Beñat Zaldua
Iruñea

Gaza al límite

El bloqueo que Israel impone sobre Gaza desde junio de 2007 condena a la misera al más de millón y medio de palestinos que viven en esta franja de tierra de apenas 360 kilómetros cuadrados. Es el territorio más densamente poblado del planeta.

La frontera de Rafah, entre Gaza y Egipto, es la única puerta al mundo para los palestinos de la Franja, pese a que los egipcios la cierran muy a menudo, como en la foto. (Said KHATIB/AFP PHOTO)
La frontera de Rafah, entre Gaza y Egipto, es la única puerta al mundo para los palestinos de la Franja, pese a que los egipcios la cierran muy a menudo, como en la foto. (Said KHATIB/AFP PHOTO)

1.700.000 personas encajonadas entre 40 kilómetros de mar, 51 de frontera con Israel y 11 con Egipto. Así es Gaza, el lugar más densamente poblado de la Tierra, con más de 4.000 habitantes por metro cuadrado. Testigo y reflejo de más de 60 años de conflicto, la Franja sufre desde hace seis años el bloqueo de sus fronteras por parte de Israel, después de que ese año a los palestinos se les ocurriera votar mayoritariamente -y en unas elecciones democráticas- a Hamás.

Este bloqueo inmediato por parte de Israel, punta de lanza de la democracia occidental en Oriente Próximo, ha convertido a los palestinos de Gaza en prisioneros en su propio territorio, y a la propia Franja en una cárcel gigante al aire libre. Todo ello con la complacencia y el mutismo de las potencias occidentales.

El castigo sobre Gaza, de todos modos, no es nuevo. Tras la creación del Estado israelí y el armisticio de 1949, miles de palestinos de los territorios ocupados se refugiaron en la Franja, entonces bajo dominio egipcio -así fue hasta la Guerra de los seis días de 1967-. La explosiva situación funcionó de caldo de cultivo para la aparición de los primeros movimientos de resistencia, tanto de carácter islámico -como los Hermanos Musulmanes o más recientemente Hamás y Yihad islámica-, como laico -marxistas y nacionalistas-. De este modo, no es casualidad que las primeras revueltas civiles por parte de los palestinos tuvieran su origen en Gaza, como sucedió en 1971 o en la primera Intifada de finales de los ochenta.

La «desconexión» ordenada por Ariel Sharon en 2005, que supuso la salida de 9.000 colonos sionistas de Gaza, marcó un punto de inflexión en la historia de maltrato a Gaza, que adquirió su más grave expresión tras la imposición del ya mentado bloqueo. Desde el 12 de junio de 2007, Israel prohibe la entrada, entre otros, de materias primas y artículos comerciales no humanitarios. La frontera de Rafah con Egipto y los túneles que conectan la Franja con territorio egipcio se han convertido en las únicas y muy limitadas ventanas de Gaza al mundo.

Este bloqueo ha condenado a la miseria al más de millón y medio de palestinos de Gaza. Sólo en los primeros cinco meses de bloqueo, 3.500 personas perdieron su empleo y 438 empresas se vieron forzadas a cerrar.

Un año más tarde, Israel agravaba más si cabe la situación en Gaza, después de que la operación ‘Plomo fundido’ asesinase a más de 1.400 palestinos y destrozase infraestructuras indispensables de la Franja. Una misión de investigación de la ONU dictaminó meses más tarde que la agresión del ejército sionista violó el Derecho Internacional y cometió crímenes de guerra y de lesa humanidad.

Desde entonces, la situación no ha hecho más que empeorar. El bloqueo impide el desarrollo económico y humano de Gaza, donde el paro y la pobreza campan a sus anchas, dibujando un dramático futuro para las generaciones más jóvenes de palestinos. No en vano, el 44% de los gazatíes son menos de 14 años, lo que convierte -más si cabe- en inaplazable el fin del bloqueo.