Antonio Alvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

Regreso al bipartidismo

Sr. Sánchez, lleva usted el camino del Sr. Tsipras. Los mercados han iniciado la fase final de su operación para invalidar su proyecto político de gobierno «reformista y de progreso». De momento Bruselas reclama con urgencia que España haga nuevos recortes, valorados en diez mil millones de euros, para hacer frente a su déficit presupuestario. Advierte además de la intangibilidad de la reforma laboral hecha por el Sr. Rajoy, lo que llevará a un nuevo debilitamiento de salarios y a una eliminación o neutralización creciente de los instrumentos colectivos del mundo laboral para defenderse de su creciente empobrecimiento.

Al fondo de este horizonte tempestuoso veo los fantasmas de Felipe González y de José María Aznar, representantes en España de las grandes corporaciones internacionales y de los poderosos beneficiarios de la deuda, que han logrado incluso succionar el dinero de un setenta y cinco por ciento de los españoles que han apostado crédulamente por invertir sus limitados medios en la Bolsa. A mí la impostura de la Bolsa como un medio fácil de obtener riqueza por parte de los burgueses emergentes me recuerda la técnica de los cacahuetes para cazar simios pequeños. Se trata de colgar en un árbol una bolsa con los tentadores granos de la papilionácea. Al interior de la bolsa se accede por un agujero tan pequeño que el mono ha de apiñar sus dedos para entrar en ella; una vez dentro el mono llena ansiosamente su mano de cacahuetes, con lo que ya no puede sacarla. El ansia de lograr el fruto hace el resto y así el mico queda preso de si mismo.

Supongo que es esa técnica a la que se refiere don Francisco González cuando advierte desde el BBVA que si el nuevo gobierno consigue que nosotros, los micos, creamos en el «crecimiento» ya iniciado acabaremos por meter de nuevo una «provechosa» mano en el Sistema y nos quedaremos presos otra vez en la creciente explotación patronal, que no sólo perdura sino que crece día a día con el ánimo que envía Bruselas para que el gobierno español y los analfabetos ciudadanos que suelen seguir a Madrid mantengan su adhesión a la peste neocapitalista. Y Grecia al fondo como un faro que ilumina inútilmente la situación espuria en que vivimos. La Grecia que claudicó con Tsipras debiera abrir los ojos del «uomo qualunque» español para decidir una postura radical que conlleve no unas raquíticas reformas sino la sustitución del dramático modelo social en cuyo interior se desangran las tres cuartas parte de la humanidad.

Todo este tejemaneje reaccionario para acabar al fin en donde estábamos, aunque liberados de la figura lamentable del Sr. Rajoy, que caerá sacrificada por el mismo Partido Popular, necesita para su eliminación un franco tirador revolucionario que pueda sacar a los españoles de la aldea en que viven mientras se calientan ante el televisor repleto de tacones de aguja.

Necesitan los españoles la sustancia republicana que se aloja en el corazón alborotado de Podemos, en la honesta claridad de los seguidores del Sr. Garzón y de los partidos que quieren rescatar su tierra para la libertad verdadera en cuyo marco se pueda construir otra convivencia. La obscena derecha sabe que el camino nuevo abierto en las recientes elecciones orientaba hacia ese horizonte y por eso ha buscado como respuesta su francotirador «democrático» en el televisivo chico de Ciudadanos, que hace de falso griego en la Termópilas.

Lo que quizá sorprenda a los ingenuos es el hecho de que el Partido Socialista sabe que su nuevo socio, el Sr Rivera, es el disolvente perfecto para acabar con el escuálido socialismo que queda en Ferraz, escenario antropológico que conserva ejemplares que me recuerdan al negro disecado que ocupó vitrina en el museo de Olot durante dos o tres siglos ¿Por qué, pues, esa ansia socialista por mantener al PP sucedáneo en su proyecto de gobierno?

Es preferible una calle viva a un Parlamento muerto; una ideología creadora a una aritmética seca. Mas cabe una explicación a este enrevesado invento: que Ciudadanos sirva de puente para restaurar el bipartidismo anterior que permitió la continuidad de una España inmóvil en su vieja estructura de opresión.

El Sr. Rivera es un caso complicado de explicar a primera vista. Lleva en la cabeza un fascismo de salón que expone con una apreciable educación verbal la forma más urgente para malograr la renovación terminante de la vida española. Puede ser la semilla de un Calvo Sotelo, un Antonio Goicoechea o un Gil Robles; un conservador de las esencias de los mercados como depositarios de la única modernidad posible. Habla así de Europa como el gran objetivo que ha de atenderse desde este aduar arrasado por el paro, inmovilizado por una deuda que según algunos expertos no será normalizable hasta los años cuarenta y que está en manos de una miserable minoría dedicada a la exportación delictiva de capitales españoles. El Sr. Rivera ha sido encargado de liquidar un socialismo que sólo pervive como espectáculo ferial en una Andalucía a la que sus dirigentes no han avanzado un solo paso para liberarla de su secular y enervante castellanismo. Dirigentes de chiste fácil y admiración comprada.

Pero de ello hablaremos otro día con la exigible fundamentación. Adelantemos que la historia de Andalucía no puede prescindir de setecientos años en que pobló medio mundo con su ciencia, con su arte, su respeto a las tres religiones, su municipalismo político, su ética y su estética. Andalucía no puede saltar de los godos a los españoles como pretendía Sánchez Albornoz cuando afirmaba que la españolidad era previa incluso a la romanización y que a España había que contemplarla siempre desde Castilla. Lo grave de estas posturas es que han hecho desaparecer lo que constituía el verdadero y rico pueblo andaluz, edificado a lo largo de siete siglos para hacer al fin de tan hermosa tierra objeto de una permanente ocupación.

Don Antonio Maura inventó, con su flexible sensibilidad mallorquina, que las revoluciones había que hacerlas desde arriba. Soñaba con un capitalismo poblado de dirigentes sensatos que consultaran todos los días las encíclicas papales, cuando era, aquel, momento de papas que veían en el fascismo el mapa de una nueva Jerusalén plagada de comedores asistenciales, hospicios catequísticos y mercados laborales basados en el elegante convencimiento de que el trabajador había de ser alimentado de forma suficiente para renovar su fuerza de trabajo.

Pues bien, con todos esos principios, pero traducidos a un inglés colonial, está diseñado el llamado Partido de los Ciudadanos, al que, de alguna forma, quiere introducir en el gobierno el Sr. Sánchez, que esperará puerilmente en la Moncloa a que lo desaloje un nuevo Gil Robles con su himno de alcanzar la gloria «porque está con nosotros la historia/ con nosotros está el porvenir». Y ya tenemos de nuevo al mico tratando de apoderarse de los cacahuetes que tostó con tanto mimo el Sr. Guindos.

Queda la esperanza de que se mantenga el tsunami de Podemos, que debe contener mucho futuro cuando el singular ministro de Asuntos Exteriores del Sr. Rajoy ha osado --de oso, supongo--acusar al Sr. Iglesias de abrir la puerta nada menos que al yidahismo con dinero negro de procedencia iraní ¡Hala, hala…!