XANDRA ROMERO
SALUD

Hipercolesterolemia

La hipercolesterolemia es una de esas patologías sobre las que tanto población general como los sanitarios tenemos la mala costumbre de verter información confusa y no contrastada. Sobre todo me refiero a ciertos mensajes arcaicos y confusos sobre cómo afecta la alimentación, para bien o para mal, sobre las cifras de colesterol sanguíneo.

Lo primero que debemos saber es que el colesterol es una molécula grasa necesaria para la vida que se encuentra en la sangre. Como la sangre es un medio acuoso y el colesterol grasa, este tiene que circular dentro de unas “burbujas” llamadas lipoproteínas. En función del tipo de colesterol que estas “burbujas” llevan en su interior, hablamos coloquialmente de colesterol bueno (HDL), que es el que viaja en dirección al hígado para allí ser destruido, y el colesterol malo (LDL), que se encuentra circulando por la sangre continuamente para cuando una célula necesite colesterol tenerlo a su alcance.

Hasta donde sabemos, si los niveles de colesterol total superan los 200 mg/dl, el médico nos empezará a dar el primer aviso, pues se empieza a hablar de riesgo cardiovascular. Sin embargo, esta cifra por sí sola no indica todo lo necesario para poder ver cómo está el colesterol. Por eso, es necesario evaluar las cifras de colesterol HDL (bueno) y LDL (malo). Si este último supera los 100-160 mg/dl, nos dicen que el riesgo cardiovascular es elevado y lo más seguro es que nos indiquen tratamiento farmacológico. Sin embargo, los últimos estudios indican que el factor principal de aumento del riesgo cardiovascular es principalmente el número de partículas LDL, no la cantidad de colesterol que llevan en su interior, que es lo que miden actualmente nuestros análisis de sangre. Por lo tanto, este indicador puede ser útil, pero en ocasiones es ineficaz mostrando el riesgo.

Entonces, ¿qué hago si tengo el colesterol elevado? ¿Y si me indican un tratamiento farmacológico con estatinas?

Un estudio de revisión de otros estudios previos publicado en 2018 en la revista “Expert Review of Clinical Pharmacology” concluye que, a pesar de que durante medio siglo el tratamiento con estatinas se ha promovido ampliamente para prevención cardiovascular, a día de hoy existe una comprensión cada vez mayor de que los mecanismos son más complicados y que el tratamiento con estatinas tiene un beneficio dudoso.

Además, la OMS (Organización Mundial de la Salud) recomienda que, ante esta situación, primero se haga una dieta pautada y controlada durante un año antes de acudir a los fármacos.

Entonces, ¿es cierto que el colesterol de los alimentos aumenta el colesterol sanguíneo? Pues el estudio publicado en 2018 “Meta-regression analysis of the effects of dietary cholesterol intake on LDL and HDL cholesterol” confirma que la relación entre el colesterol dietético y el colesterol en sangre (LDL y HDL) es bastante difícil de generalizar. Y que, a pesar de que el aumento de la ingesta de colesterol puede provocar cierto aumento del colesterol “malo” (LDL) en algunas personas, la respuesta de una persona a otra y de una circunstancia a otra puede ser muy diferente y en la mayoría de las ocasiones, bastante moderada.

Aún así, si queremos cambiar nuestra dieta, tal y como indica la OMS, ¿qué tipo de dieta deberíamos seguir para reducir el riesgo cardiovascular?

Pues ninguna en concreto. Entendiendo el concepto “dieta” como la composición, frecuencia y cantidad de comida y bebidas que constituye la alimentación de los seres vivos, lo que se recomienda es cambiar el tipo de alimentos y bebidas que conforman nuestra alimentación.

En este sentido, la Guía de la European Society of Cardiology junto con la European Atherosclerosis Society sobre el manejo de las enfermedades cardiovasculares publicada en 2019, indica que un mayor consumo de frutas, verduras, nueces, legumbres, pescado, aceites vegetales, yogur y cereales integrales, junto con una menor ingesta de carnes rojas y procesadas, alimentos con mayor contenido de carbohidratos refinados y sal, así como una ingesta cero de alcohol se asocia con una menor incidencia de eventos cardiovasculares.