Revolución democrática, mandato popular y un reto

Lo han logrado. Los independentistas catalanes han alcanzado un mandato popular potente para avanzar hacia su libertad como pueblo, hacia la construcción de un Estado propio. Lo han hecho a través de ese proceso que no es otra cosa que una auténtica revolución democrática. Un proceso político que ha alterado las lógicas partidarias, la agenda política, los liderazgos, muchos de los equilibrios tradicionales de poder, la conciencia colectiva de una sociedad madura y vibrante.
 
Junts pel Sí y la CUP han logrado una mayoría absoluta de escaños y han estado muy cerca de superar la mitad de los votos, alcanzando un 47,85%. Un resultado que tiene especial valor por la alta participación, un espectacular 77%, lo que avala claramente la naturaleza plebiscitaria de los comicios. Así lo ha entendido la ciudadanía catalana. Esa participación masiva hacía temer la activación del voto unionista oculto, pero el número total de votos independentistas, que crece respecto al 9N, aborta el discurso del miedo.

Lo han logrado, pero les queda lo más difícil por hacer. Los resultados obligan a actuar con coherencia y responsabilidad, con talento y valentía. Unos valores que la ciudadanía catalana ha premiado en el caso de la CUP. Han hecho una gran campaña, sin duda, pero sobre todo han demostrado durante todo el proceso un gran nivel político y humano, cuando no todos estuvieron siempre a la altura del reto. La capacidad para generar nuevos liderazgos y articularlos de manera compartida es una lección política de calado.

La carga de la prueba democrática
La primera reacción de los medios, los analistas y los dirigentes unionistas ha sido señalar que el mandato no es claro porque el sí a la independencia no ha logrado superar el 50% de los votos. Son los mismos que no aceptaban el carácter plebiscitario de estos comicios.

Es cierto que no se ha logrado superar esa barrera, un objetivo explícito del bloque del sí que hubiese dado un impulso aún más fuerte al proceso de cara a una fase resolutiva. No obstante, esas voces ocultan, entre otras cosas, que en el otro bloque hay votantes que no reniegan en principio de votar en favor de la independencia, siempre dependiendo de las condiciones.
 
Pero, sobre todo, en términos políticos la postura de unos y otros sobre el tema de la mayoría de los votos muestra precisamente la fortaleza democrática de los independentistas y la debilidad endémica de los unionistas: los que se supone que han «perdido» en este terreno piden un referéndum y aceptarán su resultado, mientras que quienes se suponen «ganadores» en porcentaje no quieren bajo ningún concepto contrastar su proyecto en un plebiscito acordado entre las partes y avalado por la comunidad internacional.

Esa posición democrática es una apuesta ganadora a corto y a medio plazo. Corre además en paralelo con una tendencia global, que avanza lenta pero firmemente, porque cada vez resulta más y más difícil negar el derecho a votar y decidir de las sociedades. La carga de la prueba está en el lado de los gobiernos que niegan ese derecho, no en el de las sociedades y los pueblos que aceptan ese principio democrático.

Conclusiones para todos
Hoy no es día para hablar del caso vasco. Toca celebrar desde el respeto y la solidaridad el logro de los independentistas catalanes. Pero cabe apuntar que quienes han apoyado a los vencedores en Catalunya –en particular, EH Bildu– deben reflexionar sobre por qué no se logra articular y fortalecer aquí un proyecto propio con fuerza suficiente para abrir un segundo frente que acelere la descomposición del Estado y abra nuevas vías. Quienes no han apoyado a sus compañeros tradicionales en este reto o incluso han favorecido las tesis de perdedores como Unió –claramente, el PNV–, deben recalcular los escenarios que se abren y la debilidad a la que condenan a la ciudadanía vasca por no ser capaces de acordar un proyecto que garantice el derecho a decidir de los vascos y las vascas. Los unionistas inteligentes también deberían extraer importantes lecciones del proceso catalán y revisar sus planteamientos y alianzas si de verdad buscan cambios políticos profundos. Los unionistas tradicionales que aspiran a perpetuar sus privilegios seguirán igual, lo cual, tal como ha quedado claro en Catalunya, sigue siendo su gran debilidad y una de las mayores bazas de los demócratas e independentistas vascos.

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