Zaldua, Beñat
DONOSTIA

Memoria colectiva de la resistencia

1934 y 1962 son años que forman parte del ADN de los asturianos. Dos ejemplos de un territorio y unas luchas que, a lo largo de todo el siglo XX, ejercieron de vanguardia de la clase obrera y que siguen vivas en la memoria colectiva, como se ha demostrado en las recientes protestas mineras.

«Nel pozu María Luisa / Trailarai larai, trailarai / Nel pozu María Luisa / Trailarai larai, trailarai / Morrieron cuatro mineros / Mirái, mirái Maruxina, mirái / Mirái como vengo yo». Son versos en asturiano de la canción ‘En el pozo María Luisa’, conocida popularmente como ‘Santa Bárbara bendita’, que relata un accidente en las minas homónimas de Ciaño y que la memoria de los mineros asturianos y leoneses ha elevado a himno de sus fatigas. Es el himno que acompaña las protestas mineras de las últimas semanas; el mismo que sonaba en 1934 y en 1962, fechas grabadas a fuego en la memoria colectiva de los asturianos. Y es que, como el himno, la lucha de los mineros asturianos viene de muy lejos.

Igual que pasó en Bizkaia, la industrialización irrumpió en Asturias como un elefante en una cristalería, revolucionando de la noche a la mañana un modo de vida sin demasiados cambios en los siglos anteriores. Hijos de agricultores y ganaderos pasaron a engrosar, en cuestión de pocas generaciones, el ejército de mineros que abastecía de alimento una incipiente e insaciable industria. Siglo XIX, años de cambios y salarios de miseria.

Con el siglo XX llegó la conciencia, la organización y las primeras huelgas, como la ‘Güelgona’ de 1906. No es casualidad que, mientras gran parte del Estado español seguía sumido en un modelo económico casi feudal –con las obvias excepciones de Euskal Herria y Catalunya–, en Asturias naciese, en un temprano 1910, el Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias (SOMA). Tampoco es fruto del azar que un año más tarde, el municipio minero de Mieres se convirtiese en el primer pueblo del Estado en poner a un socialista al frente del Ayuntamiento. Fue Manuel Llaneza, precisamente el fundador del SOMA.

Pero la mayor cita de la lucha minera con la historia se dio en 1934, ante el tangible peligro de que la derecha secuestrase algunos de los grandes logros de los primeros años de la República. Mineros y obreros asturianos llegaron a tomar por las armas la ciudad de Oviedo en octubre de aquel año, reunidos en la Unión de Hermanos Proletarios, en el que se mezclaron socialistas, comunistas y anarquistas. La represión, en forma asesinatos y prisión política para más de 30.000 personas, fue un tremendo varapalo, pero la incidencia en el resto del movimiento obrero fue crucial para que en 1936 el Frente Popular ganase las elecciones.

Tampoco fue casual que, durante la guerra del 36l, Gijón se convirtiese en el último feudo republicano del norte, sufriendo, de nuevo, una feroz represión en la postguerra, que tuvo como reacción la multiplicación de maquis y guerrillas antifranquistas. Sin embargo, hubo que esperar a finales de los años 50 para que el movimiento obrero como tal resurgiese. Fue entonces, una vez más en Asturias, cuando se organizaron las primeras huelgas durante la dictadura.

Las protestas de los años 57, 58 y 59 no fueron sino los prolegómenos de la gran movilización de 1962, en la que los mineros y trabajadores alargaron la huelga durante cinco largos meses. Una vez más, la represión cayó sobre ellos, pero fue la primera vez en la que el régimen franquista tuvo que torcer un poco el brazo y negociar con los huelguistas, reconociendo la huelga como tal.

Vista la trayectoria, no es de extrañar que muchos hayan escuchado ecos del pasado en la protesta actual de los mineros, última estación de una trayectoria histórica ligada a la lucha obrera y a la resistencia. Dicha herencia puede servir también para creer que los mineros no han dicho, todavía, su última palabra.