EDITORIALA
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Querían ser ejemplarizantes y Altsasu ha resultado ejemplar

La distancia que hay a día de hoy entre Altsasu y Madrid no es de 400 kilómetros, es sideral. Del mismo modo que el tiempo que transcurrirá entre ayer en Iruñea, que acogió una inmensa manifestación en demanda de justicia para los jóvenes de Altsasu, y mañana en San Fernando de Henares, sede de la infame Audiencia Nacional que los juzgará, no es de dos días, equivale a décadas de retroceso. Es el abismo que existe entre justicia y autoritarismo, entre solidaridad y sadismo, entre ternura y crueldad.

Mientras en Iruñea una multitud plural reivindicaba valores como la justicia, los derechos o la libertad, los ministerios, los cuarteles y los juzgados españoles se siguen rigiendo por la crueldad, el deseo de venganza y la voluntad de humillar a quienes no son como ellos, a quienes piensan y sienten diferente. Con Altsasu se ha buscado sostener una estrategia de guerra extemporánea, frenar los avances en derechos humanos y convivencia y dar un castigo ejemplarizante que infunda miedo en la juventud y en los pueblos de Euskal Herria.

Los poderes del Estado español se resisten al cambio social y político que está en marcha en Euskal Herria. Consideran que lo mejor para todos es lo peor para ellos. Por eso rechazan los hechos, niegan la realidad. Por eso no dudan en tomar rehenes. Son despiadados con las personas, las familias y los pueblos vascos.

No es nada nuevo, es una tradición política fundamentada en décadas de represión y negación por parte de España. Pero el contexto histórico es radicalmente nuevo y sostener lo contrario es necio. Lo sucedido en Altsasu no es «terrorismo» en ningún sentido, todo el mundo lo sabe, desde el último guardia civil desplegado en Euskal Herria hasta los jueces que dictarán sentencia.

Eso no evita el dolor que son capaces de generar. Lo han demostrado en este largo año. Los tres jóvenes encarcelados son testigos de ese carácter despiadado.

El valor del coraje y la fuerza de la verdad

La manifestación de ayer demuestra una fuerza comunitaria y una red de solidaridad impresionantes. Es el resultado de un trabajo tenaz y comprometido que tiene en las madres y los padres de los jóvenes encausados a sus máximos protagonistas. En este tiempo en sus caras se ha visto la impotencia, la rabia, el cansancio, la esperanza, la perseverancia y el cariño en grados que solo el amor a los suyos y el deseo de justicia pueden motivar. Han sido ejemplares, dignas, y eso les ayudará en Madrid por duro que sea, por injusto que sea.

El camino hasta llegar al juicio ha sido tortuoso. La unanimidad social que existe ahora se ha ido construyendo a partir de ver hasta dónde era capaz de llegar el Estado. Pero si se acude a la hemeroteca o se miran los archivos audiovisuales de aquel octubre de 2016 y los días posteriores, algunas reacciones y algunas posturas sorprenderán. Esto demuestra qué fácil es asumir la versión oficial, qué sencillo reproducir esquemas conocidos, qué tentadora es la irresponsabilidad. Esto no es, en ningún caso, un reproche. Todo el mundo cae alguna vez en esa trampa. Pero sí quiere ser una llamada de atención para otros casos, que desgraciadamente puede haber vista la deriva autoritaria del Estado español, un aviso para no cometer los mismos errores. Los esquemas del pasado difícilmente funcionarán en este nuevo escenario, pero lo pueden desvirtuar.

La campaña por la justicia que ha surgido en Altsasu es una combinación de militancia tradicional y nuevos discursos y formas de transmitir un mensaje, algo política y éticamente muy potente, una señal más del cambio de ciclo histórico que vive Euskal Herria.

El factor generacional en el cambio de ciclo

Los jóvenes que van a ser juzgados mañana en Madrid son parte de una generación nueva pero que, como las anteriores, aspira a emanciparse personal y colectivamente. Como todas, deberán aprender de sus errores y buscar nuevas fórmulas para lograr esos objetivos.

Una parte importante de la juventud vasca ha tenido un papel muy relevante en las luchas históricas del país durante estas décadas. Por eso mismo su vivencia del conflicto político ha sido realmente dura, trágica en muchos momentos. El legado de esas luchas contiene valores y referencias que deben transmitirse, pero esas luchas, esos mismos objetivos, se van a dar en un marco nuevo. El cambio de ciclo debe servir para ofrecer otro horizonte vital a esta generación, una oportunidad para hacer su vida y desarrollar sus proyectos en democracia y en libertad. Por eso también es importante que los jóvenes de Altsasu no sufran un castigo injusto que ya ha marcado a varias generaciones de vascos y vascas.