Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Gracanica
DÉCIMO ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA DE KOSOVO (I)

SERBIOS EN KOSOVO: ENTRE LA INSEGURIDAD Y EL PRAGMATISMO

Antes boicoteaban al Estado kosovar. Ahora son más bien pragmáticos. La realidad, esa que dice que Kosovo no volverá a ser una región de Serbia, ha forzado a los serbios de Kosovo a integrarse en un sistema que no reconocen. Pero esta integración, condicionada por la injerencia de Serbia y la inseguridad, se esfuma sobre todo en el norte de Kosovo..

Sé que nunca recuperaremos Kosovo, que es parte de nuestra patria robada». Sinisa, un serbio de 42 años de Gracanica, encuentra palabras para describir su resignación. Pero cuando habla de su vida diaria, que equipara a la pura supervivencia, es locuaz: “Aquí no hay trabajo ni dinero, me siento inseguro y me veo como un ciudadano de segunda clase. Quiero que mis hijas se vayan a estudiar a Serbia y no regresen. No quiero este futuro para ellas”. Sus palabras bien podrían haber salido por boca de un albanés hace 30 años, pero hoy las dice un serbio. Ahora, una vez aceptado que el estatus soberano no cambiará después del giro experimentado tras la guerra de Kosovo, quedan solo dos opciones: huir, o quedarse como minoría en una tierra que no olvida las historias de represores y reprimidos.

El conflicto entre las comunidades serbia y albanesa es histórico, aunque se agudizó en el siglo XIX, cuando el Imperio otomano comenzó a perder sus territorios en los Balcanes. Un siglo más tarde, en el ocaso de la antigua Yugoslavia, se sembró la semilla del irreparable rencor. Luego llegó la guerra. Y tras ella, por temor a las represalias, comenzó un éxodo de serbios que hizo menguar su comunidad en más de un 60%. Quienes tenían dinero, huyeron a Serbia; quienes era ciudadanos «corrientes» como Sinisa, o emigraron al norte de Kosovo, región controlada de facto por Belgrado, o tuvieron que aceptar ser una minoría rodeada de albaneses, quienes reivindican que históricamente siempre han sumado más del 80% de la población. Es un dato estimado, porque el censo en Kosovo siempre ha sido una cuestión partidista, al igual que el discurso académico que trata de legitimar la histórica relación de ambas comunidades con esta tierra: los albaneses se consideran descendientes de los ilirios, que ocuparon esta región mucho antes de la llegada de Jesucristo, mientras que los serbios aseguran que es el corazón de su patria, donde nació la épica de la dinastía Lazarevic.

En el presente, junto a la autonomía de la Asociación de Municipalidades Serbias (AMS) y el conflicto en el norte de Kosovo, la seguridad es una causa vital para los serbios. En Prizren, el responsable de una iglesia ortodoxa recuerda la guerra. Es partidista en su relato, como lo era también la Iglesia en los años de plomo, y dice sentirse inseguro. Sinisa padece la misma incómoda sensación: “Sólo me siento seguro en Gracanica. Me da miedo moverme con mi coche por otras zonas”. Estas palabras son un jarro de agua fría para la comunidad internacional, que en sus 20 años de intervención se ha centrado en evitar conatos de violencia étnica, aceptando como mal menor una segregación extrema en las diez municipalidades de mayoría serbia. Pero también lo son para Sasa Sekulic, director de la administración de Gracanica, que trabaja para que los serbios no abandonen Kosovo: “La parte más dura es la lucha diaria por mejorar nuestras condiciones de vida para que los jóvenes tengan trabajo y se queden. También es esencial incrementar el nivel de seguridad”.

Sobre Gracanica, donde el 85% son serbios, Sekulic cree que la inseguridad ha mutado: «No hemos notado problemas étnicos en los últimos años, aunque sí han aumentado los robos y ataques contra la propiedad. Pero en los Balcanes siempre hay que temer que la violencia vuelva, como sucedió en 2004». En marzo de ese año se produjo la última explosión de violencia: en dos días, una turba albanesa dejó 19 serbios muertos y 4.000 edificios dañados, entre ellos 39 iglesias ortodoxas, mientras las fuerzas de pacificación KFOR observaban impotentes. Desde entonces se han vivido altercados de baja intensidad, siendo la segregada ciudad de Mitrovicë la zona más afectada.

En esa región, en enero asesinaron a Oliver Ivanovic, representante de un partido moderado que apostaba por la integración de los serbios de Kosovo. Más allá de este turbio atentado, existen otros ejemplos nítidos que alimentan la inseguridad. En 2016, prendieron fuego a la iglesia del Cristo Salvador de Pristina. En 2017, albaneses bloquearon las carreteras para evitar que serbios de Kosovo acudieran a un encuentro de la campaña electoral serbia en el norte de Kosovo; y Daut Haradinaj, hermano del actual primer ministro, entonces detenido en el Estado francés pendiente de una posible extradición a Serbia por crímenes de guerra, amenazó a los serbios con “una limpieza étnica” si no liberaban a su hermano. Además, en un caso que se repite cada año en diferentes localidades, centenares de albanokosovares impidieron la peregrinación de 150 serbios a una iglesia ortodoxa de Mushtisht.

Adem Beha, politólogo de la Universidad de Pristina, alerta del uso político de la inseguridad: “No estamos en 1999 ni existe tal inseguridad. El miedo es la mejor herramienta política para controlar a la gente. Y no justifico la violencia, pero los albaneses sienten que uno de esos serbios que llegan en los autobuses podría ser quien torturó a sus familiares”. En Gracanica, en donde los locales temen que un conflicto en el norte de Kosovo desencadene represalias contra los serbios que viven rodeados de albaneses, las palabras de Beha no sirven de consuelo.

Integración

Oficialmente, la Constitución kosovar protege a las seis comunidades del país, representadas en cada una de las estrellas de la bandera. Entre los muchos beneficios se incluyen 20 asientos garantizados en el Parlamento, de los que diez pertenecen a los serbios. Sin embargo, la injerencia de Serbia condiciona la integración, sobre todo en el norte de Kosovo. Allí, las estructuras paralelas en educación, seguridad y justicia impulsadas por Belgrado impiden la unión real de ambas identidades. Sus habitantes, varias decenas de miles de serbios, siguen el sistema educativo serbio y usan como moneda el dinar. Además carecen de los documentos del Estado kosovar, aunque dicen no necesitarlos porque no reconocen su independencia y raramente bajan al sur, donde es recurrente que las señales de tráfico en lengua serbia aparezcan tachadas.

«Los serbios del norte de Kosovo son la mayor disputa. Han sido orquestados para tener un rol negativo. En cambio, las estructuras paralelas del sur se han debilitado y tienden a incluirse en las instituciones kosovares», explica Beha. Un ejemplo de esa integración asimétrica es la participación en las pasadas elecciones presidenciales de Serbia: en el norte fue del 73%, mientras en el resto de Kosovo se quedó en el 39%.

En Gracanica, cuyo envoltorio es similar al de Mitrovice, los locales apoyan a Serbia, pero no pueden resistir como lo hacen en el norte de Kosovo. Es imposible: viven rodeados de albaneses. «Sin los carnés de identidad y conducir y sin la matrícula kosovar no podríamos sobrevivir», resume Sekulic, cuyas respuestas, en muchos casos, se convierten en preguntas. »¿Y si aceptas tener esos tres documentos eso significa que automáticamente aceptas la realidad de Kosovo como Estado independiente?».

Aunque sigan sin reconocer la autoridad de Pristina, los serbios de Kosovo han comenzado a ser pragmáticos. Es el primer paso para una integración que nunca desearon. Un ejemplo está en el censo. En 2011 lo boicotearon. Como resultado, en Gracanica hay 7.209 serbios. Pero la cifra real supera los 21.000. Sekulic, conocedor de que el dato real duplicaría su presupuesto, reclama un nuevo censo. ¿Fue un error ese boicot? «Em quellos tiempos estaba cerca la amenaza de la independencia, y usted sabe que muchos serbios no aceptan la autoridad de Pristina. La situación política de ese tiempo era así, y ahora tenemos esta otra situación», matiza.

Juego político

En los años posteriores a la guerra, el serbio Sladjan Ilic, entonces alcalde de Strpce, fue amenazado por la línea dura panserbia por pedir a su comunidad que participara en las elecciones kosovares. Hoy, la Lista Srpska, un partido dirigido desde Belgrado que aglutina casi todo el voto serbio en Kosovo, no sólo participa en los comicios, sino que apoya al Ejecutivo de Ramush Haradinaj, que tendría problemas si los serbios le retiraran su apoyo. Por lo tanto, la Lista Srpska es un bomba de relojería para la estabilidad kosovar, sobre todo porque su actitud dependerá de la evolución de la AMS, una autonomía asimétrica recogida en la Constitución que, en el marco de las intermitentes conversaciones con Serbia en la UE iniciadas en 2011, fue ratificada por Kosovo. Pese a ello, como tres de los cuatro acuerdos alcanzados en 2015, no se ha implementado: los albanokosovares se oponen a lo que consideran otra República Srpska; los serbios dicen que Pristina incumple sus promesas.

Vidas paralelas

Pese a estos leves síntomas de integración, en Kosovo aún se viven vidas paralelas. Sinisa asegura no tener contacto con los albaneses. Stefan, estudiante de Medicina en la Universidad del Norte de Mitrovicë, va más allá: «No queremos la integración». En cambio, Sekulic, que es feliz cuando los jóvenes de Gracanica regresan desde Serbia, «porque no hay mejor lugar que tu casa y más cuando se puede encontrar trabajo», piensa desarrollar su región bajo un estatus soberano que no acepta. Pese a ello, no pierde la esperanza de ver restituida la autoridad de Belgrado. Su pragmatismo no implica necesariamente que el nacionalismo serbio haya sucumbido ante la realidad. Es más bien una cuestión de resistencia: «No se puede medir el nacionalismo serbio por tener un carné kosovar. Los serbios de Kosovo sobrevivieron bajo el dominio otomano. ¿Fueron ellos nacionalistas? ¿El nacionalismo serbio lo representaron quienes se quedaron bajo la opresión, esperando un futuro mejor, o quienes huyeron?».. Interesante dilema.