductora con muchos hombres de su país, ya sea en los juzgados, en la comisaría o en los hospitales, aprovecha para aconsejarles que sus mujeres aprendan castellano. Así, poco a poco logra que estas «ganen confianza en sí mismas y se sientan libres», de modo que no tengan la percepción de que todavía están en Pakistán «solas en casa».

Tras un año yendo a clase, Azra Khanum asegura que ya es capaz de relacionarse con la gente de Gasteiz y «hacer las tareas que antes hacía mi marido». Por ello, esta mujer, que trabajaba como profesora en Pakistán, remarca que le ha «cambiado la vida».

Antes de que el pasado 23 de marzo se constituyeran como asociación, las mujeres paquistaníes han tratado de involucrarse en las distintas actividades organizadas por Gora Gasteiz, Goian o Setem, como sesiones de cocina, yoga o un concurso de repostería, en el que se clasificaron en segunda posición. Además, han participado en excursiones al parque de Salburua o al pantano de Ullibarri Gamboa, alejándose cada vez más del aislamiento en el que aún están sumidas cientos de mujeres. El siguiente paso es estudiar euskara, tal y como ya ha comenzado a hacer Safi, debido a que su hija de 8 años ya habla esta lengua y, según dice, la prefiere incluso al castellano.