Beñat Zarrabeitia

La vida con el Athletic

 

Athletic y Real Sociedad disputarán una final sumamente especial en La Cartuja, un derbi que dictará el campeón de Copa de 2020 doce meses después en un contexto marcado por una pandemia que azota y ha cambiado nuestras vidas. Un partido soñado que se disputará sin público y con la ausencia de los responsables institucionales vascos. Una cita que iba a estar marcada por el embrujo sevillano, el bullicio que generarían las miles de personas desplazadas para animar a ambos conjuntos, por la pitada ensordecedora de los prolegómenos y por gargantas dispuestas a desgañitarse durante todo el partido.

No será así, las voces de los protagonistas se colarán en las retransmisiones, micros de ambiente que recogerán el nerviosismo de los saques de esquina, las quejas y ánimos desde los banquillos o las protestas al equipo arbitral. Una cita colectiva para un país que ama al fútbol que se vivirá de una forma íntima. Las restricciones marcadas por las normas para combatir la pandemia harán que una final que cuenta con un componente familiar enorme se viva ante pantallas, las de la tele y también aquellas que nos conectarán con quienes están muy cerca y también con los que están lejos. La final de las multipantallas, la cita de los sentimientos a flor de piel, los balcones engalanados y los salones convertidos en un pequeño estadio.

 

 

Será la final de la nostalgia, por lo que pudo haber sido, y de la distancia. Mucho más grande que los 925 kilómetros que separan San Mamés de La Cartuja. Pero, sobre todo, será la final de las ausencias, la de quienes nos han dejado durante todo este largo y duro año de pandemia. Esas camisetas número 12 que ahora tendrán que departir con los Piru Gainza, Pichichi, Zarra, Venancio, Iriondo, Iraragorri, Mandaluniz, Canito, Artetxe, Zubiaga, Eskalza, Tirapu, Koldo Agirre, Kendall, Iragorri o Rodrigálvarez, entre otros muchos, los pormenores de la alineación, el feeling previo al partido y otros recuerdos históricos.

Un país lleno de ilusión, recordando los llamamientos a la responsabilidad individual y colectiva, y pegado a la pantalla. Sin embargo, cabe recordar a aquellas trabajadoras del turno de noche, en primera línea contra la pandemia, esas que las grietas de nuestro sistema nos han evidenciado como esenciales. Empleadas de las residencias para mayores, doctoras, enfermeras, auxiliares, personal de limpieza, farmacias o bomberos, parte del equipo que hace todo siga funcionando mientras se combate contra la pandemia.

El Athletic encara un mes de abril histórico con dos finales en apenas catorce días. Así, con la Supercopa en el zurrón y como subidón emocional reciente al que agarrarse, el conjunto rojiblanco completará un total de nueve finales en doce años. Una cifra espectacular si se tiene en cuenta que entre 1985 y 2009, los leones no disputaron ninguna. Por el momento, a la espera de lo que ocurra ante Real Sociedad y Barcelona, el Athletic suma las Supercopas de 2015 y 2021. Asimismo, cabe recordar que se ha clasificado siete veces para competiciones europeas en ese tiempo, cinco de ellas en el tramo entre 2011 y 2017. Unos laureles que se pueden ver renovados y reforzados en estas dos semanas.

Y es que si algo se puede identificar en la historia moderna del club es su capacidad para conseguir éxitos deportivos tiempos socialmente, cultural y políticamente complicados o cruciales para el país. Casualidad o no, no hay más que reparar a las Copas de 1958, 1969 o 1973, las finales de 1977 el triplete de los ochenta (1983 y 1984), la clasificación para la Champions de 1998, la deslumbrante temporada 2011-2012 como antídoto ante la cultura de la derrota o las Supercopas de 2015 y 2021.

 

Y si hablamos de derbis, para la historia y la cultura popular quedan la ikurriña –todavía prohibida y legalizada de facto en aquel momento-  que sacaron conjuntamente ambos equipos de aquel diciembre de 1976 en Atotxa- Un imagen repetida meses después con la petición de amnistía, después del asesinato de Santi Brouard, en el Aberri Eguna de 1999 o tras el retorno de la Real a Primera en 2010. Menos conocido es el derbi disputado por leones y txuri-urdines en agosto de 1986, en los tiempos del GAL y en el marco de numerosas extradiciones y atentados de todo signo, en Miarritze.

Más allá de las críticas legítimas, el fútbol tiene un peso social y popular evidente en Euskal Herria y, en el caso que nos trata, que no es otro que el del Athletic, el conjunto rojiblanco ha sido un nexo de unión entre gentes de diferentes ideologías, procedencias, edades y pareceres. Un enorme constructor de identidades colectivas que se expresa a través del fútbol. Aunque en muchas ocasiones, lo que sucede en los partidos sea lo menos importante de lo realmente trascendente. Dicho esto, obviamente, ganar siempre es mejor que no hacerlo y, lo dicho, el Athletic tiene una inmejorable ocasión de hacerlo estas dos semanas. Obviamente, no va a ser fácil pero tampoco es imposible.

Pase lo que pase, la remozada Gabarra no surcará la Ría, en una celebración que no contaría ni con el paisaje industrial ni con los elementos populares que contó en 1983 y 1984, pero tendría otros alicientes. Sin embargo, la explosión colectiva deberá esperar. Son tiempos de responsabilidad y cierta virtualidad, pese al cansancio y la resignación. Un ejercicio de contención en el marco de la crecida de la enésima ola del virus ayudará a pensar en un retorno menos lejano a San Mamés o, por qué no, en volver a asistir a una final lo más pronto posible. Eso también será ganar.

Los efectos de la pandemia son evidentes y van desde el miedo hasta el cansancio, pasando por la desorientación social por algunas medidas y también por la irresponsabilidad, pero queda por conocer cómo nos está cambiando tanto a nivel individual como a desde un punto de vista colectivo. Para eso hará falta tiempo, también para calibrar sus efectos de fondo en el contexto futbolístico. Y es que más allá de los problemas financieros que azotarán a algunos clubes, la atomización de algunos campeonatos, la renovación de la Champions League para que los ricos lo sean un poco más o el futuro de unos cinco cambios que parecen llegados para quedarse, afloran otras dudas. La primera, cómo reaccionará la gente cuando se pueda volver a los campos, cómo se identificarán las nuevas generaciones con el propio juego o si los clubes continuarán con la bunkerización –ahora, en parte, forzada por el Covid19- una vez que todo pase. Y, sí, habrá que ver cómo y cuando pasa.

Por eso, en un club como el Athletic, con una política deportiva que supone su principal fortaleza y con un ecosistema tan particular, es obligado realizar una reflexión que va más allá del éxito o fracaso puntual, que se aleje de lo inmediato, se llene de contenido y tenga una mirada a largo plazo. Ahora tocan las finales y ganarlas supondrá un enganche para esa ilusión que se manifiesta a través de unos balcones engalanados, los preparativos íntimos o la efervescencia en redes.

 

Ganar la Copa supondría acabar con una sequía de 36 años en los documentos oficiales y de 37 en la realidad. Es decir, hablamos de dos generaciones a la espera, de decenas de futbolistas que lo han intentado y de mucha gente que ha inculcado el sentimiento rojiblanco y que ya no está. De numerosos sinsabores y también de dos Supercopas en el contexto de un fútbol cada vez más global. Desde 2009 hasta hoy, especialmente desde 2011, el principal legado es haber desterrado la cultura de la derrota para dar paso a un gen ganador, forjado también en las derrotas, pero que ha sido capaz de renovar y recrear nuevas experiencias para esas dos generaciones que no habían conocido más que pequeños triunfos puntuales y mucha mediocridad.

Manchester, para muchos, era un recuerdo en blanco y negro que hablaba de nieve y cambio de turnos en las fábricas para poder ir al campo en boca de aitas y aitites que ya no están. Hoy es aquella invasión de Old Trafford un ocho de marzo de 2012. Las Palmas evocaba a transistores, el golazo de Sanjo –la final contra la Real también  es suya, al igual que de Gaizka, Patxi Ferreira, Juan Iribarren, Córdoba, Larra, Beñat, Kenan, Guruzeta y Adu- desde el centro del campo y el triplete de Aduriz ante el Barcelona es una experiencia generacional para los nacidos en los ochenta y noventa. Mientras que Asier Villalibre ha tomado el testigo de Endika Guarrotxena, un delantero que encarna la normalidad del futbolista en la era de los filtros.

Hay muchos clubes que ganan, en algunos incluso con gestiones lamentables –que se lo pregunten al Barcelona de 2015, al Madrid de las Copas de Europa de Lorenzo Sanz o más cerca el subcampeonato de la Real Sociedad de Astiazan o los éxitos de Osasuna con Pachi Izco al mando-, pero el éxito duradero se forja en tener claro el rumbo de club. Saber de forma colectiva, qué representa el club, cómo se quiere que sea y sobre qué principios y valores deportivos o sociales se ha de sustentar. Por eso, el Athletic está ante una doble oportunidad: Ganar las finales y, desde dicha tranquilidad, trazar su rumbo en el fútbol pospandémico.

 

Aunque parezca lo contrario, para el Athletic no son tiempos de folclore ni fast content, por mucho que lo inmediato se imponga y hayamos asistido a proyecciones cuando menos casposas y empequeñecedoras, es el momento de pensar en grande. De soñar con los títulos, sí, pero de aferrarse a unos valores sólidos y duraderos. Ser diferente no es un elogan barato, es comportarse de una manera distinta al resto en base a unos valores propios e innegociables.  Y ahí radica uno de los retos principales del Athletic, la transmisión entre generaciones, la construcción de un relato claro que refuerce al club para cuando vengan peor dadas.

Sin duda, las finales suponen un punto álgido de unión, una ola que hay que aprovechar para rearmarse. Una ocasión para fidelizar a las nuevas generaciones y enganchar a aquellas personas que no siguen habitualmente los partidos del equipo pero que cuando hay que arrimar el hombro –por arriba o cuando se está abajo- echan mano de bandera, bufanda o broche rojiblanco.

 

Las finales de la intimidad familiar son también una inmejorable ocasión para crear experiencias vitales inolvidables, para llorar por quién falta, para sonreír con quien ha llegado, para pensar en los que vendrán, para saber quiénes somos y a donde vamos. Un dilema shakesperiano de país con la final entre Athletic y Real en la víspera del Aberri Eguna, pero también desde la óptima únicamente rojiblanca. Una oportunidad para abrir la puerta a nuevas vivencias que iluminen el camino a unas nuevas generaciones de presente líquido y futuro complicado.

La historia espera. Las grandes citas han llegado y la cuenta atrás camina inexorablemente al pitido inicial. Particularmente, en mi caso, viviré la gran final vasca con mi hija recién nacida. Llegó al mundo el mismo día en el que el Athletic ganó al Real Madrid en la semifinal de la Supercopa –me enteré de que íbamos ganando cero a dos cuando llamé a mi padre para avisar de que todo había ido bien- y su tío le compro su indumentaria completa justo después de ganar el título ante el Barcelona.

La estrenará mañana, al igual que la bufanda que le trajo Olentzero, y dentro de unos años será consciente cuando vea las fotos o vídeos. Igual que yo lo fui después de ir la primera vez a San Mamés un ya lejano 4 de febrero de 1990 para ver un partido entre el Athletic y el Logroñés de Manolo Sarabia. Un partido aburrido según las crónicas, apasionante para un servidor. Lo hice junto a mi aitite y justo dos semanas después de que naciera mi hermano, que llegó al mundo un día en el que Athletic y Real empataron a cero en Atotxa.  

 

Mañana, al igual que en los últimos casi 14 años, faltará mi aitite, cuyo recuerdo me acompañó a Mestalla, Bucarest, Madrid o Barcelona, pero estará mi hija y lo veremos juntos, no habrá mejor escenario ni había mejor opción. Una vez que acabe, las primeras llamadas serán para mi hermano y mi padre. Y así, en miles de casas, cada una con su vivencia, identidad y relato. El nexo común, el Athletic.

 

Zuengantik, guztiongatik, elkarrengadik gertu gaudenongatik, falta direnengantik, etorriko diren horiengatik- Ez dadila haria eten.

 

Beñat Zarrabeitia