Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

¡A las mariscadas! (escotilla en Hala Bedi)

«¡A las mariscadas!», suele cantar la derecha española cuando trata de desprestigiar al sindicalismo. Hace dos años, con las famosas cañas tras la marcha del 1 de mayo. Como si el asueto o la diversión fuese cuestión de alta alcurnia. Ya lo dijo recientemente el clasista Salvador Sostres, columnista de El Mundo, cuando escribió que «no todos podemos ser príncipes, ni nobles, ni empresarios, ni ricos, ni tener coches ni ir a los grandes restaurantes». Por eso, para no caer en la bajeza de quien piensa abyectamente que lo sano y natural es que existan élites arriba y siervos abajo, me cuesta dar un «zasca» a la marcha que presencié ayer en Madrid. Aunque no tengo más remedio. Porque sí que reconozco haber percibido un desfase entre la gravedad de la situación y la parsimonia de las calles. El problema, obviamente, no son las cañas de después, sino la sensación de un desfile en el que los asistentes acuden para saludar a familia y compañeros. La resignación. Realmente, considero preocupante que nadie comenzase a abuchear a los secretarios generales de CCOO y UGT, Ignacio Toxo y Cándido Méndez, cuando reconocieron que su gran baza ante el desmantelamiento de los derechos sociales se limita a esperar sentados ante una mesa de negociación en la que el menú fue retirado hace tiempo. Acostumbrados a los tiempos de vino y rosas, con medalla de oro en Nafarroa incluida, da la sensación de que sin interlocutor se han quedado sin ideas. Con la lista de los derechos cedibles ya elaboradas, todavía esperan frente a las puertas cerradas de una mariscada, como si no supiesen que el evento cambió de fecha y lugar y que no es que la invitación se extraviase, sino que nunca fue cursada. ¿Pactar? ¿El qué? ¿Hacer más lento y tortuoso el camino que ya ha marcado la derecha? En serio, es sorprendente que nadie hubiese expresado su más enérgica repulsa. Aunque igual es que también hay una parte de nosotros que todavía anhela aquellos tiempos de langosta a un euro, confiando en que, si nos apretamos el cinturón, habrá marisco para los que sobrevivamos.


Este texto fue emitido origininalmente en la escotilla de Hala Bedi irratia.


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