Alberto PRADILLA
Caracas
ELECCIONES EN VENEZUELA

MADURO CONTRA TRES RIVALES, LA ABSTENCIÓN Y LA CRISIS

Nicolás Maduro aspira a la reelección en un contexto de fuerte crisis económica. La hiperinflación lo engulle todo. Los tres aspirantes opositores se enfrentan entre ellos y pugnan contra el llamado a la abstención del principal bloque antichavista.

Venezuela va a elecciones en un contexto extraño. Se observa en la calle, donde no se percibe el tradicional ambiente efervescente de estas citas en un país profundamente polarizado. Se observa en los medios, especialmente internacionales, sin la atención desorbitada que se le prestó en otras ocasiones. Es como si estuviésemos ante unos comicios de baja intensidad en comparación con aquellas citas a vida o muerte de 2012 o 2013. Si uno camina por Caracas se da cuenta rápidamente de que las conversaciones no se centran tanto en la pugna entre Nicolás Maduro y sus tres contrincantes (Henri Falcón, Javier Bertucci y Reinaldo Quijada) como en las dificultades económicas. El tema fundamental es cómo hacer frente al día a día. Sin embargo, el domingo están llamados a votar 20 millones de personas y la disyuntiva vuelve a ser la misma: votar por Maduro, actual presidente, y mantener el proceso iniciado en 1999 por Hugo Chávez, o un viraje que ni siquiera aprueba el sector duro de la oposición. Su apuesta: abstenerse, deslegitimar los comicios, no reconocer a quien gane (dando por hecho que será Maduro) y confiar en la presión internacional. Es decir, en incrementarla aún más.

La excepción a esta aparente apatía electoral se vio el jueves en la avenida Bolívar, en Caracas. Como es tradición, el chavismo cierra con un acto masivo de cierre de campaña. En él, Maduro se dio un baño de masas, una demostración de fuerza en un momento en el que la grave situación económica provoca desgaste hasta en sus bases más leales. O, especialmente, en ellas, porque la crisis golpea más a los sectores populares. «Estamos en una guerra. La guerra es económica. El gobierno lo ha entendido y por eso lanza programas de emergencia como los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción, cajas con productos básicos que el Ejecutivo distribuye a precios muy bajos para paliar la escasez)», afirma Salvador Rodríguez, integrante del PSUV en San Antonio Los Altos, en el Estado Miranda. Se ha ubicado en las primeras filas del mitin chavista que contará con la habitual presencia de Diego Armando Maradona, el mítico futbolista argentino.

Rodríguez no niega que el crédito de Maduro ha menguado. «Estamos ante una campaña internacional en nuestra contra y lo peor es que parte de la población termina creyéndolo», dice.

Ante las penurias económicas, el chavismo se divide en tres bloques: quienes culpan de todo a la «guerra económica», los que consideran que hay responsabilidades a repartir, también en el propio gobierno al que defienden, y los que se retiran con el lema de que «Maduro no es Chávez». Estos últimos serán los que opten por abstenerse el domingo, no por seguir las consignas de la oposición, sino por desazón hacia la coyuntura. Maduro, en realidad, pelea más contra sí mismo que contra la oposición. Lo explica Luis Manuel Fajardo, de 21 años. Cree que Falcón no tiene opciones porque siempre será visto entre los opositores como izquierdista, por su pasado al lado de Chávez (llegó a la Gobernación del Estado Lara en 2008 en las listas del PSUV, aunque luego pasó a la oposición) y por hacer propuestas como la dolarización de la economía. Sobre Bertucci, recuerda que apareció en los «Panama Papers». Así que el gran reto para Maduro es mantener su caudal de votos. Lo tiene complicado. En 2013, un mes después de la muerte de Chávez, obtuvo siete millones y medio de votos. La Asamblea Nacional Constituyente, escogida en agosto de 2017 y para la que solo votó el chavismo, pasó de los ocho millones. Sin embargo, ahora el contexto es diferente. Hace un año, el Gobierno marcaba dos retos: poner fin a la violencia política y levantar la economía. Si bien el primero se ha cumplido, el segundo sigue pendiente. De hecho, la situación ha empeorado. Maduro ha llegado a pedir los diez millones de votos, pero este es un mito que ni siquiera Chávez logró. Su batalla es contra la abstención dentro de sus propias filas. Una de sus grandes bazas: la certeza de que un cambio en el modelo implicaría la desaparición de los programas sociales implementados desde hace dos décadas.

Oposición dividida

En el campo opositor las cosas no vienen tranquilas. Se da la paradoja de que en uno de los peores momentos del chavismo, al menos en términos económicos, sus detractores no han encontrado un camino común. Aunque los enfrentamientos internos en este bloque siempre han sido una constante.

La mayoría de lo que se conoció como la Mesa de Unidad Democrática (MUD), se agrupa ahora en torno al Frente Amplio Venezuela Libre, una plataforma a la que se han sumado grupos de la sociedad civil y la iglesia católica. Ahí están Voluntad Popular, Primero Justicia o Acción Democrática. Es decir, Leopoldo López, actualmente en arresto domiciliario, Henrique Capriles y los líderes opositores tradicionales. Llaman a no participar en los comicios e incrementar la presión internacional. Lo explica Winston Flores, elegido en 2015 diputado en la Asamblea Nacional, que tuvo mayoría opositora y que tras la elección de la constituyente y disputas con el poder judicial ha quedado como un órgano antichavista sin poder legislativo real. «Son unas elecciones fraudulentas, no se pueden legitimar. A partir del lunes no vamos a reconocer al presidente», afirmaba el miércoles, al comienzo de una marcha que concluyó en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA).

Según Winston Flores, las elecciones son un punto de partida para una nueva estrategia de protestas. Dice que no serán grandes marchas como en 2017 (un ciclo de movilización que se saldó con más de un centenar de muertos) sino concentraciones focales y centradas en problemas como la escasez y las fallas en servicios básicos. En la marcha en la que él participa, algunos jóvenes se encapuchan, como rememorando los tiempos de las guarimbas. Sin embargo, la policía les sigue desde la lejanía y la protesta se desarrolla en el este, feudo opositor, lo que evita que se produzcan enfrentamientos. El paisaje en este bastión antichavista ha cambiado mucho en unos meses. Antes se veían las barricadas y las calles cortadas. Ahora, normalidad. Solo las pintadas, que siempre estuvieron allí, recuerdan que el apoyo al gobierno es nulo en esta parte de la ciudad.

El recurso a la presión internacional parece la única baza a la que se aferra este sector. Por el momento han logrado que EEUU y sus aliados no den validez a los comicios. Sin embargo, ellos piden más. Gladys Cedeño, de 49 años, cree que es necesaria la «intervención, para sacar a ese sucio», en referencia a Maduro, y dice sentirse abandonada por la comunidad internacional.

En opinión de Cedeño, que dice ser familiar de Gilber Caro, diputado opositor actualmente en prisión, los comicios son un fraude y los aspirantes no chavistas que concurren han cometido un error. Aunque, en realidad, para la oposición dura, tanto Falcón como Bertucci son aliados del chavismo encubiertos, lo que reduce exponencialmente sus posibilidades de triunfo.

En el caso de Falcón, se aferran a su pasado en el PSUV, aunque en 2013 ejerció como jefe de campaña de Henrique Capriles, a quien ha ofrecido la cartera de Interior en caso de imponerse el domingo. Su propuesta de dolarización de la economía puede restarle adhesiones. Recurrir a EEUU es visto como una amenaza incluso entre descontentos con la situación económica.

Bertucci, por su parte, es un personaje extraño. Fue vinculado a casos de corrupción hace una década y representa un fenómeno interesante: la penetración del evangelismo en la política venezolana. Esta rama del cristianismo, que está logrando acercar los discursos conservadores y neoliberales a amplias capas populares en Centroamérica (Jimmy Morales, presidente de Guatemala, y José Orlando Hernández, jefe de Gobierno en Honduras, son dos ejemplos), constituye una novedad a la que habrá que prestar atención. Su campaña, basada en repartos de sopa y fe en Jesucristo, visibiliza la escasez y se apoya en sus fieles para sostenerla.

Las colas se han convertido en parte del paisaje urbano en Caracas. Las hay en los bancos, donde estos días los jubilados reciben su pensión en dinero efectivo, un elemento que prácticamente ha desaparecido de las calles en Venezuela. También, en abastos en los que se venden productos subsidiados, o en las propias sedes en los que se reparte el CLAP. Nadie, tampoco en las filas del chavismo, niega que la situación sea grave. Maduro aspira a revalidar su triunfo. A partir de ahí, el reto económico es inmenso.