Fermin Munarriz
Interview
karlos zurutuza

«Hay más información en la retaguardia que en el frente de guerra»

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Llega a la cita con la frescura de su inmersión diaria en el mar a primera hora de la mañana para surfear en la Zurriola donostiarra. Es un hábito inexcusable que solo interrumpe cuando viaja a algún lugar remoto para ejercer otra de sus pasiones, el periodismo, una vocación tardía que convirtió en oficio. Karlos Zurutuza (Donostia, 1971) es licenciado en Filología Inglesa y ha ejercido como docente. Sin embargo, un giro en sus habituales viajes y su interés por las minorías lingüísticas le empujaron a dar el salto al reporterismo en 2003. Desde entonces ha cubierto como free lance (periodista independiente) decenas de crisis olvidadas, conflictos de repercusión internacional o vulneraciones de derechos humanos en la franja más caliente del planeta. Forma parte de esa nueva generación de periodistas vascos que abrieron caminos en el uso de las nuevas tecnologías, las áreas de cobertura y la difusión internacional de sus trabajos.

La lista de lugares que ha documentado desde entonces da vértigo: desde los Balcanes o los territorios en disputa del Cáucaso como Abjasia, Osetia del Sur o Nagorno Karabaj, a Armenia, Azerbayán, el Sahara ocupado, Argelia, Túnez, Libia, Kurdistán, Turquía, Siria, Irak, Irán, Afganistán, Baluchistán... También la proyección internacional de sus crónicas: Al Jazeera, “Vicenews”, “The Middle East Eye”, “Deutsche Welle”, “The Guardian”, “The Diplomat”, “The Monocle”, “The New Internationalist”, “IPS News”, “Jot Down”... Sin olvidar medios vascos, en particular GARA y 7K, de los que es colaborador habitual.

Escribe indistintamente en castellano, euskara e inglés, y es culto y templado de ánimo, con una ligera flema británica que le ayuda en las situaciones delicadas de la profesión. Trabaja en solitario o con la compañía esporádica de algunos reputados fotoperiodistas.

Ha recibido varios premios por su labor y es autor de los libros “Trípoli-Kabul” (2012), "Ekialde Hurbila, muinak eta ertzak" (varios autores, 2017) y el reciente “Tierra adentro. Vida y muerte en la ruta libia hacia Europa” (2018), una minuciosa radiografía sobre el terreno de la crisis migratoria actual.

Y aunque conoce el combate y los rigores bélicos, elude la etiqueta de corresponsal de guerra y reivindica la del oficio de reportero. Porque en sus botas hay arena de Trípoli, Kabul, Quetta, Mosul o Raqqa, pero antepone su vocación de caminar en los zapatos del otro. Y no es tarea fácil.

Licenciado en Filología Inglesa, dedicado a la docencia, viajero... y un día decide dedicarse al periodismo...

Sí, pasé de la enseñanza al periodismo de manera inesperada. Siempre me han gustado mucho los mapas de lenguas. Empecé a viajar con mochila a sitios donde había muchos puntos de interés en esos mapas, y estaban fundamentalmente en los Balcanes, el Cáucaso y Oriente Medio. Y al final, de buscar lenguas pasé a hacer periodismo. Me interesan las minorías, las lenguas, las religiones... Me fascina la cultura de la diversidad; creo que es un tesoro, un patrimonio de todos. Incluso dentro de la diversidad también existen minorías de todo tipo. Al final, lo que haces es buscar al individuo, a la gente. Todos somos de alguna manera minorías.

Hay una tendencia en Occidente a homogeneizar la visión sobre Oriente Medio como algo compacto. Sus trabajos, sin embargo, nos muestran un mosaico riquísimo de culturas, idiomas, religiones...

Oriente es como una alfombra persa llena de colores y de matices. Nos lo han transmitido como algo monocolor: todos son "moros", todos son árabes, todos son musulmanes... Y nada más lejos de la realidad. Por eso, caminar sobre esa alfombra es muy enriquecedor.

Esa alfombra que documenta se extiende más o menos por la franja del paralelo 33º Norte, desde el Sahara ocupado hasta Baluchistán; es decir, norte de África, Oriente Medio y Asia Central, con incursiones también en el Cáucaso y los Balcanes. ¿Por qué eligió ese área, que es, además, la más convulsa del planeta?

Por el interés de conocer una coyuntura que para nosotros es ajena, que es la guerra. Se repite mil veces que la guerra saca lo mejor y lo peor de la gente, y creo que es verdad. Pero es también una forma de combinar muchos elementos; el interés por la diversidad te lleva a constatar que está atrapada en una guerra eterna. Y por supuesto, tengo un interés, yo diría que antropológico, por saber cómo se comporta el ser humano en esas situaciones límite.

¿Cómo es la guerra?

Creo que era [el periodista inglés] Robert Fisk quien decía que en la guerra el 99% del tiempo no pasa nada y el 1% la gente se vuelve loca. Básicamente es eso... Generalmente no pasa nada, pero de un día para otro la gente tiene que huir, atravesar países y fronteras a escondidas... He visto a personas que tenían una vida relativamente acomodada y que de repente han tenido que correr para salvar la vida, atravesando el mar Egeo en un bote hinchable o refugiándose en otros países.

Suele identificarse la guerra con el combate. Sin embargo, en sus crónicas encontramos también historias de personas. ¿Hay más información en la retaguardia o en el frente?

Sin duda, en la retaguardia. Cuando voy a hacer una cobertura a una zona de guerra, me resulta suficiente ir una o dos veces a la línea de combate. Un frente de guerra es algo repetitivo. Además, en Oriente Medio se repiten los rasgos, los uniformes, hasta la estética varía poco.

Para mí las cosas suceden detrás. Cuando voy a una zona de conflicto me dirijo a dos sitios: primero voy al hospital, que da una idea de la intensidad del conflicto. A veces esperas un enfrentamiento brutal y compruebas en el hospital que no es para tanto, o al revés. Y voy también a las escuelas, que dan una pista muy buena de la situación. Si faltan la mitad de los niños es que la mitad de la población se ha ido, ha muerto o ha desaparecido por la guerra. A veces ocurre que no hay escuelas, no hay niños; en esas situaciones estamos hablando de crisis extrema. Hospitales y escuelas son el termómetro de la situación. Pero también podemos hablar de panaderías. Por ejemplo, la información que recogí en la primera panadería que se abrió en Trípoli en la guerra de 2011 tras semanas de asedio era valiosísima. Obtuve más información en la cola de aquella panadería que en el frente.

Hay lugares que un día están en pleno foco informativo y, repentinamente, desaparecen. Usted es de los que retornan al lugar cuando se diluye el interés de los grandes medios. ¿Qué información nos dan las posguerras?

No sé si en algunos lugares podemos hablar de posguerra, porque la pregunta es cuándo se ha acabado realmente una guerra. ¿En Libia, por ejemplo, se ha acabado? En octubre de 2011 mataron a Gadafi, pero en 2014 hubo otra guerra, que no se contó, y en estos mismos momentos, mientras hablamos, hay enfrentamientos armados en Trípoli. Realmente no sé cuándo empieza la guerra, cuándo acaba o cuándo empieza la posguerra.

A mí estar con gente en esos momentos tan intensos como una confrontación armada me genera un vínculo. Es un vínculo que me obliga a volver. Empiezas a contar una historia y quieres saber cómo acaba, porque en esa historia hay personajes reales, hay gente que has conocido y con la que has entablado ese vínculo. Para mí es una necesidad seguir en contacto. Reniego totalmente del periodismo paracaidista, lo de saltar en un conflicto y desaparecer. Para mí es otra cosa, no tiene que ver con eso.

¿Cómo son recibidos los periodistas occidentales en las zonas de conflicto?

Generalmente, bien. En Libia o en Rojava (Kurdistán sirio) por ejemplo, bien, pero en otras zonas de Siria, como Alepo o Homs, los rebeldes sirios en origen –no hablo de los actuales– esperaban un escenario a la libia, con una intervención internacional, una resolución de la ONU que facilitara el derrocamiento de Al Assad. Eso no ocurre y entonces la gente en Siria se cansa del desfile de periodistas porque cree que no va a servir para nada. Mi experiencia personal es que he sido muy bien recibido por la población; luego están las trabas burocráticas y la persecución de los gobiernos. Trabajar en Irán como periodista es muy difícil. También trabajé en Siria antes de la guerra y era difícil y peligroso. Pero el recibimiento de la gente es bueno. Hablamos de países que han estado cerrados muchos años y conocer a alguien de fuera ya es estimulante.

¿Ser free lance reporta más libertad o autonomía para ejercer el trabajo que a los periodistas de grandes grupos?

Sí, por muchas razones. Esos periodistas tienen que viajar con un protocolo de seguridad que incluye gente armada, convoyes, etc... Es decir, no pueden viajar sin llamar la atención. En mi caso, yo quiero incrustarme en la población local y saber cómo viven. Si te presentas en una casa con chaleco antibalas, gente armada y un convoy de dos o tres coches, no es tan fácil como ir tú solo con tus contactos locales y pasar semanas conviviendo con las familias.

Y por otro lado, como free lance me gusta la independencia y poder elegir mis historias y mis destinos. A veces la actualidad te lleva a cubrir ciertas zonas, como ocurrió en Libia, pero yo, por lo general, me muevo en las afueras de los escenarios principales.

¿Tantos años visitando zonas en crisis llegan a afectar a la persona? ¿Se puede perder sensibilidad ante el sufrimiento?

Creo que te acostumbras a trabajar en esas situaciones, te acostumbras a que no te afecte, te pones una especie de barrera y haces las fotos, las entrevistas, el trabajo. No obstante, hay un cansancio acumulado. Pero uno sigue volviendo...

¿Se llega en algún momento a pensar «hasta aquí»?

Sí, te lo planteas muchas veces, pero luego vuelves. Es un trabajo fascinante. Yo estoy ahí porque quiero, nadie me ha mandado; poder contar eso es un privilegio. Y a veces las experiencias fuertes son las que menos te imaginas. Para mí una de las experiencias más duras y que más me han marcado, más que el estruendo de un frente de guerra, fue cruzar la frontera siria hacia Irak corriendo por la noche con una familia que hasta hacía poco había llevado una vida cómoda en Alepo. Compartí esa travesía con el matrimonio y los tres hijos con lo que habían podido coger de casa. Es en esos momentos cuando dices: «esto es la guerra». De un día para otro, todo lo que has construido, lo que has tenido, no vale para nada y debes correr por tu vida y la de tu familia. Para mí esos son, quizás, los momentos más intensos que he vivido.

 

¿Quitan más el sueño los vivos o los muertos?

Los vivos. Sin duda.

Entre otros muchos trabajos, ha documentado varias guerras. En las últimas ha cubierto ofensivas decisivas contra el ISIS en Irak, Libia y Siria. ¿Estamos ante el final del Estado Islámico?

Estamos ante el final del califato. Creo que el ISIS se transformará nuevamente. Antes fue Al Qaeda, que no tenía un territorio consolidado; era un movimiento insurgente que no contralaba territorio, pero era capaz de atentar en Londres, en Madrid... Con el ISIS se pasó a un nuevo paradigma, que era tener territorio. Ahora ya no controlan terreno pero volverá el yihadismo 3.0. Pasará un periodo de reorganización hasta que vuelvan. Acaba de haber un acuchillamiento en París; eso no tiene nada que ver con atentados de mayor envergadura que hemos visto, pero no creo que pase mucho tiempo para volver a ver de nuevo reventar trenes en las capitales occidentales...

La religión es uno de los factores centrales en muchos de los conflictos que usted conoce. Se habla incluso de una guerra civil en el Islam. ¿Es la religión el motor principal de las turbulencias en Oriente Medio?

No, la religión es un pretexto, un arma para movilizar a la gente, que en muchos lugares puede ser analfabeta o tiene pocos recursos. No se les puede movilizar diciendo que hay una guerra por el negocio del petróleo en el Golfo Pérsico; se alimenta diciendo que su vecino chií va a venir mañana a destruir sus templos suníes, y viceversa. Es así como se moviliza la gente. No obstante, el factor religioso también existe en esa espiral de odio que se genera. Hay gente que realmente lucha por la religión o cree que lo hace, cuando en realidad está sirviendo a intereses mucho más espurios de quienes mandan.

Por ejemplo, hoy el aliado principal de Israel en Oriente Medio es Arabia Saudí, porque su enemigo común es Irán. Incluso Israel mantiene relaciones muy fluidas con Turquía, y Erdogan es hoy la cabeza de los Hermanos Musulmanes. Ese tipo de alianzas te dice que las claves son otras.

¿Cabe la posibilidad de una experiencia aconfesional y de convivencia intercomunitaria sólida en Oriente Medio?

Ese es un auténtico desafío para Oriente Medio. No olvidemos que se mueve entre dos polos; uno es el nacionalismo árabe excluyente de regímenes en los que lo no-árabe no tiene cabida; y luego, el islamismo en todas sus variantes: el salafismo, el wahabismo, etc... En ese contexto, los kurdos han creado en el noreste de Siria, en el Kurdistán, un modelo absolutamente revolucionario, pero no solo para Oriente Medio sino también para el mundo occidental, inspirado en los planteamientos de Abdullah Oçalan (líder del PKK, preso en Turquía), que es el ideólogo de todo esto. Es un auténtico desafío a todos los niveles; los kurdos han sabido no encerrarse en dogmas ni en modelos doctrinarios, sino que han adaptado su discurso a la coyuntura. Uno de los pasos más relevantes, guiado por Oçalan, fue rechazar el modelo de estado-nación; a comienzos de los noventa los kurdos ya dijeron, a través del PKK, que no pretendían un estado kurdo. Un segundo paso fue renunciar al marxismo-leninismo que el PKK abanderaba en origen y girar hacia un modelo más horizontal, de municipalismo radical. Se dice que el germen de ello fue la correspondencia que mantuvo Oçalan con el anarquista estadounidense Murray Bookchin. Yo no diría que el modelo de los kurdos es anarquista, pero sí que bebe de las fuentes libertarias, con experiencias que son realmente revolucionarias en Oriente Medio, como la autogestión, el papel de la mujer en la sociedad, la libertad religiosa, el modelo de los consejos y de los ayuntamientos, que descansa sobre el poder local más que piramidal...

Esto ha permitido que las comunidades no kurdas, como los árabes, los siriacos o los armenios del norte de Siria se puedan incorporar a ese proyecto.

Ha realizado también reportajes sobre minorías lingüísticas, pueblos sin estado o comunidades «en la periferia de la historia»: amazighs, kurdos, yazidíes, baluches... ¿A qué responde ese interés?

Pues a mi interés por la diversidad y, sobre todo, por la gente que se queda en la periferia. Llevo más de quince años trabajando en Oriente Medio y nunca he cubierto el conflicto palestino. Me parece un conflicto sangrante y una situación absolutamente demoledora, pero siempre he tenido la sensación de que de alguna manera está presente; hay periodistas cubriendo continuamente ese tema. Cuando empecé tenía claro que quería ir a sitios que no estuvieran en el radar informativo. Mi impulso como periodista era contar lo que está por contar. Muchas veces se generan dinámicas en las que muchos periodistas cuentan la misma historia, con matices, pero al final es cantidad de energía desaprovechada. Podríamos distribuirnos y tendríamos una imagen mucho más completa de Oriente Medio.

Es usted uno de los pocos periodistas extranjeros que ha entrado en Baluchistán, incluso con grupos insurgentes. Recuerdo el titular de un reportaje: «El fin del mundo puede ser como te lo imaginas». ¿Cómo es el fin del mundo?

El fin del mundo puede ser Baluchistán o Siria... Baluchistán no existe para los medios. Estamos hablando de un pueblo de entre veinte y treinta millones de personas, que está sometido, y del que no se sabe nada. El pueblo baluche es el paradigma del olvido. En Occidente y también en Oriente. Hace poco un líder baluche me decía que se habla de Palestina, de los rohinyas, de Cachemira, que es necesario obviamente, pero a los kurdos, por ejemplo, los ha puesto en el mapa la guerra con el ISIS. Hasta 2014 uno podía ofrecer reportajes sobre el Kurdistán y no le interesaban a nadie. Y los baluches siguen sin estar en el mapa; primero porque es muy difícil trabajar en la zona, controlada por Irán, Pakistán y Afganistán, y porque a no ser que se trate de medios –para mí ejemplares– como Gara, pues no interesa.

Usted ha conocido en persona las caras de la migración en el Mediterráneo (desplazados, centros de detención, mafias, pateras, rescates, desembarcos...), que recoge en su último libro, «Tierra adentro. Vida y muerte en la ruta libia hacia Europa». ¿Qué futuro inmediato cabe esperar ante este fenómeno?

Viendo la situación en la que se encuentra Libia, todo apunta a que ese tráfico ahora se moverá hacia la "carretera secundaria" que era Marruecos. La presión sobre Marruecos va a ser tremenda. Y luego la presión de Marruecos sobre España y la Unión Europea, también. Entre los efectos colaterales de ello estará el pueblo saharaui, que si ya estaba abandonado, ahora con el chantaje que va a hacer Marruecos al Gobierno español y a la UE la situación se agravará. Realidades como la situación en el Rif o el Sahara Occidental pasarán a un segundo nivel en el subsuelo. A corto plazo yo veo mala solución. Estamos hablando de soluciones para toda África, de distribuir la riqueza y que la gente pueda vivir con dignidad en sus países de origen.

Desde 2011 se han producido cambios vertiginosos en el norte de África y Oriente Medio. ¿Cabe esperar algo así también en Asia Central?

Creo que se está desplazando el eje hacia Asia Central. No dejo de pensar que cada diez años ocurre algo. Por ejemplo, en 1991 cae la URSS, en 2001 ocurre el 11-S con las repercusiones que trajo para Afganistán e Irak, en 2011 las llamadas "revueltas árabes"... No sé si en 2021 acabaremos viendo la implosión de Irán y de Turquía. Creo que si eso ocurre, lo que hemos visto de 2011 para aquí se va a quedar muy pequeño, pero está claro que son dos potencias regionales que están al límite.

Dígame, ¿para qué sirve el periodismo?

Esta es la pregunta más difícil. Hay una respuesta tipo: la del cuarto poder que se dedica a salvaguardar los avances de la sociedad, que vigila ante la corrupción, los abusos o la impunidad... Si la pregunta es para qué sirve el trabajo que he hecho, me pones en un compromiso. Prefiero no darle muchas vueltas, pero no puedo concebir un mundo sin periodismo. Tal vez mis historias tendrán poco impacto pero alguien las lee y, a lo mejor, esa persona es capaz de empezar a provocar un cambio. No solo mis historias, sino las que escribimos todos. Quiero pensar que al final contribuimos a un cambio a mejor, quiero pensar...