Ibai AZPARREN

«Despedida» anunciada en el pueblo; «¡Qué jodido es ser joven en 2020!»

En el pueblo se ha cerrado todo. Los parques precintados y las sociedades y bares con persianas bajadas dejan una estampa gris y una melancolía inevitable. En Nafarroa ha sido un fin de semana con sabor a «despedida». Por lo menos para un rato.

La pandemia ha cambiado también la vida en los pueblos pequeños, y sobre todo entre los jóvenes. (Getty)
La pandemia ha cambiado también la vida en los pueblos pequeños, y sobre todo entre los jóvenes. (Getty)

Los jóvenes del pueblo no son asiduos feligreses, pero desde el desconfinamiento se han abalanzado a la conquista de espacios públicos para poder pasar el rato. Y el atrio, ese patio abierto situado a la entrada de la iglesia, se ha bautizado como el nuevo txoko o bajera.

El humo del tabaco, la música que escapa de pequeños altavoces y las largas discusiones generan similitudes evidentes. Pero es un ámbito abierto en que la posibilidad de guardar la distancia y el uso de la mascarilla evitan sobresaltos.

Esos debates siempre interminables giraban este fin de semana en torno a las nuevas restricciones. Y concluían con un amargo sabor a «despedida», por lo menos para un rato, y con el consenso de «qué jodido es ser joven en 2020». «Y en 2021», apostillaba otra voz.

Anteriormente, alguno había rescatado del rincón remoto de la memoria la vida en el pueblo sin pandemia, allá por 2019, mientras que otra auguraba un inmediato confinamiento. «¿Qué ha pasado entre todo eso?», se preguntaba un tercero. Miradas al vacío y mentes que buscan respuestas.

La sociedad del pueblo cerró en marzo y no ha vuelto a abrir sus puertas. Una cinta impide el paso al parque y el único bar del pueblo bajó la persiana el jueves pasado ante las nuevas restricciones, para desconsuelo de los vecinos. Las dueñas, sin embargo, decidieron servir cenas a domicilio (¿quién hubiera pensado que hasta aquí llegaría el «take away»?) y a partir de las 20:00 horas allí estaba medio pueblo, por turnos, para llevarse su bocata entre papel de plata y alguna que otra cerveza en lata.

De vuelta en el atrio, el sábado centenario de Osasuna habría pasado casi desapercibido si no hubiese sido por los fuegos artificiales que prendieron el monte Ezkaba y que alguno achacaba con humor negro a la fatalidad de que nada puede salir bien este año.

Luego reaparecían los datos de nuevos casos y hospitalizaciones. Y las preguntas, siempre las preguntas: «¿Por qué en Nafarroa estamos peor?» o «¿cuándo hostias va a llegar la vacuna?». Tampoco se disipaban los temores sobre medidas «militares» como el toque de queda ni el enfado porque «parece que los jóvenes tenemos la culpa de todo», incluso de que «no se haya reforzado como es debido el sistema sanitario».

En un pueblo de apenas 350 habitantes, la limitación de reuniones sociales no ha supuesto ningún problema en cuadrillas que rara vez superan las seis personas. No obstante, el batiburrillo generacional ha desaparecido y este municipio que muchos definen como «pueblo dormitorio» cada día se ve más vacío en pandemia.

Ese sentir aumentó todavía más este sábado y domingo, entremezclándose con la preocupaciones laborales de jóvenes eventuales que temen perder el trabajo o pasar la vida en el mismo. «De la celda al trabajo y del trabajo a la celda», posteaba un joven en Instagram.

El cambio de hora fue el colofón final que dejaba el pueblo apagado además de desierto, al tiempo que un preludio de que todavía queda mucho invierno y esa ansiada normalidad se avizora todavía lejos. Muy lejos.