Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Trump, el coronavirus y la lógica política

Donald Trump y su esposa Melania son dos de los más de 7 millones de estadounidenses afectados por la Covid-19 la inmensísima mayoría de ellos en el anonimato, y de los que han muerto ya más de 207.000.

Ironías de la pandemia, el inquilino de la Casa Blanca sigue la estela de Boris Johnson y de Jair Bolsonaro, quienes, como el presidente estadounidense, desafiaron los consejos de los expertos mundiales y no dudaron en exponerse temerariamente al coronavirus antes de contraerlo.

El primer ministro británico que, justo es reconocerlo, no negó en ningún momento la gravedad de la crisis pero apostó al principio por no tomar medidas de prevención para generalizar las infecciones buscando la «inmunidad de rebaño», tuvo hasta que ser ingresado en la UCI, por lo que no estuvo lejos de la muerte. Ya recuperado, el inquilino del número 10 de Downing Street se ha convertido en «más papista que el papa» y lidera la apuesta por las medidas de distancia social para frenar la expansión del virus.

Bolsonaro no. El presidente de Brasil sigue en sus trece pese a que el subcontinente sudamericano suma 4,85 millones de casos y 145.000 fallecidos.

Nada apunta a que, en caso de que supere la enfermedad y salga de la cuarentena, el magnate estadounidense vaya a dar un giro en su posición, ya que ello supondría asumir los graves errores en la caótica gestión de la pandemia por parte de su personalista Administración.

Llegados a este punto, la cuestión es cómo puede afectar la infección de Trump en la campaña electoral y en las presidenciales del 3 de noviembre.

Dando por hecho que el aspirante a la reelección cumpliría los 14 días de la cuarentena y llegaría justo a tiempo al segundo cara a cara –eso si se celebra– con el candidato demócrata, Joe biden, el 15 de octubre, la lógica política diría que la circunstancia de su enfermedad no beneficia precisamente a sus posibilidades de dar la vuelta a las encuestas, que le auguran una desventaja de 6.5 puntos de media a escala federal.

Eso si la política y la lógica fueran de la mano. Un apriorismo que la realidad desmiente una y otra vez, y que en el caso de EEUU saltó por los aires hace tiempo –la propia victoria de Trump en 2016 y sus cuatro años de mandato son un ejemplo acabado de ello–.

A estas alturas, no extrañaría que, si sale de rositas, el histriónico showman devenido presidente presentara su caso como prueba de su fortaleza y acierto contra el coronavirus frente a un Biden refugiado en su mascarilla.

Ocurre al igual que su –como poco– elusión fiscal, filtrada a comienzos de esta semana. Mientras sus detractores se llevan las manos a la cabeza al descubrir que el magnate pagó unos cientos de dólares en impuestos en sus dos primeros años en la Casa Blanca, los seguidores de Trump le alaban y envidian por su «maestría» a la hora de sortear al fisco. Cosas veredes...

 

 

 

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