Doro Zobaran
Zain Dezagun Urdaibai
KOLABORAZIOA

Ruedas de molino en Mundaka

Cuando todavía entre la callejuelas del bello puerto antaño pesquero resuenan los ecos de la controversia sobre la idoneidad del Mundaka Festival, ya está convocada la segunda edición. Sin que los humildes moradores de la Reserva sigamos sabiendo casi nada del anterior y nada de esta edición, salvo las valoraciones mediáticas interesadas, los comadreos de taberna y la confirmación de la presencia de un nuevo grupo para la nostalgia –The Waterboys, ahí es nada– o el precio de las entradas.

Nada nos dicen sobre el impacto tanto social como medioambiental del festival. Y si nada de nada sabemos sobre su viabilidad económica, menos aún podemos vislumbrar el porqué del evento ni del hipotético beneficio social o privado de este modelo de festival, con esa su mezcolanza extraña e inconexa de objetivos y su estética retro anglosajona. Donde se mezclan gastronomía, música, surf, paisajismo y, dicen, ecología, es decir, en un mundo ideal de escaparate, con toques de Basque Country, rock y pop, culinary no se sabe qué, nautical nostalgic showcases y conceptos por el estilo. Conceptos que parecen dispuestos para ser introducidos en una hormigonera, que los compactará todos y así nos comeremos lo que ya no parecerá lo que el tal Mundaka Festival parece a día de hoy: una enorme piedra de molino, otro más en Mundaka.

Se ha hablado mucho de la falta de transparencia y de trato de favor hacia la entidad organizadora. Sin embargo, el debate potencial se ha cortado argumentando que al ser una entidad privada la organizadora, ese no es un asunto público, sino exclusivo de la tal entidad organizadora. Sí, en una sociedad de consumo y que además idolatra el estado, como la nuestra, eso es así, pero siempre que no se utilicen ni espacios públicos, ni infraestructuras públicas ni fondos públicos. Si la entidad organizadora ha utilizado algo de esto, esta obligada a dar cuentas públicas, igual que nos lo exigen a los demás. Por lo tanto, ha de entregar cuentas y pedir permisos, ateniéndose a los modos y plazos correspondientes, como todos, y justificar el total del presupuesto presentado. Así lo dice la ley. Por ello tenemos derecho a saber todo sobre el Mundaka Festival. Hasta lo gastado en chinchetas.

Y a todo esto queremos añadir que ha quedado pendiente el respeto a la comunidad que soporta el evento, la cual debería en primer lugar estar correctamente informada y debería, igualmente, tener derecho a aceptar o no la alteración de la normalidad que supone. Si bien sabemos que en esta cultura de adoración al estado todo ello se delega en entes tales como el ayuntamiento, en casos como este al menos debería recuperarse aquel espíritu comunal (auzolan) en el que la comunidad, y no solo sus delegados, se reúne para ser, primero, informada, luego debatir y, al final, decidir, gesto que en la edición anterior no se dio. Y nuestra sospecha, más que fundada, es que esa segunda edición, ya aunciada desde que finalizó la primera, se nos viene encima por el mismo camino que se nos vino la anterior. El camino por el que acarrean las ruedas de molino con las que quieren que comulguemos en Mundaka.