Amalur ARTOLA

‘Diecisiete’, cuando se pierde también se gana

Daniel Sánchez Arévalo recala en la Sección Oficial fuera de concurso con ‘Diecisiete’, cinta en la que dos hermanos realizan un viaje iniciático en el que aprenderán que, siempre que se pierde, también se gana algo.

El equipo de ‘Diecisiete’ posa para los fotógrafos. (Juan Carlos RUIZ/FOKU)
El equipo de ‘Diecisiete’ posa para los fotógrafos. (Juan Carlos RUIZ/FOKU)

‘Diecisiete’, película que presenta Daniel Sánchez Arévalo en la Sección Oficial fuera de concurso, nos relata el viaje iniciático al estilo ‘Little Miss Sunshine’ que, dentro de una autocaravana con abuela incluida, realizan dos hermanos. El primero, Héctor (Biel Montero), que delata síntomas de autismo, ha escapado de un centro de menores cuando apenas le quedan dos días para cumplir la mayoría de edad –de ahí el título de la película– para «recuperar» al que considera su perro, Oveja, con el que ha realizado terapia en el centro. El segundo, Isma (Nacho Sánchez), tiene problemas en su relación de pareja.

Ambos se embarcarán en una aventura que, en principio, tiene por objeto «rescatar» a Oveja y cumplir el deseo de la abuela de morir en su pueblo natal, pero el viaje supondrá para ellos reencontrarse como hermanos y hacer frente a la realidad que viven para convertirse, de una vez por todas, en adultos.

Una película tierna en la que las relaciones sociales y los problemas comunicativos cobran especial relevancia y que Sánchez Arévalo embellece con un humor fino que hace las veces de elemenento desdramatizador.

En rueda de prensa, Sánchez Arévalo ha asegurado que con cada película trata de «mejorar en el arte de contar historias, en el arte de mezclar el humor y el drama». Cree que en ‘Diecisiete’ ha habido algún cambio en su manera de hacer cine: «He intentado quitar elementos y contar una historia sencilla y sentida, con muy pocos ingredientes. Creo que es algo que me ha venido al hacerme más mayor; mis historias han tenido siempre muchos elementos en donde agarrarse, pero esta es una historia sencilla con dos hermanos que se van de viaje, con una sola línea argumental, para dejar que la vida se cuele un poquito».

Preguntado por el significado de «tarapara», la única palabra que repite cada vez que se le pregunta la abuela de los hermanos, el director ha declinado contestar porque «me gusta lo que significa: la cantidad de cosas que se pueden decir con una sola palabra en este mundo de palabras que no dicen nada», y ha añadido que es interesante que cada hermano interprete a su manera los deseos de la abuela.

Relación de hermanos

El rodaje se realizó en Cantabria. «Nací en Madrid por accidente, porque me considero cántabro, toda la familia de mi padre es cántabra. Hemos estado aislados y he visto cómo los dos [por Montero y Sánchez] se han acompañado durante todo el rodaje. Yo no les he descubierto, les he dado un vehículo para que rueden, y vienen para quedarse», ha asegurado Sánchez Arévalo.

Sobre la relación que han forjado han hablado también los dos actores. Han comentado que trabajaron sus personajes y la relación entre ellos durante dos meses y que para el rodaje ya estaban definidos los roles de hermano mayor y hermano pequeño. «A mí me dijeron que durante el rodaje le estaba tratando como si fuera en realidad mi hermano pequeño», ha comentado Sánchez, «y fue por esos dos meses que trabajamos a partir de improvisaciones, dándole vueltas al guion, que se forjó esa relación». «En el momento del rodaje teníamos claro de dónde venían los personajes, qué había pasado previamente. Llegamos al rodaje con una relación asentada», ha añadido Montoro.

También se han referido a los derechos de los animales, tema muy presente en la película. Sánchez Arévalo se ha definido como amante de los animales y ha afirmado que quería dar visibilidad a las protectoras de animales. «Quería poner el acento en la necesidad de adoptar, que la situación que viven estos animales tuviera su reflejo en la película. No quería perros entrenados, todos los que aparecen son perros de protectora», ha dicho, y ha recordado lo fácil que le resultó seleccionar al perro protagonista: «Recuerdo que cuando Oveja me puso la pata encima, dije: vámonos».

De ahí en adelante, trabajaron en la relación del personaje de Montoro con Oveja, relación que ha seguido forjándose: «Intentamos dejar que la vida suceda, que se creara un vínculo natural entre ellos, y recuerdo que tras rodajes de 11 horas él [por Montoro] se iba a seguir entrenando con el perro, al final el perro reconocía su silbido». «Para cuando terminó el rodaje –ha proseguido Montoro–, ese vínculo era indisoluble», hasta el punto de que optó por adoptarlo: «Viven en mi casa, de hecho está aquí, en el festival, lo vais a ver esta noche en el estreno. Yo nunca había tenido perro, mi familia era reacia a ello, pero así ha sucedido». Y, sí, el perro se sigue llamando Oveja.