IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ
ARQUITECTURA

Arquitectura pobre, arquitectura rica

En su libro “Manual del Arquitecto Descalzo”, el arquitecto holandés Johan van Lengen apuntaba que se sentía frustrado cuando contemplaba cómo la población de los lugares tropicales de América Latina sustituía, bajo la idea de que lo moderno era siempre mejor, los tradicionales techos de paja para colocar chapa tipo onduline. El resultado era que los usuarios se cocían, al carecer la chapa de inercia térmica suficiente como para aislar del sol. Tratando de inculcar que los métodos tradicionales en ambientes rurales son más efectivos, llenó de dibujos un libro que contenía una recopilación de técnicas tradicionales para construir una casa, destinado al ámbito rural mexicano.

Tomando el libro como anécdota, y situándonos en los años 70 en América Latina, la cooperación con las áreas rurales comenzó a despegarse de una jerarquía de «expertos contra usuarios» y a abrazar postulados que bebían tanto de la Teología de la Liberación como de las teorías educativas de Paulo Freire. A partir de 1977, hubo un acuerdo entre técnicos, académicos y trabajadores de lo social que venía a decir que la propia comunidad debía ser parte activa de las transformaciones que se obraban en la misma.

Siguiendo esa estela y tras cuarenta años de recorrido en el ámbito de la cooperación, nos encontramos con la Escuela Secundaria de Santa Elena, en el montañoso departamento de Junín. El proyecto ha sido promovido por la Asociación Semillas para el Desarrollo Sostenible, dirigida por los arquitectos Marta Maccaglia y Paulo Afonso, con la colaboración de Bosch Arquitectos. El proyecto, junto con otras experiencias de desarrollo rural, se expondrá en la Bienal de Arquitectura de Venecia, comisariado bajo el nombre Plan Selva.

El edificio de Santa Elena está dividido en dos, separando las aulas y los aseos de estudiantes de los laboratorios y zona multiusos. Parte de una planta rectangular que se «mueve» para dar acomodo, primero al terreno (el rectángulo se convierte en un ángulo obtuso) y posteriormente a la necesidad de evacuar el agua de lluvia, al tiempo que saca espacio para acomodar una segunda planta. Esa cubierta, al llegar con el encuentro de la fachada norte y sur, se «dobla», dando la impresión de una cubierta continua que abraza dos edificios. Visto en planta, un pasillo central, que hace caso omiso de la deformación del ángulo obtuso, cruza de norte a sur el edificio, garantizando la movilidad de sus ocupantes.

Si acabáramos aquí la descripción del edificio, y las fotografías que lo ilustraran estuvieran sacadas en plano medio, tendríamos un edificio contemporáneo, funcional, con una tipología que puede encontrase a menudo en un contexto europeo (en la nueva Facultad de Magisterio del campus de Leioa de la EHU/UPV, sin ir más lejos). Sin embargo, el edificio es llamativo por el uso de materiales «pobres», dispuestos según criterios de una arquitectura «rica». El entramado de hormigón armado se rellena con ladrillos realizados con arcilla extraída localmente, en un contexto en el que lo barato es la mano de obra, y no los materiales (al contrario que en nuestro alrededor, por ejemplo). La madera se utiliza tan solo en la estructura de cubierta y en el entramado vertical, en forma de celosía, que tamiza las fachadas este y oeste.

Diseño que rompe barreras. La arquitectura «rica» desprecia los recursos tradicionales «pobres», del mismo modo que los habitantes de las aldeas del trópico despreciaban la paja frente al onduline. ¿Para qué empeñarse en orientar las viviendas, si luego podemos encender el aire acondicionado? En la Escuela Santa Elena tenemos varias estrategias «pobres»: los ladrillos, ya de por sí ecológicos al haberse producido con un material local, se disponen con aparejo palomero, para garantizar la entrada de aire en las aulas, que cuentan a su vez con una salida del aire caliente mediante una ventana elevada. La celosía de madera realiza una función similar, al permitir la ventilación al tiempo que garantiza una protección contra el sol. Los baños y duchas utilizan un aljibe natural, canalizando a través de la cubierta el agua de lluvia, tras ser depurada.

Junto con los demás ejemplos que conforman la muestra de arquitectura rural en Perú, Santa Elena es un ejemplo de cómo el diseño, puesto al servicio de las personas, puede romper las barreras entre una concepción «rica» y otra «pobre». Sin querer caer en «buenismos» ni condescendencias, el ejemplo que tenemos delante puede ser un edificio de mayor dignidad constructiva, arquitectónica y humana que muchos otros a los que un jurado otorga la medalla al valor.