Gorka Castillo
Interview
Steven Forti

«La gente busca seguridad y compra el discurso simplista de la extrema derecha»

Fotografía: Oriol CLAVERA
Fotografía: Oriol CLAVERA

La pandemia no es la medida de todas las cosas pero sus consecuencias pueden ayudar a pensar por qué senderos transcurre la vida y cómo se transforman los sueños. Steven Forti (Trento, 1981) pudo haberse inspirado en esto para escribir el capítulo que le correspondía del libro “Patriotas Indignados: Sobre la nueva ultraderecha en la Postguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols (Alianza Editorial, 2019)”, un repaso que seis profesores y catedráticos hacen al renacimiento de esa nueva extrema derecha que se expande como otra peste contemporánea más. Desde la América de Trump y la Sudamérica de Bolsonaro, a la Rusia de Putin y su antiguo bloque y, por supuesto, a la que ahora brota en una Europa que camina tambaleante por las tinieblas. Pero como italiano ilustrado, prefiere obviar el término fascista para referirse a todos ellos. No le parece preciso. Los de ahora son más complicados. «Vox, por ejemplo, es la versión españolista 3.0. Es el aznarismo exacerbado», dice con voz clara y el cabello más revuelto que la política actual. Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador de la Universidade Nova de Lisboa, Forti también es articulista de varios medios digitales, y autor y coeditor de varios libros más que sirven de martillos para desmontar el negro decorado construido por el neoliberalismo.

¿Cuál es su diagnóstico del estado actual del mundo?

Es complejo y de difícil comprensión. A menudo echamos mano de la ‘modernidad líquida’ de Zygmunt Bauman para explicar lo que sucede pero más bien parece que vivimos tiempos gaseosos. Lo digo por la rapidez con la que se están produciendo los cambios. Seguimos empeñados en analizar el mundo con las herramientas del pasado y eso dificulta entender lo que sucede. Observe cómo funcionan las redes sociales: Facebook ha modificado nuestra manera de relacionarnos y Twitter ha trascendido la política para convertirse en el soporte para la difusión de bulos y de propaganda.

La gente maneja más información que nunca pero los proyectos autoritarios avanzan. ¿Por qué?

Porque la democracia liberal atraviesa una profunda crisis. El ejemplo evidente lo hemos visto en EEUU con la postura de Donald Trump hacia los resultados electorales. Hablamos de un país que sigue siendo la mayor superpotencia del mundo, aunque ahora esté viviendo una profunda crisis de identidad y de su propio modelo imperial. Pero hay cosas que afectan a muchos más países, entre ellos a los europeos, donde existe una percepción bastante generalizada de inseguridad en la población. Miedo e incertidumbre no solo al desempleo y al empobrecimiento, sino también a los cambios bruscos que se están produciendo y que la pandemia solo ha acelerado. Estamos en un periodo de inestabilidad general. La gente busca seguridad y compra el discurso simplista de la extrema derecha.

Un discurso que gana apoyos entre sectores que desconfían de la política porque se sienten abandonados.

Sí, es cierto, pero lo que compran es una idea falsa de seguridad. ¿De qué protección les hablan? ¿De construir vallas y muros contra inmigrantes y refugiados como ha hecho Viktor Orbán en Hungría y Donald Trump en EEUU? ¿De cerrar los puertos como hizo Salvini en Italia? ¿De colocar a exgenerales en puestos relevantes como está haciendo Vox? Esta gente basa su éxito en difundir desconfianza a la gente mientras ofrecen la idea mitificada de una arcadia feliz construida sobre un pasado que jamás existió. Ese es el caldo de cultivo donde los demagogos y populistas de la ultraderecha han irrumpido con fuerza para llegar al poder.

También porque las instituciones públicas no responden, corrompidas por las viejas élites que siempre mandaron.

Es indudable. Y ha disminuido el compromiso de la gente a involucrarse contra todo eso. Estamos en un momento histórico crucial porque empezamos a percibir los errores cometidos a finales de los 70 y principios de los 80 con el fin del consenso keynesiano y la irrupción de la contrarrevolución neoliberal que trajo recortes al estado del bienestar y políticas de privatización salvaje. Aquellos fueron cambios muy profundos con unas consecuencias nefastas para la sociedad. Es posible que la economía no sea la única razón del resurgir de la extrema derecha pero es importante tenerlo en cuenta si queremos recuperar la confianza de la ciudadanía y frenar la deriva tecnocrática actual.

¿Y cómo recuperar esa confianza?

Creando cauces que favorezcan la participación ciudadana. ¿Cuáles son esos cauces? Pues aquí existe debate. Hay quien habla del sorteo cívico, una herramienta que ahora empieza a deliberarse en ámbitos de investigación sociológica para que grupos de personas procedentes de una muestra de la sociedad tomen decisiones sobre políticas públicas. No tengo una idea formada sobre este asunto pero me parece una propuesta interesante de analizar. También están las plataformas municipalistas que surgieron en 2014 con la idea de liderar decisiones en el ámbito local y que han funcionado muy bien. Pero hay muchas más vertientes abiertas que debemos explorar porque las sociedades están cada día más deshilachadas.

El derecho a decidir, como ejercicio democrático, está proscrito por estas latitudes. Mire lo que sucedió en Catalunya. Usted mismo fue crítico con el procès. ¿Por qué?

En mi opinión, fue la declinación catalana de la ola populista global. Esto no significa que dentro del procès no hubiera sectores destacados que desarrollaron procesos participativos, de debate y discusión entre la ciudadanía, pero debemos observarlo en conjunto. El procès fue liderado por la vieja élite de Convergencia que gobernó Catalunya durante 30 años. Y ese poder compró un discurso populista mientras aplicaba políticas de recortes sociales muy duros que desataron una reacción de protesta enmarcada en el 15-M. Mi visión crítica viene de ahí. Desde luego que organizar referéndums es una manera de reforzar la democracia pero se debe tener en cuenta cómo se utilizan y en qué contexto se realizan. Mire lo que sucedió en el Reino Unido con el Brexit porque se decidió en un momento en el que la sociedad estaba muy polarizada. O en Colombia el del proceso de paz. ¿Qué hacemos ante esta tesitura? ¿Y si Vox propone una consulta para acabar con el sistema autonómico? ¿Dónde ponemos el límite? Son temas complicados y pienso que es preferible apurar antes las vías de diálogo. Quizá se podría empezar proponiendo reformas y votar sobre cuestiones que no marquen rupturas tan netas.

Pero lo que sucedió en Catalunya ha generado frustración. Era un referéndum apoyado por más del 75% de la población.

Cierto. Ha provocado una fuerte insatisfacción con el status quo español que difícilmente se recuperará. Es indudable. Pero las mentiras que algunos contaron durante los diez años que ha durado el procès también generaron frustración. Hubo dirigentes que prometieron que la independencia estaba al llegar, que nadie lo podía parar y que Europa lo reconocería. Sin embargo, nada de eso ha sucedido.

¿Qué queda de los grandes partidos políticos de masas que movilizaron el siglo XX?

Hoy en día casi no existen. Es importante tenerlo en cuenta porque ejercían la función esencial de canales de transmisión entre la ciudadanía y las instituciones, con sus debates y fricciones internas. Pero no son los únicos actores que ahora sufren una profunda crisis. Ahí están los sindicatos que han perdido el peso importantísimo que tuvieron hace 30 o 40 años porque encuentran problemas para situarse en el nuevo mundo del trabajo caracterizado por la precariedad, las reformas laborales y ahora el teletrabajo.

Trump, Salvini o Vox surgen como brotes tóxicos del exceso neoliberal. ¿Puede llegar la ultraderecha a ser el peor enemigo del sistema que dicen defender?

La extrema derecha practica un doble juego. Ahora recortan libertades y derechos colectivos pero defienden políticas económicas ultraliberales que maquillan con medidas sociales que son pura propaganda. Lo hacen Orbán en Hungría y los polacos de Ley y Justicia. El mismo Trump ha promulgado la mayor bajada de impuestos a los ricos para compensar unas políticas proteccionistas que no deben de ser muy del agrado de sus voraces transnacionales. Vox es, en ese sentido, la versión españolista 3.0. Es el frente político del aznarismo exacerbado. Casi todos sus dirigentes vienen del PP de Aznar o se formaron en aquel clima cultural y en aquellas tradiciones de clase media-alta que se conectaba con los canales más ultras de Latinoamérica obsesionados con el chavismo. Por cierto, un recurso muy típico de esta nueva derecha mundial es acusar al rival de comunista, bolivariano y no sé qué bobadas más. Ahí tienes a Trump calificando a Biden de socialista. ¡A un liberal de libro como Biden!

Usted escribe a menudo del empuje del rojipardismo en Europa con su lema «valores de derecha, ideas de izquierda». Y suele citar a Diego Fusaro, un historiador italiano que se ha labrado fama internacional difundiendo noticias falsas y mensajes contra la migración o el feminismo pese a definirse como marxista. ¿De dónde procede tanta locura?

Aquí se juntan varias cosas. Por un lado, Fusaro no es original. Existen muchos ejemplos de pequeñas figuras, políticos o colectivos ideológicamente zigzagueantes, que han surgido a lo largo de la historia mezclando ideas de izquierda con valores de derecha. Pienso en los nacional-bolcheviques alemanes de los años 20 y 30. O en quienes hoy se autodefinen como “ni de izquierdas ni de derechas”, los populistas de derechas de la actualidad, que se aprovechan del estado de confusión ideológica actual para crecer. Ya dijo Gramsci que cuando lo viejo se muere y lo nuevo todavía no ha nacido surgen fenómenos inquietantes. Pues aquí están. Y hay sectores de la izquierda que han comprado parte de ese discurso, sobre todo el que hace referencia a la inmigración, porque creen que así frenarán la penetración de la denominada “derecha social” en la clase trabajadora. En mi opinión, se equivocan. La peor manera de combatir a la extrema derecha es adoptar su discurso porque lo legitimas y allanas su camino.

¿No hay una cierta incapacidad en la izquierda actual para cambiar las cosas?

Efectivamente. Hay sectores que piensan que la dispersión de su lucha por los derechos colectivos hacia cuestiones concretas como el colectivo LGTBI, el feminismo, la inmigración o el cambio climático la están debilitando. Yo no pienso así porque ninguna de esas cosas excluye a las otras. Lo que muestra es una torpeza para ver con claridad la complejidad en la que nos movemos hoy en día.

¿Cómo calificaría la «democracia española»?

Muy mejorable. En justicia, en corrupción, en las actuaciones de la Policía, en el papel de la monarquía, en economía. España necesita urgentemente una reforma económica que le salve del ladrillo y del turismo sino quiere correr riesgos gravísimos a corto plazo. Pero en lo que respecta a su calidad democrática no se puede comparar a Hungría, Polonia o Turquía.

En el Estado español también hay partidos políticos que defienden con ardor mensajes totalitarios y excluyentes.

Desde luego. El gran problema de este país es la oposición del PP. Su actuación es latinoamericana en el sentido más negativo del término, es decir, el de las derechas golpistas. Si lo compara con Portugal, donde un partido muy neoliberal decidió no confrontar con el gobierno durante la pandemia, el comportamiento del PP está siendo impresentable.

¿Y Vox?

De Vox no se puede esperar nada. Ha difundido bulos y lleva intentado crispar todo lo que puede la situación con teorías negacionistas, insultos, apelaciones obscenas, etc. Pero el problema es el PP, que sigue ostentando el liderazgo en el arco político de la derecha española. Si quiere convertirse en un partido ultra como Vox lo está logrando pero, ¿cuál es el precio? Umm, peligro.

En alguno de sus artículos suele referirse a que la historia es cíclica. ¿Volverá a experimentar Europa los rigores de gobiernos fascistas?

Parafraseando a Gramsci tengo el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón pero aún es pronto para saberlo porque estamos en el ojo del huracán. Dependerá de las consecuencias socioeconómicas que deje la pandemia. ¿Cuántas empresas y pequeños comercios cerrarán definitivamente? ¿Cuánto desempleo producirá? ¿Cómo se van a gestionar los fondos europeos? El momento duro llegará en 2021 y será entonces cuando los discursos demagógicos y radicales de la extrema derecha puedan alcanzar el clímax. Especialmente si el desempleo llega al 21%, tal y como algunos predicen. Yo soy algo más optimista, sobre todo porque la Unión Europea parece dispuesta a demostrarnos que existe para algo. Las ayudas anunciadas a las economías de los países más golpeados por la pandemia como Grecia, Italia, España y Portugal, son muy importantes. Pero tampoco quiero descartar sombras de pesimismo, que las hay y son grandes.

¿Cuáles?

Por ejemplo, tras la crisis de 2008 y la quiebra de Lehman Brothers se dijo claramente que el capitalismo, tal y como había estado funcionando, había acabado. ¿Y qué ocurrió después? Que se aplicaron políticas de austeridad tremendas. Parece que ahora será diferente pero habrá que verlo cuando volvamos a la normalidad y algunos tengan tentaciones de regresar a las políticas de austeridad que ya hemos vivido. No creo que la pandemia haya servido para consensuar una idea contra la austeridad y que exija al poder solvencia en los servicios públicos. Mire el resultado electoral que le ha reportado a Trump su catastrófica gestión de la pandemia: 6 millones de votos más que en 2016. Lo mismo puede decirse de Hungría donde Orbán ha clausurado el Parlamento sine die y no ha pasado nada. Así que atención porque todavía no hemos visto lo peor de esta crisis.

¿Quién es Steven Forti?

Qué pregunta más difícil. Soy un historiador con mucho interés por la política y que aún tiene esperanza de que encontremos la manera de superar la difícil situación actual, recuperando valores como la solidaridad y apoyándonos en recursos como la cultura y la educación.