Miguel FERNANDEZ Suruç
OFENSIVA DEL ESTADO ISLÁMICO CONTRA LOCALIDADES KURDAS

El Éxodo de Kobane: «Turquía ayuda mucho aquí, pero en Siria ayuda al EI»

La dramática situación en Kobane provoca que parte de los 140.000 refugiados kurdos quieran regresar para auxiliar al YPG en su lucha contra el avance del Estado Islámico. Turquía trata de impedirlo, mientras miles de kurdos de Kurdistán norte esperan para cruzar la frontera.

Kemal Muslim trabajó toda su vida con una máquina excavadora en el pequeño pueblo de Ayin Bet. Antes de que empezase la guerra en Siria lo hacía para el Gobierno o para empresas privadas. La última misión, de la que más orgulloso está como kurdo, fue para las Unidades de Protección Popular (YPG): «Me dediqué a construir trincheras para defender Ayin Bet de las embestidas del Estado Islámico (EI)». Hace diez días la situación empeoró en su villa y los constantes bombardeos del EI dejaron a Kemal una única opción, la de emigrar. «Decidí irme después de que un proyectil cayese cerca de mí». Junto a él todos los habitantes iniciaron el éxodo desde Ayin Bet, hoy bajo el control del EI como más de 60 villas del cantón kurdo de Kobane (Ayn al-Arab, en árabe).

Desde que el pasado junio el EI se hiciese con el oeste de Irak y con las armas abandonadas por el Ejército iraquí, la situación en Kobane ha empeorado hasta provocar en una semana el éxodo de cerca de 140.000 kurdos (más de un cuarto de la población del cantón) a Turquía. Litefey Mehim explica que fueron las milicias del YPG las que convencieron a los habitantes de Ayin Bet para abandonar su hogar. «Era por nuestra propia seguridad», recuerda esta mujer que tardó varios días en alcanzar la frontera bajo un asfixiante sol. Ella se fue con lo puesto, como Kemal, dejando a sus dos hijos adultos en la mayor encrucijada que Rojava (oeste, en kurdo) ha visto en la cruenta guerra de Siria. «Tengo mucho miedo por mis dos hijos, pero Kobane resistirá», asegura.

El pasado miércoles, el copresidente del Partido de la Unión Democrática (PYD), Salih Muslim, alertó en Bruselas de que el EI estaba a menos de una decena de kilómetros de Kobane y que se podría repetir la masacre iraquí de Sinjar. Explicó que la artillería del EI estaba superando al YPG y consideró que los bombardeos de Estados Unidos en Siria han llegado demasiado tarde. En Kobane no se produjeron hasta que el EI estaba a menos de cinco kilómetros de la ciudad. El pesimismo con el que habló contrasta con el optimismo de Litefey, que no se resigna a ver la caída del cantón que vio nacer la revolución kurda en julio de 2012.

La mayoría de los kurdos de Kobane no han convivido con el Ejército Islámico pero sí han visto a través de los medios de comunicación las decapitaciones y violaciones que este grupo efectúa en nombre del Islam. «Del EI solo he visto la bandera, pero he leído lo que hacen», comenta Kemal a sus 49 años y con diez hijos que residen en la mezquita Kemal Yildizer, situada en el centro de Suruç. «Cortan la cabeza a todo el mundo, incluso a las personas mayores. Violan a las mujeres y luego las venden», apunta Litefey. Temo Mehemedem repite el discurso mientras ofrece los pocos cigarrillos de contrabando que tiene. Él también llegó desde la misma villa. Era ganadero y dejó en la frontera todas sus posesiones, unas cuantas vacas y ovejas.

«La vida allí es muy difícil. La comida escasea y no hay seguridad. No volveré a Kobane hasta que termine la guerra y no sé si mi ganado estará allí. Espero que el PYD lo pueda usar al menos», explica sonriente en esta mezquita que se podría rebautizar con el nombre de la pequeña Ayin Bet, ya que la mayoría de los ahora residentes provienen de esta población kurda.

La situación de Temo se entiende por su edad: 65 años. Su utilidad en la guerra no va más allá de un ganado que ya no puede cuidar. En cambio, la mayoría de los kurdos que están dejando a sus familias en Kurdistán norte desean volver para ayudar a la revolución kurda, pero el Gobierno turco lo está impidiendo al estimar que el PYD y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), al que considera una «organización terrorista», son grupos afiliados. «Traje a mi familia y quise volver para luchar, pero Turquía no me dejó. A pesar de ello pasaré a Kobane en cuanto pueda», asegura Kemal.

El rol de Turquía en la crisis siria es cuanto menos opaco. Todavía no se ha aclarado qué recibió el EI por la liberación de los 46 turcos secuestrados en Mosul. Los medios kurdos han denunciado que Erdogan quiere ser el líder de los musulmanes suníes en Oriente Medio y por eso da cobijo, ayuda sanitaria y armamento a los hombres de Abu Baker al-Baghdadi. Además, la frontera turca es considerada el coladero del EI. El PYD ha mostrado una imagen de un tren cargado con material bélico que cruzó desde el lado turco para llegar a los dominios del califato. Los refugiados sirios en Suruç coinciden con esta versión. Litefey, que no quiere ser fotografiada, va aún más allá: «El EI también ha sido ayudado por Europa y Estados Unidos. Los kurdos son los que se han enfrentado a ellos y es Apo quien nos ha salvado».

Los daños colaterales del conflicto han dejado ya varios ciudadanos turcos heridos por misiles del EI. Un hecho relacionado con la seguridad del país que condicionará el debate parlamentario de este miércoles en el que el AKP planteará unirse a la coalición norteamericana con algo más que ayuda humanitaria.

La situación en la ciudad de Suruç se sostiene gracias a la solidaridad de los habitantes de esta región de mayoría kurda. Los garajes, casas en construcción y mezquitas sirven para dar cobijo a los refugiados. Muchas familias están acogiéndolos en sus propias casas, compartiendo lo poco que tienen cuando falla la ayuda estatal.

«Damos las gracias a los habitantes de Suruç, nos dan todo lo que tienen», destaca Kemal. «La ayuda que tenemos aquí la trae el BDP (Partido Paz y Democracia), no Erdogan», puntualiza Litefey, quien resalta que sus hijos no pueden ir al colegio por no saber turco. Para Temo, Turquía actúa con un doble rasero: «Turquía ayuda mucho aquí, pero en Siria ayuda al EI».

Kurdistán norte, volcado con Kobane

Durante el día las principales plazas de Suruç están abarrotadas con discusiones en las que resuenan la palabra Daesh (como en Siria se refieren al ES) y gritos como Biji Berxwerdana YPG (Larga vida a la resistencia del YPG) o Biji Serok Apo (Viva nuestro líder Apo). Durante la noche las reuniones reaparecen con la cena que reparten las autoridades locales, que se han volcado al igual que muchos habitantes del Kurdistán norte. La llegada de autobuses procedentes de todas las localidades kurdas es evidente. Para evitar los enfrentamientos, Turquía ha colocado controles a la entrada de Suruç que tratan de bloquear la llegada de kurdos. A pesar de este dispositivo, que crece con el paso de los días, los grupos, organizados en muchos casos por el partido kurdo BDP, esquivan los controles por vías secundarias ayudados por las autoridades locales. «Los policías indicaban que tenían órdenes de bloquear el paso a los grupos kurdos a pesar de que llevamos ayuda humanitaria», indica un joven kurdo procedente de Ankara que tuvo que esperar varias horas para cruzar por un sendero junto a otros 40 compañeros.

En la frontera, situada a menos de diez kilómetros de la ciudad de Suruç y a pocos metros de Kobane, las ambulancias de Diyarbakir y los autobuses de Van son testigos de los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad turcas y los kurdos. Por la tarde, la tensión se traslada al centro de la ciudad. La Policía cargó de forma desmedida contra los manifestantes apostados en la sede del BDP, que quedó envuelta en una nebulosa de gas procedente de la calle. Varios menores se vieron afectados por el gas y otros tantos manifestantes resultaron heridos.

El punto álgido puede producirse durante esta semana, justo antes de la tradicional fiesta del sacrificio (kurban bayram) que suele reunir a las familias en una celebración que se podría asemejar a la Navidad.

Las palabras del encarcelado líder del PKK, Abdullah Öcalan, y de los líderes kurdos han calado en los más jóvenes. Centenares de kurdos procedentes del Kurdistán norte están en la ciudad dispuestos a atravesar la frontera, otros se conforman con ayudar a los refugiados y batallar con la seguridad turca. Al menos mil kurdos han cruzado por un paso situado a unos siete kilómetros de Mürsitpinar, la frontera cercada por la fuerzas turcas y candada para quien desee entrar a Kobane.

Los recién llegados se alojan en las casas de los habitantes de Suruç a la espera del momento preciso para hacer el camino inverso al de los refugiados. Los clásicos salones kurdos, diáfanos para sus grandes familias, están a rebosar en esta ciudad que ha pasado de 100.000 a más de 150.000 habitantes en una semana. Allí, en ese espacio con constantes discusiones sobre el futuro de todo el Kurdistán, es donde se teje el complot para que la comunidad internacional sepa que no abandonarán la revolución de Kobane y que necesitan ser libres para volver a ayudar a su nación.

Todos los grupos y ciudadanos kurdos han reclamado una ayuda internacional que no llega. Las armas del YPG son inferiores y la experiencia en la lucha de guerrillas que ha posibilitado resistir durante más de un año el cerco del Estado Islámico parece hoy ceder. Kobane está situado a pocos kilómetros de Raqqa, el centro neurálgico del califato, y si el EI conquistase el cantón completaría la unión de sus territorios en Siria, desde Jarabulus a Raqqa.

El último vídeo publicado por el EI ponía especial énfasis en este cantón y en los kurdos del PKK-PYD, que fueron los primeros en ayudar los iraquíes de Sinjar cuando los Peshmerga de Barzani abandonaron a la población. En ese momento el binomio PKK-PYD se convirtió en héroe para muchos yazidíes y otras minorías iraquíes; también, si no lo era desde hace tiempo, en el principal enemigo del EI.