Pablo L. OROSA

La costa de la heroína

La ruta de los Balcanes sigue siendo el principal acceso a Occidente de la heroína afgana, pero es cada vez más peligrosa. La presión policial sobre una vía usada también para el tráfico de refugiados ha obligado a los narcotrficantes a buscar itinerarios alternativos. El del Índico africano, de Somalia a Sudáfrica, es ya una coordenada más en el negocio mundial de la heroína.

En Maputo el tráfico de drogas también va por clases. Hay quien desde la Cidade de Cimento se acerca hasta la Mafalala, el barrio que le dio a Mozambique un presidente para su revolución, dos poetas y un Premio Camões, y el balón de oro de 1965, a pillar algo de cocaína para el fin de semana. Hay a quien el mono ya solo se le pasa con más drogas y tiene que ir algo más lejos, donde no haya turistas, hasta las callejuelas de ‘Colombia’. Hay a quien la droga se la llevan a una casa con jardín y un todoterreno en el garaje.

«Pero toda proviene del mismo sitio», señala Claudia mientras camina por la acera misma que durante el mandato portugués separaba el lugar de los blancos, Xilunguini, de la barriada a oscuras de la Mafalala y que hoy sigue separando la ciudad de los que pueden gastar de Maputo de los que no. «Toda proviene de los puertos que hay por la costa. Desde ahí la distribuyen por la ciudad». «Con la connivencia de los policías y los militares», agregará horas después una veterana desencantada de tantos fracasos del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo).

Antes de que durante la administración Obama el Tesoro prohibiese cualquier transacción económica y comercial con el grupo MBS, lo que en la practica impide a los estadounidenses acudir al mayor centro comercial de la ciudad, el Maputo Shopping Centre, en Mozambique todos sabían de sobra quien era Mohamed Bachir Suleman, el gran barón de la droga de origen asiático. O Momade Rassul, afiliado a la Frelimo hoy propietario de hoteles que apenas llegan al 50% de ocupación; o los Rassul Moti, tercera generación de una familia llegada de Pakistán que hace 20 años tenía una tienda de ropa y actualmente posee un conglomerado de empresas de exportación, alquiler de coches, negocios agrícolas y un restaurante en Nampula.

Antes de que la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) le bautizase como la ruta del sur, por las costas del Índico africano la heroína llevaba décadas pasando de mano en mano.

descargas en alta mar

Durante nueve meses al año, restando la época del monzón, la heroína cultivada en Afganistán y refinada mayoritariamente en Pakistán toma rumbo sur desde la costa de Makrán escondida a bordo de las tradicionales embarcaciones a vela de bajo calado, dhow, que encuentran tierra en cualquier fondeadero del Índico. Los menos viran hacia Maldivas y Sri Lanka; los más, hacia África del Este.

«Estos barcos tienen compartimentos ocultos que pueden contener entre 100 y 1.000 kilos de heroína. Son fondeados habitualmente lejos de la cosa, entre 20 y 100 kilómetros, en aguas internacionales donde flotillas de pequeños botes recogen la droga y la llevan a playas e islas, o las descargan en los puertos comerciales. Según nuestra información hay docenas de estos lugares entre Kismayo (Somalia) y Angoche (Mozambique)», apunta el informe elaborado por Global Initiative against Transnational Organised Crime sobre la Costa de la Heroína.

Aunque no existen datos fehacientes, se estima que, como mínimo, 40 toneladas son transportadas anualmente por esta ruta. Buena parte acaban en Occidente, vía Ciudad del Cabo, otra en los propios países de África del Este. Por algo, según UNODC, es la región del mundo en la que más está creciendo el consumo de heroína. En Moroto, en el Índico sucio y contaminado que baña el lado de Mombassa (Kenia) al que no acuden los turistas en busca de las playas cristalinas de Lamu, la droga ha arrasado la barriada. Los maridos se enganchan; sus esposas contraen VIH. «Tener VIH es estar marcada. Nadie te da trabajo», alerta Muly, quien descubrió tarde, hace tres años y otros tres hijos, que su compañero sentimental era seropositivo.

Connivencia en Kenia

El barrio, aproximadamente 50.000 personas que nadie nunca contó, tiene como todos en Kenia sus propias bandas criminales. Tipos que trabajan para los grandes barones de la droga, esos que gestionan empresas de exportación. «De los ‘grandes nombres’ vinculados al tráfico de drogas en el Parlamento keniata de 2010, nueve poseían o habían poseído compañías de exportación o estaciones de contenedores en Mombassa o Nairobi», señalan los investigadores de Global Initiative.

Desde Kismayo, el mayor mercado negro del sur de Somalia, los cargamentos llegan por tierra y mar hasta Kenia. No viene solo droga, también azúcar, charcoal y productos electrónicos, ‘tasados’ con el impuesto pagado a las Kenya Defence Force y a sus aliados somalíes en la frontera. El negocio genera dinero para todos: lo que en África se vende a 20 dólares para ser cortado y consumido con cocaína, metanfetamina o veneno para ratas, en Europa puede triplicar o hasta quintuplicar su precio.

El millonario mercado, que ha atraído el interés de la mafia siciliana, cuenta en Eastleigh, el ‘pequeño Mogadisho’ de Nairobi, con uno de sus centros económicos. Tienen aquí su sede empresas de transporte, restaurantes, grandes importadores y un sinfín de negocios formales e informales que generan un volumen de negocio anual de casi 25 millones de euros, un tercio de todo lo que produce la capital keniana. Es uno de esos sitios a donde van a hacer negocios los ‘farmacéuticos’, los gestores que se encargan de lavar el dinero de la droga antes de llegar a la política.

Con un proceso electoral de costes desmesurados, 500 millones de dólares la organización; 6 millones para una campaña de gobernador, las aportaciones de los tráficos ilícitos se han vuelto imprescindibles en la política keniana. «El dinero derivado de la heroína y la cocaína se ha utilizado para financiar múltiples campañas electorales, y los mismos narcotraficantes han hecho campaña financiados con dinero de la droga» asegura Global Initiative. «Ya no buscan comprometer el sistema político», reveló un político de Mombassa a los investigadores. «Están buscando controlar el sistema político».

En Moroto, antes de las elecciones de 2017, los votos se estaban pagando a 2.000 chelínes (17,6 euros).

Mozambique: neg-ocio

Al igual que en Kenia, a Mozambique la droga llega tanto por carretera desde Tanzania, donde la guerra contra la droga del presidente Magufuli ha obligado a muchos traficantes a huir, como por mar. El cartel MBS controla más de 700 kilómetros de costa entre la frontera del río Rovuma y Angoche: son ellos quienes manejan los puertos de Pemba y Nacala; los negocios de Nampula, la gran ciudad del norte. Lo hacen con la connivencia del Gobierno.

Los scanners de los puertos, propiedad de una compañía cuyo dueño es la propia Frelimo, nunca revisan los contenedores señalados. El Centro de Integridade Pública Moçambique denunció la venta de exenciones fiscales el ejecutivo a grandes exportadores entre los que se encontraba Momade Rassul.

«Se puede concluir que existe una ‘regulación’ entre los principales narcotraficantes del país y los mandatarios políticos (…) Un quid pro quo en el que el Gobierno permite el tráfico de heroína a cambio de que los narcotraficantes paguen a sus representantes, realicen inversiones económicas en el país y garanticen que el consumo local sea mínimo», resume la investigación de Global Initiative. «Aquí todo lo que pasa lo saben los militares», traduce Claudia: aunque la prensa anuncia incautaciones récord, con alijos de hasta 600 kilos en un coche en Cabo Delgado, las estadistas oficiales reflejan apenas 5 kilos en todo ese 2013. Lo habitual es que los propios agentes se queden las drogas duras, heroína y cocaína, y las revendan por su cuenta en el minoritario mercado local. Es lo que viene ocurriendo desde hace demasiado tiempo, añade la mujer que ya no cree en la revolución.

Con la muerte de Samora Machel, Mozambique y el ‘hombre nuevo’ de la Frelimo entraron en 1986 en una nueva fase, la de la liberalización económica, bajo el mando de Joaquim Chissano. Un ‘deixa andar’ en el que se estableció el pacto con los narcotraficantes: el propio presidente acudió a la boda de uno de los hijos del magnate de la droga. Su sucesor, Armando Guebuza, a cuya campaña el clan MBS hizo una contribución de 1 millón de dólares, estrechó los vínculos hasta tal punto que la embajada de Estados Unidos denunció “los lazos directos” de Mohamed Bachir Suleman, el gran patrón de la droga en Mozambique, con el presidente semanas antes de incluirlo en la lista negra de narcotraficantes internacionales en 2010.

La actual administración de la Frelimo, bajo el mandato de Filipe Nyusi, se ha distanciado, al menos aparentemente, del imperio MBS. Momade Rassul fue detenido en julio de 2017 acusado de lavado de dinero, enriquecimiento ilícito y fraude fiscal, al tiempo que han aumentado las incautaciones y la vigilancia policial. En las calles de Maputo o Beiras es difícil encontrar drogadictos a primera vista.

Pero esto no quiere decir que el contrabando de heroína se haya detenido. Mozambique es un país de tránsito que, en palabras de un policía retirado entrevistado por Global Initiative, ha encontrado en el narcotráfico un negocio y una arma con la que pagar viejas cuitas con Sudáfrica y Zimbabue: «Ellos mandaron armas para dividirnos. Ahora nosotros mandamos la droga para dividirlos a ellos».