gara, donostia
EDITORIALA

Interlocución honesta, respeto y discrepancias

La reunión entre EH Bildu y Confebask, sin ser tan novedosa y extraordinaria como algunos pudieran pensar, tiene un fuerte valor simbólico. Entre otras virtudes, tiene la de romper una inercia ilógica de incomunicación y la de anular un esquema de trincheras y parroquianismo que no solo supone una dejación de responsabilidades, sino que además distorsiona la realidad del país. Ambas partes parecen buscar una interlocución más fluida, una comunicación que permita el contraste directo de posiciones, proyectos y agendas, siempre con el país en mente, aunque difieran en esa visión básica sobre Euskal Herria y sus retos. La discrepancia es evidente y se agradece que no se oculte. La cordialidad y la educación no son enemigas de la honestidad. Ni del respeto, ni el mutuo ni el que hay que tenerle a una sociedad madura como es la vasca.

También está claro que tanto la patronal como la izquierda soberanista tienen reproches mutuos que no pueden olvidar del todo en su nueva relación. Las que estos empresarios achacan a la izquierda abertzale son conocidas, especialmente las relativas al denominado «impuesto revolucionario». A EH Bildu tampoco se le olvidará fácilmente la manera parcial y deshonesta con la que se trató a las instituciones del cambio en Gipuzkoa, por ejemplo. Esos agravios no deben olvidarse, quizás, pero no deberían regir esta nueva fase.

Como tampoco hay que olvidar que la patronal vasca tiene un déficit de representatividad, especialmente en algunos territorios. Responde más al paradigma del gran empresariado que al tejido socioeconómico real de nuestra sociedad, formado en muchos ámbitos por pequeñas empresas, talleres y comercios, cooperativas y autónomos. Sus posiciones políticas suelen ser antisindicales y muy a la derecha del carril central de la sociedad vasca. La creciente precariedad y la desigualdad son, además de injustos, malos negocios. La realidad socioeconómica vasca no es apocalíptica, pero tiene serios riesgos si perduran el clientelismo, la autocomplacencia y el rentismo.