Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Pugna en torno a Nagorno Karabaj: algo que ganar, mucho que perder

Como en toda guerra, ambos bandos se responsabilizan mutuamente del inicio de las hostilidades. Bakú asegura que lanzó una contraofensiva «tras las provocaciones armadas» armenias. Erevan asegura ser víctima de una agresión.

La verdad asomará lentamente entre la propaganda y los escombros de la guerra pero todo apunta a que Azerbaiyán, animada por Turquía, ha dado un puñetazo encima de la mesa un cuarto de siglo después de que los armenios le expulsaran no solo del enclave de Nagorno Karabaj sino de las zonas adyacentes habitadas por azeríes donde los armenios impusieron su «franja de seguridad».

Los enfrentamientos en julio de este año fueron un aviso y un preámbulo en el que los ánimos, a uno y otro lado, se inflamaron.

Lo de ahora no son escaramuzas en la frontera. Azerbaiyán está utilizando drones, blindados y fuego de artillería, arsenal made in Turkey, e incluso mercenarios sirios. Ello le ha permitido avanzar posiciones y tener a la capital karabají, Stepanekert, prácticamente a tiro.

El otro bando parece asimismo preparado. No en vano lleva esperando casi 30 años. Ambos han declarado la ley marcial y la movilización militar, por primera vez desde los años 90.

Pero ni uno ni otro están en condiciones de mantener el pulso militar durante largo tiempo.

Eso sí, una incursión terrestre de unos u otros podría suponer la implicación militar de Rusia o de Turquía, aliados y padrinos respectivamente de Armenia y Azerbaiyán. Ankara y Moscú apelarían a sus respectivas alianzas y acuerdos militares con Bakú y Erevan.

Pero ni a unos ni a otros beneficiaría una intervención directa, que afectaría a las relaciones económicas ruso-turcas.
La cuestión reside en quién tiene más que perder.

Turquía ha incrementado su apoyo a Azerbaiyán con los mayores ejercicios militares conjuntos hasta la fecha el pasado mes de agosto.  

Todo ello se inscribe en el marco de la ofensiva geopolítica de Ankara que, en una suerte de nostalgia neotomana, interviene a día de hoy en parte del que fue su vasto imperio, desde Libia a Irak pasando por Siria y la pugna por las aguas territoriales en el Mediterráneo Oriental, sin olvidar sus bases en Somalia y en Qatar.

Una ambición, la del «sultán islamista» Recep Tayip Erdogan, que ha convencido a Azerbaiyán de que tiene cuando menos algo por ganar en una guerra.  

Por su parte, a Rusia le interesa todo menos una guerra abierta en el Cáucaso Sur. No en vano esta región ha sido históricamente, y hasta los albores de este siglo (guerras chechenas) su talón de Aquiles.

Otra cosa es que, hasta la fecha, Rusia se haya implicado seriamente en la resolución del conflicto. Todo apunta a que a Moscú le interesa mantener larvado un conflicto para conservar su influencia regional, pero no que el conflicto le estalle prácticamente en la frente. Mucho que perder.

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