MIKEL INSAUSTI
CINE

«Targets»

En nuestro recorrido por las óperas primas de grandes cineastas se pueden encontrar muchas diferencias en torno a las motivaciones de cada autor debutante, y las que impulsaron al joven Peter Bogdanovich estaban bien claras. Aquel veinteañero que se lanzaba a la dirección de películas era, ante todo, un empedernido cinéfilo que ejercía como crítico, estudioso e historiador del séptimo arte. Venía a ser la versión estadounidense de sus colegas europeos de la revista “Cahiers du Cinema” como creadores del movimiento fílmico Nouvelle Vague, con la ventaja de que tenía más cerca a los maestros que todos ellos admiraban. Su contacto personal con Orson Welles le había llevado a publicar un libro sobre su obra, pero seguía y entrevistaba a todos los grandes con una indisimulada preferencia por Howard Hawks, además de ser descubridor de otros directores no tan reconocidos como Allan Dwan. Pero la transición de la teoría a la práctica se debió a su relación profesional y artística con Roger Corman, junto al que iba a aprender realmente el oficio. Para ello no le importó hacer un ensayo previo con una producción de serie “B” destinada a la explotación en programas dobles, la psicotrónica “Viaje al planeta de las mujeres prehistóricas” (1968).

Para la creación de una pieza autoral como “Targets” (1968) también fue crucial la figura de Corman, gracias a cuya mediación Bogdanovich pudo dirigir al mítico Boris Karloff. Otros nombres importantes y necesarios fueron Samuel Fuller, que colaboró desinteresadamente en la escritura del guion y, sobre todo, Polly Platt. Ella entonces estaba casada con nuestro cineasta y, además de escribir el núcleo del guion, se encargó del diseño de producción y del vestuario, cometidos fundamentales en una historia que combinaba la realidad descarnada con la pura ficción. Su trabajo destaca especialmente en la ambientación sobrecogedora de las escenas domésticas, en el frío apartamento en el cual la familia ve la televisión ajena a la explosión de violencia que les aguarda. Una estética fría a la que contribuye igualmente la fotografía en tonos apagados de László Kovács, en contraste con el vivo colorido de la película de terror gótico que se proyecta en el autocine. Y ahí entra de lleno la banda sonora de Ronald Stein, un genio del cine grindhouse de los años 60 y 70.

Peter Bogdanovich también era actor y había estudiado el método con la prestigiosa Stella Adler, lo que le vino bien para interpretar en “Targets” a su alter ego Sammy Michaels, el director de la película que se estrena en el autocine, muy en la línea de las adaptaciones que Roger Corman hacía de las novelas de Edgar Allan Poe para la AIP. Y, claro, la estrella espectral de dicho estreno era un tal Byron Orlok, perfectamente reconocible como un anciano Boris Karloff. El triángulo mortal se completaba con el joven Tim O’Kelly, un excombatiente de Vietnam trastornado que, tras asesinar a su familia, huía de la policía y se refugiaba en el autocine.

Echando la vista atrás, con el dato en la mano de un bajísimo coste de 130.000 dólares, se comprende el inmenso talento de cuantos participaron en esta obra maestra a las órdenes de Peter Bogdanovich. Si resulta tan esencial, todavía cincuenta años después, es debido a que anticipó la naturaleza terminal del hecho fílmico. El autor utiliza como escenario propicio el universo decadente de los autocines, condenados a desaparecer dentro de la industria. Orlok-Karloff se retira porque considera que la violencia real ha desplazado al género terrorífico, y el destino le lleva precisamente a ser víctima accidental de un francotirador que le pone en el punto de mira de su rifle. Sin embargo, y ahí la magia del viejo celuloide, el agresor queda deslumbrado y desarmado por la coincidencia entre la presencia del actor en el evento y su imagen proyectada en la pantalla grande.