Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Alimentar el morbo tras una violación

Publicar unos whatsaps repugnantes no sirve más que para alimentar el morbo y exponer a la afectada a mayores cotas de sufrimiento. No aporta nada conocer el detalle de lo que ocurrió en aquel portal en Sanfermines ni los mensajes que se cruzaron después. Ni contextualiza, ni previene ni sirve como herramienta contra el patriarcado. Su único propósito es satisfacer una sórdida curiosidad que no trasciende más allá del fango. Somete a una persona a la doble victimización de revivir diariamente aquella violencia con el añadido de hacerle saber que miles de personas conocen datos relevantes sobre aquello que nunca debió ocurrir. No me parece empático ni tampoco creo que ayude a la recuperación. Solo ella es dueña de su dolor y nadie más que ella debería decidir qué información íntima es la que está al alcance de otras personas.

Digo esto con una inmensa precaución. Estoy seguro de que el modo de acercarse a estas noticias es diferente en cada persona. También el modo de afrontar la violación. Puede que una afectada necesite relatar lo que le ocurrió como forma de terapia. Puede a que a otra le hunda más saber que otras personas conocen esa parte de dolorosa intimidad. Lo que une a todos los casos es que solo ellas tienen derecho a decidir quién y en qué contexto dan a conocer qué les ocurrió. Ni un juez, ni una policía, ni un amigo, ni una psicóloga deberían poder hacer público más de lo que la afectada quiera en ese momento. Y eso es, precisamente, lo que muchos periodistas están haciendo.

La pregunta que deberíamos hacernos es qué aporta el detalle a la hora de explicar aquella violación. Lo hago extensible a otras agresiones. Y mi respuesta, a día de hoy, es «nada». Del mismo modo que ilustrar las primeras noticias con imágenes de mujeres enseñando los pechos era un modo de culpabilizar a la afectada, me parece que ahora se ha caido en una indecente carrera por ver quién aporta el detalle más siniestro. Existe un abismo que separa la información, que es necesaria, del relato que incluye hasta el pormenor más repugnante. El juez calificó de la violación de «hechos de extrema gravedad, ejecutados en grupo y de manera reiterada». Con eso bastaba para hacernos una idea, ¿no? Sin embargo, se impone el «múltiples penetraciones» como titular. ¿Hasta dónde están dispuestos ciertos medios a llegar para recrear la violación? ¿Serían capaces de publicar el vídeo si lo tuviesen? ¿Qué necesidad hay de sacar una captura de la grabación con uno de los agresores y sus pantalones bajados? ¿No da la sensación de que, sin contexto, parece que se venda el relato de una violación como si fuese la sinopsis de una película porno?

Hay otro elemento que probablemente sea más impopular, pero que también creo que hay que mencionar. Incluso el criminal más abyecto tiene derechos y no respetar sus garantías nos acerca más a la turba que a una sociedad madura y que afronta sus problemas. 

Los medios tenemos una responsabilidad. Tenemos la obligación de contextualizar, informar e intentar educar. Los detalles no sirven para ninguna de estas funciones. Solo se utilizan para alimentar el morbo. Habrá quien opine que conocer la lógica de los agresores facilite la prevención. No estoy de acuerdo. Y, sobre todo, tampoco creo que los periódicos y televisiones que han repetido machaconamente los mensajes hayan pensado en eso. Nos quedamos en la superficie. En el escándalo. En el sensacionalismo más bajuno. Una posición desde la que difícilmente se puede aportar nada más que ruido, basura, confusión y falta de empatía.

 

 

 

 

 

Search