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El «milagro Morrison»: contundente victoria conservadora en Australia

Con todas las encuestas y las apuestas en contra, el primer ministro de Australia, Scott Morrison, ha conseguido una victoria holgada en las elecciones generales, un «milagro». El candidato apoyado por el magnate Murdoch, con un discurso nítido de derechas, se ha impuesto a un laborismo al que daban como favorito y que había apostado mucho por temas globales como el de la emergencia climática.

Periódicos australianos remarcando la victoria conservadora en una elecciones en las que todos los sondeos decían que iban a perder. (William WEST / AFP).
Periódicos australianos remarcando la victoria conservadora en una elecciones en las que todos los sondeos decían que iban a perder. (William WEST / AFP).

Con un 80% del voto escrutado, el «milagro Morrison» se ha hecho realidad. A las puertas de los 76 escaños necesarios para conseguir la mayoría en el Congreso –también se elegía casi la mitad del Senado–, contra todo pronóstico y con todas las apuestas en contra, la victoria de la coalición conservadora del primer ministro Scott Morrison ha sido incontestable.

Demostrando ser un buen comercial, Morrison ha sabido vender bien su producto. Nítidamente de derechas, desacomplejado, representaba a un coalición que en teoría debía sufrir el desgaste de dos mandatos en el poder. Australia vota cada tres años, con un sistema de voto obligatorio de más de un siglo de existencia que multa con 20 dólares a quienes estando inscritos –para estas elecciones alcanzaron un récord de 16,4 millones– optan por  abstenerse. Tras seis años tormentosos para los conservadores, nadie les daba como ganadores, todos daban por hecho el cambio. Pero Morrison obró el milagro.

«Australianos tranquilos»

En su discurso de la victoria, el primer ministro afirmó que «siempre he creído en los milagros» y rindió homenaje a los «australianos tranquilos» que votaron por su coalición. Para Morrison la victoria es de ellos,  «de los que trabajan duro cada día, tienen sus sueños y aspiraciones: conseguir un empleo, empezar un negocio, juntarse con alguien maravilloso y construir una familia, comprarse una casa, trabajar duro para conseguir lo mejor que pueda para sus hijos, ahorrar para su jubilación. Estos son los australianos tranquilos que han conseguido esta gran victoria».

Por su parte, el derrotado aspirante laborista, Bill Shorten, un pésimo orador desprovisto del factor X, esa atracción personal tan decisiva para alcanzar la popularidad, ya ha anunciado que tras el batacazo se echa a un lado y que no buscará la reelección como líder del partido.

Anthony Albanese, el favorito para hacerse con el liderazgo del laborismo australiano, anunció que no enmendará la apuesta de Shorten y mantendrá el cambio climático como eje de acción política del partido. Y subrayó que «el laborismo es un movimiento político progresista y lo seguirá siendo. Existimos para cambiar el equilibrio de poder en la sociedad, sea el poder económico, el poder político o el social. Ese es nuestro objetivo y así seguirá siendo».

El «momento Brexit y Trump» ya es tiempo político en Australia

Parecía que no, que no podía ocurrir, al menos no en Australia. Pero sí, ese «momento» ya ha llegado. En 2016 llegó a Gran Bretaña cuando los británicos votaron por el Brexit y a EEUU cuando los estadounidenses lo hicieron por Trump. Y como ocurrió entonces, los medios de comunicación, las encuestas y los expertos no la han olido, ni lo han visto venir.

La campaña australiana ha sido muy dura, tóxica a menudo. En teoría, y esa era la apuesta del laborismo, estas eran las elecciones de la emergencia climática. Del cambio generacional, de un nuevo propósito activo para el Gobierno. Una elección sobre el futuro, con apuestas por una estrategia de grandes objetivos.

Australia ha votado y el resultado duele, duele mucho. Con su voto, los australianos han manifestado que están más a favor de tener condiciones y facilidades para invertir en la compra de una casa o en un plan de jubilación, que a favor de emprender un nuevo camino de acciones urgentes para parar el cambio climático.

No va a ser fácil para los laboristas absorber el shock y superar el trauma. Al fin y al cabo, han perdido unas elecciones que, a ojos de expertos y del mundo, parecía imposible perder.

Y tras la batalla, Australia se parte en dos. Una parte desconoce a la otra. Un país de rojos y azules, de tribus y gentes viviendo en burbujas de las redes sociales, con líneas de división cada vez más grandes.