IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Bifurcaciones

En esta sociedad tecnificada en la que vamos subidos nos hemos acostumbrado a medir, sopesar y planificar logísticamente toda suerte de procesos en relación con la realidad, y también con la realidad humana. Hemos desarrollado estudios y protocolos para la múltiple y compleja naturaleza de nuestra vida en sociedad, de modo que hoy podemos aseverar “científicamente” lo que podemos esperar de tal o cual situación, y no faltan expertos de este u otros temas que nos hablen de conclusiones sesudas que nos definen, y también nos predicen. Sentimos un impulso –y hasta una necesidad– por tratar de esclarecer las sombras de nuestro comportamiento, en particular, del comportamiento de otros, cuando los hilos de nuestra lógica no alcanzan a entender por qué alguien haría algo así.

En este sentido, investigamos en busca de respuestas globales que nos alivien o nos asustamos y alejamos de lo que no entendemos, incluso tratando de eliminarlo en un intento de hacer que algo así de incomprensible no exista a nuestro alrededor. Lo curioso, es que, a pesar de usarla para explorar el mundo de lo social, la lógica no siempre no basta para explicar por qué nos comportamos como lo hacemos, independientemente de que hablemos de niños, adolescentes o adultos.

Cada vez más nos resistimos a asumir que ciertas cosas simplemente pasan, nos pasan, y que quizá no podemos intervenir en aquello que no entendemos. Por ejemplo, no terminamos de entender por completo por qué unas personas son capaces de digerir eventos traumáticos mientras que otras viven sumidas en una depresión profunda a pesar de que nada agudo haya sucedido. O por qué unos padres con una historia infantil de abusos o negligencia derivan hacia un maltrato o falta de cuidado de sus propios hijos e hijas y otros con escenas similares llegan a la determinación de que nunca harían algo así a sus descendientes.

Evidentemente, podemos hilar muy fino, pero para eso hay que acercarse a los casos individuales, tener en cuenta el entorno particular y las relaciones concretas que a cada individuo le hizo tener una experiencia ligeramente diferente, lo que creó una pequeña bifurcación, de unos pocos grados, que a la larga derivó en trayectos radicalmente distintos. Hablamos de diferencias genéticas, de diferencias en el contexto, de diferencias en las capacidades cognitivas y emocionales del sujeto, y de su resiliencia, incluso, de su estilo de afrontamiento, mecanismos de defensa y modelos, de los estilos de apego resultantes con las figuras importantes... Pero al final, hay algo particular que se nos escapa y que solo podemos entender hilando toda nuestra ciencia de forma artística, integradora y cercana, si es que queremos realmente entender por qué hacemos lo que hacemos dadas nuestras circunstancias.

Preguntarnos unos a otros sobre nuestra historia, nuestros procesos internos, nuestras pasiones y deseos, nuestros sueños, miedos y demás vaivenes internos, no solo es una actividad íntima, es una oportunidad para encontrar una ligera variación al ponerlo en palabras frente a alguien interesado, implicado de verdad, que nos ofrezca esa bifurcación en la percepción de nosotros mismos y a veces de nuestro destino no explicitado.

Como sociedad puede que no nos entendamos del todo, nos toleramos y nos tememos y atraemos a partes iguales, pero quizá también nuestro futuro implique una conversación o miles de conversaciones sobre cómo hemos sido, y cómo llegamos a serlo. Quizá al hacerlo, igual que sucede en una conversación de uno a uno, podamos encontrar opciones creativas para que nuestros hijos e hijas desafíen a la lógica y al destino de aquello que nos ha atrapado hasta hoy.