MIKEL INSAUSTI
CINE

«Captive State»

A finales de mes, y con el título de “Nación cautiva”, podremos ver la nueva realización del cineasta británico Rupert Wyatt, que probablemente gustará más al espectador interesado en distopías políticas que al amante de la ciencia-ficción más espectacular. Es una producción arriesgada del estudio DreamWorks y la compañía Amblin Partners de Steven Spielberg que, si no consigue una buena taquilla, condicionará bastante la carrera de su responsable directo, necesitado de una película original con la que generar su propia franquicia.

Después de dirigir en su país “The Escapist” (2008), Wyatt triunfó en Hollywood con “El origen del planeta de los simios” (2011), y esto le ha condenado a ser demandado por la Industria como un especialista en relanzamientos, viéndose obligado a rehacer viejas ideas o argumentos preexistentes. Intentó conciliar autoría y lenguaje referencial con el remake de “El jugador” (2014), sobre el clásico homónimo de su compatriota Karel Reisz, guionizado por el cineasta de culto James Toback en 1974, pero acabó siendo un vehículo para el actor Mark Wahlberg. Sus siguientes trabajos para televisión han sido también retornos obligados a materiales conocidos, como “El exorcista” (2016) o “La costa de los mosquitos” (2020), nueva adaptación de la novela de Paul Theroux ya llevada a la gran pantalla por el australiano Peter Weir en 1986.

En medio de un panorama tan conservador, con los productores apostando por vender a las nuevas generaciones lo mismo que las anteriores ya conocieron en su momento, mediante una simple y fácil adecuación a los tiempos cambiantes, es de agradecer que Ruper Wyatt se la juegue con una película que no es fácil, que no busca el discurso populista, e incluso puede llegar a incomodar en los Estados Unidos, donde cabe interpretar su mensaje como una denuncia de la pasividad ante el mandato de Trump.

Por eso su campaña de lanzamiento anglosajón lleva inscrita a fuego, entre humo rojizo de bengalas, la frase “Light a Match. Ignite a War”, dando a entender que a veces basta con que salte una chispa para que prenda la mecha de la sublevación armada. Una dinámica que encuentra su motor genérico en el thriller político o de espionaje, por lo que el trasfondo futurista funciona más bien a un nivel ambiental o simbólico. Por lo demás, su mecanismo interno, narrativamente hablando, es el de cualquier película bélica sobre la Segunda Guerra Mundial, mostrando la lucha de la Resistencia contra la facción colaboracionista con el ejército invasor, que aquí son alienígenas en lugar de nazis.

El gobierno provisional humano responde al concepto de “los legisladores”, encargándose de reclutar población que trabaje en la construcción de hábitats subterráneos denominados “zonas cerradas”, y a los que solo tiene acceso el personal autorizado. La propaganda oficial se encarga de hacer creer que sus gobernantes títeres mantienen viva la democracia, y que sirven de intermediarios ante el invasor para garantizar la paz y la seguridad, mientras que los grupos rebeldes son considerados como terroristas y enemigos del sistema que solamente buscan la destrucción y el caos.

Un joven afroamericano (Ashton Sanders) del barrio marginal Pilsen de la ciudad de Chicago se une a las revueltas en el 2027, ya que su hermano (Jonathan Majors) es el líder del comando revolucionario Phoenix, que prepara atentados contra los legisladores. Ambos son vigilados por un oficial de policía (John Goodman), que en realidad busca ascender y poder infiltrarse en territorio enemigo.

El estilo de Wyatt es de cámara documental a fin de lograr un tono realista, más allá de los escenarios transformados por los efectos funcionales del GGI, lo que aporta una atmósfera opresiva y tensa con un suspense que va in crescendo hasta llegar una explosión final con imágenes de manifestaciones callejeras.