Beñat Zaldua

Dos dilemas inmediatos y una decisión de fondo

Cada uno tiene su dilema: Puigdemont sobre su regreso y Torrent sobre la investidura. Decisiones capitales que marcan el devenir inmediato de Catalunya y sobre los que ayer, víspera de la investidura, no había noticia. Todo podría postergarse si se suspende temporalmente el pleno, pero los dilemas seguirán.

Decenas de policías españoles peinan las alcantarillas buscando algo que no encuentran, su helicóptero sobrevuela amenazante Barcelona, Puigdemont juguetea con los nervios de Zoido a través de las redes sociales, Piqué exaspera a la hinchada española y las bases soberanistas se reactivan recortando caretas del candidato a la investidura para acudir a las puertas del Parlament. Barcelona huele estos días a setiembre, ese fascinante mes en el que todo pareció posible.

Y es que la de hoy, con todas las salvedades, vuelve a ser una jornada en la que prácticamente todo parece posible. ¿O alguien se atreve a hacer pronósticos con Puigdemont de por medio? Con trazo grueso, las posibilidades son dos, y cada una abre opciones diversas.

La primera opción pasa por el regreso de Puigdemont. Es difícil pensar que vaya a ocurrir, pero cosas más inverosímiles hemos visto en este proceso. Y si la policía no fue capaz de encontrar ni una de las 6.000 urnas, tampoco parece tan descabellado pensar que Puigdemont podría reaparecer, si no en el Parlament, al menos sí en Barcelona.

Esta opción abre dos ventanas. Primera: pese a no contar con el permiso del juez requerido por el TC en su decisión más estrambótica –lo cual tiene mérito–, el Parlament sigue adelante y Puigdemont consigue salir del Parlament (y ser detenido) ya como president. Es casi imposible, pero sería una victoria contundente.

La segunda ventana pasa por ser detenido antes de llegar al Parlament y, una vez en la cárcel, intentar ser investido por delegación, aprovechando una vía que el propio Llarena ha abierto en los casos de los tres diputados presos. Arriesgado, cuando menos.

La segunda gran opción pasa por quedarse en Bruselas, algo que deja la pelota sobre el tejado de Roger Torrent, que a estas alturas quizá esté arrepintiéndose ya de haber asumido la presidencia del Parlament. Ayer Puigdemont le pidió que salvaguarde sus derechos para hacer posible su investidura. El TC le ha dicho lo contrario: si la facilita le espera lo que a Forcadell. Es decir, la investidura lo pone en manos de los tribunales, pero con el acatamiento admite que un juez vale más que dos millones de votos. Complicado.

Si acata, es de nuevo Puigdemont quien decide: apretar hasta el final y provocar elecciones (siempre que el Estado no quiera alargar sine die el 155, factor a tener en cuenta) o nombrar a alguien para ejercer la presidencia desde Catalunya y quedarse con una arriesgada representación simbólica en Bruselas.

Siempre cabe la opción, y así circulaba ayer en algunos corrillos del Parlament, de suspender el pleno de investidura, al menos hasta que el TC decida sobre el recurso del Gobierno. Los dilemas, por lo tanto, podrían posponerse, pero no desaparecerán. La decisión de fondo, que no atañe solo a Puigdemont y a Torrent, sino a todo el independentismo, permanece imperturbable: si se confirman incompatibles, ¿la prioridad es restituir a Puigdemont en nombre de la democracia, o formar gobierno para recuperar las instituciones y acabar con el 155?