Maite Ubiria

La mariscal de la extrema derecha francesa exporta su «escuela» a Madrid

La musa del ala más tradicionalista de la extrema derecha francesa, Marion Maréchal, va a instalar una sucursal de su proyecto más querido, la escuela de la extrema derecha ISSEP, en Madrid. Nuevo paso en su cruzada cultural europea, con los líderes de Vox como alumnos.

Marion Maréchal, directora de la «escuela de élites» ISSEP. (slate.fr)
Marion Maréchal, directora de la «escuela de élites» ISSEP. (slate.fr)

El ISSEP (Instituto de Ciencias Económicas y Políticas), la escuela de la extrema derecha impulsada por Marion Maréchal, la nietísima del fundador del Frente Nacional francés, tendrá en pocas semanas una sucursal en Madrid.

La propia Marion Maréchal, que para caminar más ligera se ha quitado la segunda parte del apellido, Le Pen, colgó unas imágenes en Twitter, el 29 de enero, en las que se felicitaba de que pronto abrirá sus puertas la versión hispana de su escuela ultra.

Se trata de la referencia indiscutible de los sectores más tradicionalistas de la extrema derecha gala, esos a los que no gusta del todo que la presidenta de Rassemblement National (RN), Marine Le Pen, haya abandonado la marca matriz, Frente Nacional, y menos aún que comparta valores republicanos como la laicidad o que defienda una posición abierta en materias como el aborto o los modelos de familia.

De Lyon a Madrid

El ISSEP abrió sus puertas en 2018 en Lyon, con el propósito declarado de «favorecer la eclosión de una generación de jóvenes dirigentes que pongan sus objetivos al servicio de proyectos útiles para la sociedad», según se recoge en su página web.

Gilles Ivaldi, investigador del CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica francés) citado por el digital Slate, que se hace eco, al igual que otros muchos medios franceses, de la aventura hispana de la joven dirigente ultraderechista, explica que con ese proyecto de formación «Marion Maréchal se posiciona en el combate cultural», además de dotarse de instrumentos cara a hacer avanzar sus postulados, ya que entiende que «para conquistar el poder la extrema derecha debe conseguir antes que sus ideas sean compartidas por el mayor número posible de ciudadanos».

La directora general de ISSEP otorga a ese instrumento para «formatear líderes» capaces de combatir «el neofeminismo y en general el terrorismo cultural», un valor clave.

Es el proyecto más mimado de la exelecta por Vaucluse, que llegó a ser la diputada más joven de la Asamblea Nacional gala.

Entre rencillas familiares y desavenencias políticas, Maréchal se retiró de la primera línea política antes de cumplir los 30 años. Aunque no aspira, de momento, a retornar a la batalla electoral, su influencia en el tradicionalismo galo y la extrema derecha europea es indiscutible.

Por otro lado, con 52 diputados en el Congreso español, lo que le ofrece una indiscutible tribuna, y una influencia activa, vía pactos con el PP y Ciudadanos, en los gobiernos de varias comunidades autónomas y ayuntamientos, Vox trata de sacar a la palestra cuestiones que le permitan polarizar el debate. Y arrastar a su terreno dialéctico a las marcas de la derecha tradicional.

Su estrategia no difiere de la de los primeros años del FN, aunque, con su nueva marca, y bajo el liderazgo de Marine Le Pen haya acomodado en parte su discurso para tratar de hacerse creíble como partido que podría gobernar Francia. De hecho, hoy, todos los sondeos le sitúan en la segunda vuelta de las presidenciales de 2022.

Limar aristas y enriquecer el discurso

Para ello a Vox le es imprescindible contar con oradores que beban de una doctrina ultra homologada, y con un mímimo nivel académico, ya que el histrionismo permanente tiene sus límites. En resumen, que un paso por la escuela puede ayudar, aunque, de por sí algunas universidades hispanas ya destilan un grado, a priori, más que suficiente de conservadurismo.

La profesora Maréchal se ha rodeado para el desembarco hispano de Gabriel Ariza y Kiko Méndez-Monasterio, colaboradores de Santiago Abascal, con los que comparte esa vocación de «formar élites conectadas con la realidad» y que se marquen como meta «el combatir el universo cultural imperante», o lo que es lo mismo, apuntar con el dedo a «la influencia creciente de la comunidad LGTB», minimizar la violencia contra las mujeres, rechazar la migración y abogar por una sociedad «no mestiza» y que se uniformice en base a los valores de «la civilización europea», de la que se extirpa otra influencia que no sea la católica.

Hoy, los electos y tertulianos de la ultraderecha gala rompen clichés y catapultan las audiencias de los medios. No beben solo de los miedos del mundo rural, o de la fractura social que se deja sentir en los barrios de las grandes ciudades, sino que ejercen de imán para generaciones urbanas multicompetentes y deseosas de alcanzar un nivel de vida acorde a sus expectativas. No dan tanto miedo como en el pasado, y proyectan una promesa de futuro que, por mucho que se asiente en falsedades, reclama mayor esfuerzo dialéctico para ser desmontada por no hablar de su alta capacidad de expansión, vía nuevas tecnologías.