Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «The Wall»

La presa y el cazador

La primera comparación que asalta al espectador en cuanto visiona el nuevo trabajo de Doug Liman es la patriotera soflama que Clint Eastwood plasmó en “El francotirador”. No obstante, ambas producciones están separadas por un auténtico abismo ideológico y un estilo formal del que Liman sale mejor parado que el veterano Eastwood. Espartana en su concepción escénica, “The Wall” transcurre en un mínimo paisaje iraquí delimitado por la frágil línea de un muro en mitad de la nada. Una trinchera a la que se aferra el combatiente estadounidense que protagoniza un inquietante cara a cara con un enemigo invisible cuya voz se antoja como un arma infalible, ya que su discurso es tendente a manipular a su contrariado oponente y, de paso, al espectador. Los mimbres con los que cuenta Liman son tan interesantes como peligrosos, ya que para sacar adelante este juego del gato y el ratón se requiere una baraja de cartas marcadas que deben ser sutilmente utilizadas para que el conjunto no se derrumbe. Es este apartado tan importante donde el relato se resquebraja debido a que, exprimido al máximo el duelo prometedor que se intuye al comienzo, todo se resume en un divertimento cuyo tempo goza de un buen acabado gracias a la pericia que demuestra el autor de “El caso Bourne”. La omnipresencia de Aaron Taylor-Johnson durante todo el metraje también figura entre lo más reseñable gracias a que el actor logra transmitir la angustia del que primero se siente presa y, posteriormente, cazador. Podría decirse que “The Wall” es una variante bélica de la película “Última llamada” de Joel Schumacher, en la que Colin Farrell se veía obligatoriamente encerrado en una cabina telefónica. Otro filme de incentivas intenciones, sobre todo en lo relativo a sacar todo el provecho posible a un escenario muy limitado y al esfuerzo que supone para un intérprete asumir todo el peso de la narración, es “Buried” de Rodrigo Cortés.