Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Confesionalismo en Líbano e Irak: solución o problema

Las protestas en Irak y en Líbano, inicialmente socio-económicas, exigen ya directamente y sin complejos el final de unos regímenes basados en el reparto confesional del poder en unos países heterogéneos en términos etnico-religiosos.

Líbano es el prototipo de estado confesional. Tras quince largos y sangrientos años de guerra civil -y de guerra por procuración de las distintas potencias mundiales y regionales- (1975-1990), los Acuerdos de Paz de Taez establecieron un sistema basado en el reparto de poder entre los movimientos políticos y armados que lucharon entre sí y todos contra todos en nombre de sus respectivas comunidades, chií, suní y cristiana maronita.

En un país en el que la metrópoli francesa no había cesado nunca de promover el sectarismo (divide et impera) favoreciendo históricamente a los cristianos y discriminando a la mayoría chií -es sintomático que a día de hoy siga sin haber un censo oficial de población-, el cargo de primer ministro se reservó a un político suní, mientras que la presidencia del país y la presidencia del parlamento se adjudicaron respectivamente a cristianos y chiíes. 

Tras su ilegal invasión y su desastrosa ocupación del país, EEUU decidió importar el modelo a Irak. Su decisión de desbaasificar el país tanto en términos políticos como militares, el Pentágono provocó que grupos yihadistas y sectarios medraran entre el malestar de la minoría suní, que había sido privilegiada durante la era de Saddam Hussein.

El afán de revancha y de venganza de la discriminada mayoría chií y la promoción, desde la vecina Irán, de grupos políticos y milicias no menos sectarias hizo el resto y los enfrentamientos de 2006 en Samarra estuvieron a punto de provocar una guerra civil abierta. 

La crisis se 'zanjó' con unos episodios de limpieza étnica y con expulsiones de población, sobre todo en Bagdad, dignos de la peor imagen balcánica.

Todo ello sirvió para que EEUU justificara su decisión de implantar el sistema de reparto confesional en Irak, con el gobierno en manos de chiíes, la presidencia para los kurdos y la presidencia del parlamento para los suníes. Un sistema que no tardará, sin embargo, en eclosionar y hacer saltar por los aires todos los frágiles equilibrios internos.

Y es que aunque las tensiones han sido una constante en Líbano (con picos como la muerte en atentado en 2005 del padre del dimisionario primer ministro, Rafiq Hariri, y la posterior 'revolución del cedro' que forzó la salida de las tropas sirias del país, los distintos actores políticos no han terminado cruzando líneas rojas que hicieran saltar el sistema.

Al contrario, en Irak, la sangrienta represión de la revuelta suní en 2011, criminalizada como 'terrorista' coincidiendo con la eclosión del Estado Islámico (ISIS), y la ofensiva militar contra Kurdistán Sur tras la celebración de un referéndum de independencia en 2017 han provocado que el gobierno chií haya dejado totalmente fuera del juego a  ambas minorías religioso-étnicas.

Eso explica que las protestas que comenzaron a principios de octubre en Irak, y que exteriorizaban entonces el hartazgo de la población que, pese a nadar en un mar de petróleo sufre cortes diarios de agua y luz y no ve satisfechas sus necesidades básicas, tengan como epicentro la capital y el centro-sur chií del país y que tenga en el punto de mira al gobierno chií de Bagdad y a su primer ministro, Abdel Mahdi.

Las protestas iniciadas a mediados de octubre en Líbano, que estallaron por la decisión del gobierno de instaurar unas tasas a las llamadas telefónicas a través de redes sociales y a otros productos como el tabaco, ya se han cobrado la dimisión del primer ministro, el suní Saad Hariri. 

Pero tanto en este país como en Irak las exigencias van mucho más allá de relevos nominales en el poder y apelan al fin del sistema. Pese a ser mayoritariamente chiíes -o precisamente por ello-, los manifestantes iraquíes recelan no solo de la clase política sino de los dirigentes religiosos, que les confieren legitimidad precisamente en clave sectaria.

En Líbano, el lema del movimiento de protesta, '¡Todos significa Todos!' , expresa la exigencia de que se vayan todos los políticos. Las iras se extienden contra el presidente del Parlamento y líder del partido chíí Amal, Nabih Berri, y hasta el intocablé líder de Hizbullah, Hassan Nasrallah, ha sido objeto de críticas por su posicionamiento oficial ante las marchas. El presidente cristiano, Michell Aoun, trata de navegar desde un cargo al que el propio sistema confesional confiere un estatus de árbitro.

Tanto en el pais de los cedros como en el desgraciado país arabo-kurdo situado entre el Tigris y el Eúfrates, las revueltas consideran que precisamente es el sistema confesional, diseñado o cuando menos justificado para terminar o evitar guerras y enfrentamientos civiles, el responsable de la corrupción, el clientelismo, la ineficacia y la sempiterna crisis política, económica y social que les mantiene anegados.

Jóvenes que, en el caso libanés, no sufrieron la guerra civil  y en Irak han oido hablar incluso con nostalgia del régimen, si no político sí económico y social de la era Saddam, han decidido plantarse y lanzar un órdago al régimen confesional-sectario de sus respectivos países.

Sistema confesional como solución o como problema. Endiablado dilema. Cuando menos mientras gobiernos, potencias regionales y mundiales sigan despreciando proyectos que, como el de la autonomía democrática kurda, reivindican superar esa dicotomía con eso, con democracia.   

 

 

 

 

 

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