David GOTXIKOA
FESTIVAL DE JAZZ DE GASTEIZ

DE HOMENAJES Y ANÉCDOTAS

EL CENTENARIO DE ELLA FITZGERALD TRAJO DE VUELTA A LA RISUEñA PATTI AUSTIN, QUE SE DESTAPÓ COMO UNA GRAN COMUNICADORA SIN AIRES DE DIVA. EL TRÍO DE EASTWOOD, LAGRèNE Y PONTY PRENDIÓ LA MECHA DE UNA VELADA QUE NO TERMINÓ DE EXPLOTAR.

Lo habíamos advertido y así se cumplió: Patti Austin no decepcionó en el regreso a Gasteiz. Su recreación de los clásicos de Fitzgerald –un repertorio que conoce bien, básicamente el mismo que reunió hace quince años en el disco “For Ella”– gustó y divirtió al público de Mendizorrotza. Su puesta en escena resultó de lo más didáctica: una auténtica lección de historia para no iniciados que, eso sí, en ocasiones llegó a parecer un extenso anecdotario más propio de los monólogos de humor. Pero para eso también hace falta tener gracia, y Patti Austin la tiene. Y admitámoslo, la parte de los chismes es lo que más nos gusta de las hagiografías, porque convierte a sus protagonistas en seres humanos tan vulgares como nosotros, gente con sus taras y decepciones. Alguien en quien reconocerse y a quien amar.

No nos desviemos de la música: como decíamos, la neoyorquina conoce exhaustivamente estas canciones y debería dominarlas, meterse en ellas con autoridad y darles su toque personal. Y sí pero no. Se ve realmente cómoda cantando “Honeysuckle Rose”, “Our love is here to stay”, “Satin Doll” y “How high the moon”, y les imprime su chispa característica, con seguridad y afinación pero sin meterse en líos. El trío que la acompaña no comete errores: tres músicos europeos reunidos para la ocasión, que se limitan a desplegar un fondo instrumental apropiado, tampoco pidamos peras al olmo. Puede opinarse acerca de la idoneidad de Patti Austin para representar a La Gran Dama del Jazz, pero no poner en duda su cariño hacia Ella, su empeño en difundir su legado ni el buen rato que hizo pasar al público de Mendizorrotza. Sigue habiendo fantásticas vocalistas en esta música, pero hace tiempo que el género de las divas se extinguió sin remedio. Dee Dee Bridgewater no lo es, ni la gran Cassandra Wilson. Dianne Reeves, Melodie Gardot, Diana Krall –no, por dios–, Lizz Wright... nombren a cualquiera de memoria. Lo más remotamente similar que podemos encontrar hoy día es la carismática Cecile McLorin, si termina desarrollando todas esas fantásticas cualidades que comienza a mostrar.

Por otro lado, los homenajes siempre son un buen reclamo, y permiten invocar el nombre de la leyenda para arañar algo de su prestigio como marca. A modo de spoiler sobre próximos centenarios, en el 2019 le llegaría el turno a Art Blakey, y posteriormente no faltarán ocasiones de repetir el invento a propósito de Charlie Parker, Mingus, Sarah Vaughan o Miles Davis. Pero tal vez convendría mirar hacia adelante evitando en lo posible la tentación de la nostalgia; es el único modo en que el jazz pudo seguir madurando, celebrando a sus pioneros sin cesar de buscar nuevos caminos.

El buen sabor de boca que antes habían dejado Biréli Lagrène, Jean Luc Ponty y Kyle Eastwood también era predecible, aunque a su concierto le faltó algo más de química personal. Comenzó sin pretensiones pero de manera excelente, con nada menos que “Blue Train” (John Coltrane) caminando con energía y swing, casi funkeando; el trío sonaba fresco y compenetrado, Kyle Eastwood ha crecido mucho como músico desde su temprana visita el Teatro Principal y apenas desentonaba entre sus experimentados compañeros. Pero sigue sin ser un contrabajista de primer nivel y, cuando atacan la parte del repertorio que lleva su firma (“Samba de Paris”, “Andalucía”), queda claro que al trío aún le falta rodaje: miradas dubitativas, y momentos de desconcierto, que Jean Luc Ponty supo reconducir con su habitual maestría, para reflotar un recital atractivo pero bastante apegado a los siempre socorridos standards.