Miguel Ángel Adame Cerón
CONTRACULTURA Y ROCK

Antropología contracultura y rock

Desde los enfoques de la antropología sociocultural, la contracultura del rock se ha abordado básicamente desde tres perspectivas: como una modalidad subcultural de la cultura popular, específicamente «juvenil»; como una contracultura en lo general (digamos que contestataria) y específicamente de la «communitas»; y como una manifestación y estimulación del ejercicio y la búsqueda del éxtasis colectivo o la festividad. Las tres perspectivas aportan aspectos que son parte integrante del fenómeno sociocultural.

Se plantea que los orígenes del rock se gestan como una subcultura alterna propia, insertada en una cultura popular que tiene dos vetas: la minoría negra en Estados Unidos y la cultura popular vernácula ubicada en zonas semiurbanas. Se trata de una cultura de y para el pueblo, contextualizada en estos grupos y en un periodo de auge económico y político que repercutirá inmediatamente, sobre todo en los sectores juveniles y estudiantiles de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra y otros países europeos. Primero como rhythm and blues y rock and roll y posteriormente como rock. Será en estos sectores, dado que son las nuevas generaciones post-segunda Guerra Mundial y la música y la actitud de estos ritmos y sus ejecutantes les sirve como un canal de expresión de sus inquietudes «anticonformistas» o «rebeldes», donde será útil para conformar una identidad subalterna, rebelde y de búsqueda de libertades de la juventud de este periodo, y se prolongará durante todos los sesenta y los setenta.

Durante el proceso, esta cultura popular juvenil va siendo cada vez «cooptada» y «desviada» hacia la cultura de masas dominada por las llamadas industrias culturales, concretamente la industria musical (específicamente la discográfica) y la industria del espectáculo, de los medios, de la droga y de la mercadotecnia; claro está que los llamados aparatos de Estado participan en esta reacción contra la cultura del rock. Igualmente, en términos culturales participa la subcultura avant garde (como vanguardia de la exploración artística) y se fusiona con la música de rock, lo que potencia (principalmente en los años sesenta y principios de los setenta) sus creatividades musicales y sus estilos de vida política y sociocultural. Es sabido que dentro de la cultura juvenil de esta época se desarrollan múltiples subculturas, grupos y movimientos (hippies, movimientos contestatarios, feministas, ecologistas, pacifistas, etcétera).

El rock es contracultura. Concebir a la subcultura del rock como un movimiento contracultural ha sido el abordaje que ha tenido más adhesiones, no solo desde el punto de vista de la antropología, sino en el conjunto de escritos sobre esta temática. La concepción más frecuentemente utilizada es la de contracultura (counter culture), pero también se han utilizado otras similares y conexas (como cultura subterránea o underground, cultura subalterna, cultura alternativa, cultura contestataria, cultura opositora o marginal, cultura en opción, cultura a la contra, cultura contrahegemónica, cultura antisistema o nueva cultura, entre otras).

Específicamente, en la corriente de la antropología procesual del ritual, el antropólogo británico Victor Turner ha usado su concepto de communitas para referirse a su carácter antiestructural. En efecto, Turner concibe a la communitas como una relación entre individuos históricos y concretos con una idiosincrasia determinada, que no están segmentados en roles y status, y que mantienen relaciones cara a cara, espontáneas, inmediatas y libres; por lo tanto, no mantienen inicialmente una estructura o normas. Aunque Turner aclara que existen varios tipos de communitas (existencial o espontánea, normativa e ideológica), e incluso que a lo largo del tiempo las communitas acaban por convertirse en relaciones regidas por la norma y con ejercicios de control social, nos interesa rescatar el primer tipo: existencial o espontánea, en la que predomina «el instante fugaz en su decurso», el happening, «el perdón mutuo de toda culpa», es decir, las relaciones espontáneas, inmediatas y no institucionalizadas. Turner ubicó en este tipo de communitas a la literatura, la música –entre otras expresiones artísticas–, así como a las formas de conductas colectivas de las generaciones adolescentes y juvenil-adulta de la beat generación, del movimiento hippie y de otras agrupaciones con estas características de los años sesenta.

El rock es festivo. Esta tercera vertiente concibe el movimiento juvenil y la cultura del rock como expresión y estimulación del ejercicio y la búsqueda del éxtasis colectivo o la festividad. Plantea y pone énfasis, en primer lugar, en los aspectos rebeldes de los jóvenes rocanroleros y luego rockeros de los sesenta y principios de los setenta; seguidamente y en conexión con ello, incide en los aspectos ritualísticos, festivos y de placer comunal de la cultura juvenil del periodo. Al respecto está el trabajo de la investigadora Barbara Ehrenreich (“Una historia de la alegría”, Paidós, 2008), que se basa en varios antropólogos para plantear su perspectiva acerca de la importancia de los éxtasis colectivos en la historia de la convivencia humana, desde los tiempos arcaicos hasta la modernidad capitalista.

Precisamente, la «rebelión del rock» es uno de los casos que ilustran el cultivo, la expansión y la vivencia de la subversión en búsqueda de la realización y expansión de las experiencias colectivas exaltantes y festivas. Así, en los años sesenta el rock era mucho más que un género musical: estaba convirtiéndose en el punto de encuentro de una cultura alternativa profundamente alejada de las estructuras dominantes; el rock salió de los teatros y atrajo a sus seguidores a lugares más comunicativos y sociables, por ejemplo «las salas de baile psicodélicas» y los espacios exteriores donde se celebraron los festivales de rock; los jóvenes empezaron a reunir a los antiguos componentes del carnaval y los activistas contra la guerra pudieron tomarse un respiro de sus labores de persuasión y organización porque «la paz ya estaba en el ambiente». Pero, al mismo tiempo, la autora plantea algo importante: la reacción del orden establecido fue de suma hostilidad contra el crecimiento o proceso de desarrollo sociocultural y político de dicha cultura.

Un fenómeno social total. Las tres perspectivas en torno a la subcultura del rock aportan aspectos que son parte integrante del fenómeno sociocultural, dado que este es –como dijera el socioantropólogo Marcel Mauss– un «fenómeno social total»; esto es, es un complejo multidimensional, compuesto de cultura popular, proyecciones juveniles, rebeldía, oposición, alternatividad, dionisismo, arte y fiesta. En efecto, la cultura del rock de los sesenta y principios de los setenta puede considerarse una contracultura, pero no solo por lo que tiene de contestatario, sino en lo que tiene de propositivo y creativo: creó, nutrió y retroalimentó aspectos lúdicos, subversivos, artísticos y convivenciales que pretendieron y conformaron estilos de vida alternativos. Desgraciadamente, para esa y las siguientes generaciones de jóvenes, la mayoría sucumbieron, declinaron o fueron subordinadas al sistema capitalista (drogas, comercialización de indumentaria y símbolos, estereotipación de ideologías, control de los discursos, monopolización de la música y otras artes y su incorporación a la moda, a la cultura de masas y a los medios electrónicos, «espectacularización» de los festivales, institucionalización de varias de sus luchas...). Así fue que la reacción se incubó en la segunda mitad de los setenta y se impuso en los ochenta y hasta la actualidad, traducida no solo en hostilidad, violencia y depresión, sino en banalización, subsunción y cinismo con la postmodernidad, el new age, la globalización, el neoliberalismo... en suma, con el capitalismo salvaje y desbocado.

Esto no quiere decir que se haya derrotado a la contracultura sesentera de manera completa, con el advenimiento hegemónico del «fin de la historia», del «fin de las ideologías« y de los «juegos del lenguaje». Dicha contracultura no se extinguió, pero sí sufrió cambios desmembradores de su efervescencia, de su espíritu rebelde, contestatario y crítico. A partir de los ochenta vino la dispersión, la desviación, la confusión en términos de los objetivos libertarios que estuvieron presentes en los jóvenes contraculturales de los sesenta (sobre todo los de izquierda). Aparecieron y surgieron «tribus», «colectivos» y «estilos» cuasi, semi y pseudo contraculturales, ubicados más bien en la mera resistencia e incluso en la desesperación, la marginación y la atomización. Ejemplos hay muchos. A nivel internacional, el punk, el dark, el grunge, los emos, etcétera. Muchos de ellos conservaron algunos elementos contestatarios, pero son definitivamente «oscuros» y carecen de utopías revolucionarias radicales.

Reivindicar y recuperar la contracultura sesentera del rock es importante, por lo que tiene de experimentación, rebelión, politicidad, creatividad, ecología, utopía, éxtasis y fiesta; especialmente la festividad, en lo que tiene de gozoso, convivencial y revolucionario. Con estos elementos se estaba –y se está (por parte de los grupos, organizaciones y movimientos que los siguen practicando)– prefigurando una sociedad y una socialidad verdaderamente alternativa al capitalismo (hoy en día, paradójicamente monstruoso, decadente y en crisis, pero aún fuertemente dominante y hegemónico). De esa contraculturalidad alternativa han seguido alimentándose los jóvenes antisistema, anticapitalistas y socialistas y es, en efecto, donde se puede y debe alimentar reactualizando y proyectando la historia y la utopía sociocultural revolucionaria.