Eguzki Agirrezabalaga

Abbadia, un castillo un tanto curioso en un entorno espectacular

Geógrafo, astrónomo, cartógrafo, numismático, explorador, aventurero, antropólogo, científico... Antoine d'Abbadie eligió los escarpados acantilados de Hendaia para construir un lugar especial donde refugiarse tras sus largos viajes por el mundo.

Fachada de Abbadia.
Fachada de Abbadia.

Fue Eugène Viollet-Le-Duc quien diseñó para Antoine d'Abbadie un castillo-observatorio de arquitectura neogótica inspirado en las fortificaciones medievales. Enclavada estratégicamente a los pies del Cantábrico, el castillo Abbadia invita hoy, 150 años después, a viajar en el tiempo y a disfrutar de uno de los paisajes más impresionantes de la costa vasca. Son, en total, 65 hectáreas de naturaleza los que ofrece el parque natural Abbadia.

La visita al castillo Abbadia arranca ya en el exterior. Cocodrilos, perros, elefantes, serpientes, monos, caracoles, osos, panteras... y una inscripción en gaélico: «Cead Mile Failtce (Cien mil bienvenidas)». La curiosa decoración de su fachada ya advierte de que el recorrido en su interior depara sorpresas. Tras atravesar la entrada, flanqueada por dos vigilantes cocodrilos de afilados colmillos que recuerdan el interés de su original propietario por las fuentes del Nilo, el visitante se adentrará en un mundo, a ratos algo fantasioso, decorado con una exótica mezcla de motivos árabes y africanos, especialmente etíopes. Es la seña de identidad, la impronta, de Antoine d'Abbadie, un apasionado por el conocimiento y por la belleza que durante muchos años se dedicó a viajar por el mundo con un espíritu curioso y observador. Precisamente, fue él quien realizó la primera cartografía de Etiopía.

Frases entre animales exóticos

Quizás por ese motivo, por su necesidad de explorar, descubrir y sorprenderse, las habitaciones del castillo conservan huellas de las distintas pasiones de su original propietario y de las etapas de su vida. Dicen que cada estancia es reflejo de la complejidad de su personalidad. Además, su distribución, que aprovechaba al máximo la luz solar y las impresionantes panorámicas, estaba diseñada en función de sus necesidades: el ala noroeste estada dedicada al estudio; el este, a la devoción; y el ala meridional, a las visitas.

Una vez en el interior, el vestíbulo recibe al visitante con una escalera de honor adornada con una vidriera de colores en la que se aprecian, entre el fondo vegetal, los escudos de armas familiares y dos frases que, al parecer, guiaron la vida de su dueño: «Más ser que parecer» y «Mi fe y mi Derecho». Todo ello envuelto en una decoración misteriosa y exótica que incluye elementos fantásticos, escudos y cornamentas de animales junto a murales que representan escenas de la vida cotidiana etíope.

La biblioteca y el observatorio

Las escaleras conducen a la biblioteca, ubicada en el corazón del castillo. Considerado el símbolo del espíritu inquieto de Antoine d'Abbadie, fue su lugar de trabajo y reflexión, un habitáculo repleto de curiosas estanterías y un ambiente anunciador del Art Nouveau. Su colección, compuesta por obras científicas y literarias, ocupa actualmente la parte superior. Cuando, en 1896, legó su castillo a la Academia de las Ciencias, su biblioteca constaba de más de 10.000 volúmenes; entre ellos, 960 obras vascas y 234 manuscritos bíblicos y literarios escritos en ghez, lengua litúrgica etíope.

En la parte inferior se conservan las publicaciones astronómicas y meteorológicas y algunos de los instrumentos del laboratorio de astronomía y meteorología que instaló en su castillo para poder dedicarse a una de sus mayores pasiones: vigilar las estrellas. Su atracción por esta disciplina le llevó hasta Haití para ver cómo pasaba Venus por delante del sol, y hasta Argelia y Noruega para observar los eclipses de sol. El observatorio astrológico incluye un telescopio meridiano que estuvo operativo hasta 1979.

Salón y habitación de Honor

El Salón de Honor, una gran sala circular pintada de azul situada en la torre sur, es, sin duda, otra de las estancias referenciales del castillo. Llama la atención su chimenea de piedra, diseñada por Edmond Duthoit y construida en Angouleme. Sobre la misma se puede leer en latín una frase con vocación de provocar reflexiones: «La vida pasa como el humo». Y otra frase curiosa aparece en una de las vigas: «Basta un loco para echar un bloque a un pozo, pero hacen falta seis sabios para sacarlo». Esta última, sin embargo, estaba escrita en euskara, la lengua que defendió y por la que tanto luchó. 

La siguiente parada es la Habitación de Honor, reservada exclusivamente a los invitados y cuyas grandes paredes están recubiertas de telas pintadas con motivos árabes. También la chimenea de esta habitación invita a la introspección con un proverbio, en esta ocasión con grafía árabe: «No tires jamás piedras al pozo que te da el agua de beber». Sin embargo, la frase que aparece sobre la cama invita, únicamente, a descansar: «Dulces sueños, ensueños dorados para quienes aquí reposan, dulce despertar, mañana propicia».

Una capilla con vistas al mar

El castillo incluye, igualmente, una capilla, cuya decoración evidencia la atracción que sentía su propietario por el arte oriental. La nave es una gran sala rectangular de paredes rojas y con arcos que confluyen en un techo de madera pintada. En el altar, orientado al Este, se refleja una cálida y acogedora luz tamizada por tres vidrieras que tienen como nexo «El Cristo de los agravios», flanqueado por Santo Tomas de Aquino y San Augustin. Precisamente, Antoine y su esposa, Virginia Vincent de Saint-Bonnet, descansan en una cripta bajo el altar.

Bajo el altar y junto al mar. Como él quería, en un lugar privilegiado bañado por las olas y al cobijo de las estrellas. En un entorno –el dominio de Abbadia es un parque natural protegido de 64 hectáreas– por el que, sin duda, merece la pena pasear. Realmente, es recomendable perderse entre los senderos que transcurren a lo largo de la costa.