Jaime Iglesias
Interview
Jorge Volpi

«Descubrir las mentiras de los políticos ha dejado de ser relevante para la ciudadanía»

El 9 de diciembre de 2005 México se despertaba con la retransmisión en directo, por parte de las dos principales televisiones del país, de un operativo policial que concluía con el arresto de Florence Cassez e Israel Vallarta. Francesa ella, mexicano él, esta pareja, presentada por los medios como una versión moderna de los míticos Bonnie & Clyde, lideraba, en teoría, una peligrosa banda de secuestradores que en el momento de su detención mantenía cautivas a tres personas en un rancho a las afueras de Ciudad de México. A los pocos meses, se descubrió que dicha operación había sido un montaje de la policía pactado con los medios de comunicación. Algún tiempo después se empezó a especular con que los testimonios incriminatorios de sus víctimas (cuyas versiones iban cambiando según conviniese) podían haber sido inducidos por las propias fuerzas de seguridad, a las que también se les acusó de torturas en la obtención de una confesión de culpabilidad por parte de los detenidos. Con eso y con todo, la maquinaria judicial prosiguió imparable en aras de apuntalar la política de tolerancia cero contra la delincuencia con la que el Gobierno de Felipe Calderón se había comprometido y a través de la cual comenzó a tantear el apoyo popular para una empresa de mayor magnitud: la guerra contra el narco.

Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968), uno de los intelectuales y escritores mexicanos más reputados de las últimas décadas, se ha volcado en el análisis de las derivas que tuvo este caso en “Una novela criminal”. Un caso que culminó con un conflicto diplomático entre México y el Estado francés, al serle negado a Florence Cassez el derecho de extradición, y que pone al descubierto los sucios mecanismos del poder político a la hora de servirse de las instituciones y de los medios de comunicación para fabricar un relato oficial más allá de la verdad. El libro, definido por su autor como «una novela sin ficción», acaba de ser publicado tras hacerse con el premio Alfaguara de novela.

Su compatriota Paco Ignacio Taibo dice que cuando escribe una obra de no ficción lucha por tener amarrado en corto al novelista que lleva dentro. ¿Usted ha llegado a experimentar esas mismas sensaciones mientras trabajaba en este libro?

Un poco sí; yo defino esta obra como ‘una novela sin ficción’ aunque tampoco estoy muy seguro de si es la mejor de las etiquetas. Se trata de un género extraño en el que uno, como escritor, acomete la investigación de unos hechos apelando al rigor periodístico y renunciando a la imaginación pero donde, al mismo tiempo, utiliza los recursos de la literatura para construir el relato.

Es cierto que en las páginas de «Una novela criminal» no hay apenas fabulación, pero usted tampoco se priva de aportar su intuición para reconstruir aquellas partes de la historia que están menos claras. ¿Siempre tuvo claro que su propia voz tenía que estar, de algún modo, presente en el relato?

No, de hecho fue un proceso bastante complejo. La primera versión de la novela tenía casi doscientas páginas más que la definitiva y estaba escrita en tercera persona, manteniendo la distancia respecto de los hechos narrados. Pero había algo ahí que no funcionaba, así me lo hicieron notar amigos de confianza a los que di a leer el manuscrito. Fue entonces que decidí reescribir la novela por completo apostando por una narración que fuera en primera persona pero, a la vez, discreta. Mi intención fue la de guiar al lector por los recovecos de esta historia impidiendo que se perdiese en ellos, pero sin arrogarme ningún protagonismo.

¿Y no le resultó difícil, como autor, conseguir refrenar la propia mirada en aras de no contaminar el relato?

Bueno, Roland Barthes ya advertía de que ningún texto es inocente. Por mucho que tú, como narrador, apeles a una cierta neutralidad, es inevitable que tu punto de vista acabe filtrándose por algún lado. Yo en esta novela he tratado de que mi voz apareciese tan solo para mostrar al lector aspectos sobre los que me parecía relevante llamar su atención, pero sin condicionar su mirada ni intentar manipularlo. Prefiero que sea él quien se forme sus propias opiniones.

Pero esa es una exigencia ardua en un escenario de incertidumbres como el que usted plantea en esta novela, un escenario que genera bastante inquietud en el lector…

Supongo que eso es algo que tiene que ver con la imposibilidad de hallar respuestas claras pero, precisamente, ese es uno de los temas que más me interesaba abordar en esta obra. En nuestro anhelo de conocer la realidad de unos hechos, muchas veces nos tenemos que conformar con una verdad parcial o fragmentada. A mí, como escritor, eso es algo que me fascina. En mi novela “En busca de Klingsor” ya dejaba abierta la posibilidad de que el lector decidiera sobre la culpabilidad del protagonista, aquí, sin embargo, fue la realidad la que me condujo a ese mismo escenario. Nunca vamos a saber si Florence Cassez e Israel Vallarta son culpables o inocentes del delito que se les imputó, entre otras cosas porque fueron las autoridades y la policía las que, en su empeño por ofrecer una versión oficial, manipularon pruebas y destruyeron la posibilidad de conocer realmente la verdad de lo acontecido.

Y, sin embargo, parece como si cada vez tuviéramos una necesidad más acuciante de obtener respuestas precisas sin entrar a discutir el grado de autenticidad de la información recibida.

Creo que esa es una tendencia muy consolidada en nuestra época y que está motivada por los medios digitales. La inmediatez es, hoy por hoy, lo que define el consumo de información. Cada vez nos enteramos de todo antes. Podemos hacer un seguimiento de los crímenes más atroces en directo y sobre el terreno, como ocurrió en España con el caso del niño Gabriel. Pero todo es tan inmediato que perdemos cualquier atisbo de profundidad a la hora de interpretar esos hechos sobre los que se nos informa y tendemos a conformarnos con la primera impresión recibida. Entender la realidad exige un esfuerzo. Un caso como el que yo presento en esta novela precisa de quinientas páginas para asumirlo en toda su complejidad. No se puede explicar la realidad en 140 caracteres. En ese sentido, pienso que hoy en día una de las funciones de la literatura es la de corregir el exceso de inmediatez en los procesos de comunicación.

Discutir la versión oficial sin ofrecer una contrarréplica, como hace usted, ¿es una invitación para que el lector revise sus propios prejuicios?

En cierta medida sí. Escribir esta novela ha sido un intento por aminorar todo el ruido que hubo alrededor de este caso y que fue un ejemplo muy claro de las consecuencias que conlleva la conversión de la justicia en espectáculo. A Israel y Florence les juzgaron mucho antes los medios que los tribunales y eso ha propiciado que mucha gente tenga una opinión muy precisa y muy drástica sobre su culpabilidad, pero se trata de opiniones creadas y alentadas por los medios. Mi intención como escritor ha sido la de contrarrestar un poco todo eso.

¿Fue eso lo que le condujo a darle forma literaria al caso de Florence Cassez e Israel Vallarta?

Fue más bien el hecho de que se trataba de un asunto que reunía toda una serie de elementos fascinantes para novelarlo. De una parte, la repercusión que tuvo, tanto en México como en Francia; de otra, el hecho de que un episodio de delincuencia común propiciase un conflicto diplomático entre ambos países. Luego está su naturaleza: se trata de una historia policiaca con trasfondo político, pero también de una historia de amor y de conspiración que, además, me permitía reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación al servicio del poder político y sobre la intromisión de éste en el ámbito judicial. En este sentido, más que alentar la emisión de un veredicto por parte del lector, me interesaba confrontarle con un sistema de justicia lleno de irregularidades, trampas y vicios.

¿En qué medida el retrato que hace en «Una novela criminal» sobre el sistema de justicia mexicano sirve para explicar el país en su conjunto?

Bueno, es que el caso Vallarta/Cassez fue un suceso bastante paradigmático en lo que se refiere a cómo funciona la justicia en México, de hecho su notoriedad se debió a la nacionalidad de ella. Si en vez de francesa hubiese sido mexicana no hace falta decir que aún se estaría pudriendo en la cárcel, con o sin sentencia de por medio, como le ocurre a Israel Vallarta. El hecho de que ella fuese francesa fue lo que dio visibilidad al caso y puso de relieve el papel de la policía, tan tenebroso y oscuro en lo que se refiere a la fabricación de pruebas y a la obtención de testimonios mediante extorsión o tortura, y también el rol desempeñado por la maquinaria política y judicial. Como tal, la perversión kafkiana que nutre todo este proceso bien puede servir como metáfora de lo que es México, un país donde la corrupción va permeando en todos los estamentos sociales hasta alcanzar a la población civil que se ve obligada a participar de la misma.

 

 

Pero todas esas coyunturas lejos de ser específicas de México tienen alcance universal ¿no cree?

Muchos de los temas que abordo en la novela, es cierto, reflejan coyunturas que se repiten a escala global, por ejemplo, todo lo referido a esa tendencia tan establecida de convertir la realidad en espectáculo por parte de los medios de comunicación. En una época donde las redes sociales apenas sí existían, este caso fue un antecedente claro de eso que ahora denominamos fake news con esa retransmisión, en un directo de dos horas y media, de la detención de Israel Vallarta y Florence Cassez, una operación policial que nunca existió como tal y que fue preparada ad hoc para su emisión televisiva.

Esto nos lleva a otro término sobre el que también reflexiona en la novela como es el de posverdad. ¿Qué implicaciones tiene para usted este concepto?

Bueno, de entrada debo decir que es un término que detesto, pero quizá lo más interesante de esta expresión es constatar cómo mentir no penaliza. Los políticos siempre han mentido, eso no es un fenómeno nuevo, pero lo que sí es novedoso es comprobar la indiferencia que generan sus embustes; descubrir sus mentiras ha dejado de ser relevante para la ciudadanía y, en consecuencia, ellos no se sienten exigidos a explicarse. Eso es lo que define la posverdad, un fenómeno que ha prefigurado un escenario de apatía y conformismo.

Supongo que eso es lo que posibilita que la clase política se sienta con las manos libres para hacer del engaño la razón de ser de empresas cada vez más temerarias ¿no?

Hay una conexión muy clara entre ambos fenómenos, primero en lo referido a sus promotores. El responsable de la policía cuando Israel Vallarta y Florence Cassez fueron apresados, aquél que terminó por reconocer que el operativo de su detención fue un montaje, lejos de ser sancionado, fue ascendido por el presidente Calderón a Secretario de Seguridad Pública, siendo el encargado de liderar la guerra contra el narco. En ese conflicto aplicó muchas de las estrategias de las que se valió en su lucha contra la delincuencia al punto de convertirlo en una guerra mediática. Los operativos destinados a detener a ciertos traficantes, así como la captura de los más importantes capos, más allá de su efectividad real, fueron acciones diseñadas para tener un fuerte impacto en los medios a fin de demostrar lo eficaz que era la política del presidente Calderón, así como la labor de la policía.

Más allá de poner en evidencia la arrogancia de Felipe Calderón ¿cree que la guerra contra el narco fue una derrota del Estado de Derecho?

Fue un desastre en todos los sentidos. Fue un conflicto mal planeado, que provocó una cifra de muertos propia de una guerra civil y que, finalmente, no alcanzó ninguno de los objetivos que decía perseguir. Prueba de ello es que el tráfico de drogas no ha disminuido en ninguno de los países consumidores. Mientras en México, Centroamérica y Colombia muchos morían para defender su posición en el negocio de la producción y distribución de estupefacientes ¿aquí cuantas llamadas tienen que hacerse para conseguir droga al mismo precio y en las mismas condiciones que antes de que arrancara aquel conflicto? Fue un empeño totalmente inútil de consecuencias nefastas.

La victoria del PAN en el año 2000 fue percibida como una oportunidad para la regeneración política de México. Visto lo visto, ¿cree que, al margen de dilapidar su crédito en apenas dos sexenios, el fracaso de su proyecto político ha frustrado esa esperanza de regeneración?

Sí, claro. Aunque convendría diferenciar entre los mandatos de Vicente Fox y de Felipe Calderón. El primero fue un presidente un tanto extravagante y cuyo Gobierno estuvo lejos de promover los cambios prometidos, con eso y con todo, no cometió ningún error grave y eso hizo que se mantuviera la esperanza de regeneración que la caída del PRI había traído consigo. Lo peor vino luego, con la victoria de Calderón, que ya de por sí estuvo envuelta en sospechas de fraude. La confrontación con los seguidores de Andrés Manuel López Obrador y su empeño en demostrar mano dura usando como ariete la guerra contra el narco, condujo al país a una situación caótica con vulneraciones continuas de los derechos humanos, situaciones de abuso policial e incremento de la violencia. Su estrategia de enfrentar entre sí a bandas criminales ha dejado en México unas cifras de muertos, desplazados y desaparecidos inauditas.

¿Cómo encara la sociedad civil mexicana las elecciones presidenciales de julio de este año? ¿Ha llegado la hora de Andrés Manuel López Obrador?

Bueno, las encuestas, al menos de momento, así lo indican. La ciudadanía está tan hastiada de estos dos últimos gobiernos que ha habido en México, que ahora mismo López Obrador es el máximo favorito para alzarse con la victoria en el caso de que hubiera elecciones mañana mismo. Pero aún quedan unos meses y si la diferencia entre él y cualquiera de los otros candidatos se estrecha, veremos qué pasa.

¿Lo dice porque teme que se repita un escenario como el de 2006 con la oligarquía mexicana alentando una campaña del miedo en la que López Obrador fue tildado de «peligro para el país»?

Siendo honesto, no creo que en caso de repetirse una campaña así tuviera algún efecto a día de hoy. Esta es la tercera vez que López Obrador aspira a la presidencia de México y, aunque la oligarquía mexicana sigue muy activa contra él, ya son pocos los que están dispuestos a tragar con ese mantra de que si gana López Obrador convertirá a México en algo parecido a Venezuela.

¿Y qué papel cree que jugarán los medios de comunicación en este proceso electoral?

Ya lo están jugando. Teniendo en cuenta que diez de los quince medios impresos que tenemos en Ciudad de México viven de la publicidad institucional, su línea editorial está clara: van a defender aquello que se les dicte desde el Gobierno, y no solo contra López Obrador. También Ricardo Anaya, candidato del PAN, que ahora mismo figura en segundo lugar en las encuestas, está siendo atacado por el Gobierno sirviéndose, no solo de los medios, también de los organismos de justicia.

Ante un tejido político y social tan convulso parece casi hasta normal que los principales escritores mexicanos se decanten por la no ficción de cara a reflexionar sobre su país. Como si cualquier intento por novelar una realidad tan excesiva estuviera condenado al fracaso.

Bueno, yo creo que la realidad resulta excesiva en todas partes y que en la literatura mexicana conviven modos distintos de aproximarse a nuestra propia idiosincrasia. Basta con saber diferenciar cuándo resulta mejor poner a funcionar la imaginación y cuándo es preferible ceñirse a los hechos. Dicho lo cual, en aquellos lugares donde hay una gran conflictividad social, la tendencia natural por parte de los escritores es a reflexionar sobre la misma y no tanto a servirse de ella para la construcción de ficciones.

En este sentido, con «Una novela criminal» ¿se siente parte de una tradición literaria?

Pues no sabría qué decirte. A mí como escritor siempre me ha gustado encarar desafíos distintos. Nunca había hecho una novela sin ficción, entre otras cosas porque yo no tengo formación de periodista, pero me parecía que esta historia exigía ser contada así. Y fue apasionante hacerlo, pero también agotador. En el proceso de documentación, examinamos de arriba abajo el expediente policial del caso, preparamos entrevistas con los principales implicados en él, nos leímos todos los artículos y los libros que se habían publicado al respecto, vimos todos los videos y noticiarios que hablaron del asunto… Fue un desafío mayúsculo escribir un relato a partir de tal cantidad de información y, de hecho, no creo que vuelva a hacer algo así. Por de pronto, ya me apetece regresar a la ficción.

Queda por ver las respuestas que genera la publicación del libro, pues en sus páginas no se priva de señalar la responsabilidad de determinados políticos y funcionarios, con nombres y apellidos, en casos de tortura, falsificación de pruebas y prevaricación…

Soy consciente de que “Una novela criminal” va a ser una obra que traerá consigo bastante polémica. Creo que será un libro bastante discutido y debatido, sobre todo en México, pero también en Francia, lugares donde el caso Vallarta/Cassez se conoce muy bien y alcanzó una cierta relevancia. Pero me interesa mucho conocer la respuesta que esta novela puede tener en España o en otros países de América Latina, donde este caso apenas tuvo repercusión, algo que hace que el libro, forzosamente, sea leído de una manera distinta. Aunque, como dije antes, creo que ciertos temas que en él abordo tienen un alcance global.