Jaime IGLESIAS
MADRID
Interview
ANA BLANDIANA
ESCRITORA

«La fantasía es siempre una forma de activar la memoria»

Nacida en Timisoara en 1942 bajo el nombre de Otilia Valeria Coman, su seudónimo literario proviene de la pequeña aldea de donde era originaria su madre. Bajo este alias comenzó su carrera literaria a medidados de los años 60. Su activismo político, sus choques con la censura y su trayectoria como poetisa, ensayista y cuentista la han convertido en una de las figuras más reconocidas de las letras rumanas.

A lo largo de la última década, cuando se insistía en la necesidad de que las letras rumanas fueran reconocidas con el premio Nobel de Literatura, el nombre de Ana Blandiana siempre aparecía en un lugar destacado en todas las quinielas. Autora de una obra poética de gran impacto y reconocimiento popular, fueron sin embargo sus libros de cuentos “Las cuatro estaciones” y “Proyectos del pasado” (recientemente reeditados en castellano por Periférica) los que consiguieron darle proyección internacional. En estos relatos (por los que Ana Blandiana ha sido comparada, a menudo, con autores como Kafka, Borges o Cortázar), la autora apela a escenarios de reminiscencias fantásticas para reflexionar sobre el legado político y la memoria histórica de su país. Risueña y afable, tras haber sido una de las más firmes opositoras al régimen de Ceaușescu (lo que le valió ser censurada en diversas ocasiones), Blandiana no oculta su escepticismo y desencanto ante la sociedad actual.

Antes de convertirse en escritora su nombre fue señalado como «hija de un enemigo del pueblo» y, con posterioridad, tras habérsele impedido cursar estudios universitarios, la publicación de sus primeros poemas estuvo vetada. Supongo que fueron circunstancias que condicionaron la forja de su personalidad literaria ¿no?

Es difícil de determinar en qué medida influyó todo aquello sobre mi obra pero es casi seguro que, de no haber vivido aquellas experiencias, yo sería otra persona. A mí me censuraron tres veces, las dos últimas siendo ya una escritora consagrada. Pero el primer veto que sufrí, que fue el más largo, se extendió desde T tenía 17 hasta los 21 años. Por aquel entonces ni siquiera tenía claro mi futuro, andaba buscando mi lugar en el mundo y no tenía vocación de escritora, pero me afectó mucho que me prohibieran ir a la universidad. Yo, que siempre he sido una persona de naturaleza optimista, me veía incapaz de ver el vaso medio lleno. Así que supongo que, de un modo u otro, aquello me marcó.

¿Diría que esa experiencia le llevó a escribir a la contra, a conferir a su literatura una voluntad de denuncia?

Puede ser, pero la repercusión que he obtenido como escritora no la he alcanzado por el contenido de mis poesías o de mis cuentos, ha sido el aspecto formal lo que ha conferido a mi literatura reconocimiento popular, lo cual no deja de ser curioso porque la poesía no es un género que normalmente acapare la atención del público y, sin embargo, en mi caso he conseguido llegar a lectores de todo tipo. Por paradójico que resulte creo que ese éxito se lo debo a los vetos que he sufrido y que, con el paso de los años, me dieron una popularidad en mi país digna de una estrella del pop.

Uno de sus primeros ensayos llevaba por título «La declaración del testigo«. ¿Usted como escritora eligió ser testigo de su tiempo?

Yo creo que todo escritor es testigo de su tiempo pero personalmente nunca creo haber escrito poesía política, otra cosa es cómo han sido recibidos mis poemas o mis relatos por parte de los lectores. Por ejemplo cuando en 1984 escribí el poema “Yo creo”, donde decía «creo que somos un pueblo vegetal», lo hice a partir de una meditación filosófica, pero muchos lectores lo asumieron como una suerte de manifiesto político. Quizá porque a raíz de aquellos versos mis libros fueron prohibidos por segunda vez.

A la hora de construir una reflexión crítica ¿es más eficaz apostar por la sutileza expresiva que por la frontalidad discursiva?

En la portada del primer libro de relatos que publiqué, incorporé una frase que define bastante bien mi producción literaria. Decía: ‘lo fantástico no se opone a lo real sino que es su representación más llena de significado. Imaginar es recordar’. La mayoría de mis cuentos parten de una anécdota autobiográfica, que por sí misma no tiene ningún valor narrativo pero que contextualizan el relato. Por ejemplo, cuando evoco a mi padre quemando los libros de su biblioteca estoy hablando de la represión política que es una característica real. Pero introducir un elemento de fantasía confiere una función subversiva al relato y hace que se eleve más allá de lo coyuntural. Por otra parte, de no haber recurrido a la sutileza que atesora el género fantástico, muchos de mis relatos no habrían podido publicarse.

¿Debo entender que usted comenzó a cultivar el género fantástico desde una óptica posibilista?

Al principio sí, pero enseguida me di cuenta de que la fantasía forma parte de mi idiosincrasia como escritora. Recurrir al género fantástico me permite encontrar el punto óptimo para entender el mundo real y contemplarlo desde una perspectiva más amplia.

Es curioso que en sus relatos la memoria se confunda, a menudo, con la fantasía. Como si el pasado fuera un territorio soñado más que vivido.

Yo creo que la fantasía es siempre una forma de activar la memoria. Científicamente, los seres humanos no somos capaces de inventar nada, como mucho tenemos la habilidad de crear cosas nuevas combinando fragmentos de realidades preexistentes y en eso consiste la fantasía. Pensemos, por ejemplo, en figuras como la esfinge o las sirenas, que han sido ideadas tomando como referencia características  de seres dispares. Y con los sueños ocurre lo mismo, remiten a experiencias conocidas pero con eso y con todo yo creo que en los sueños tendemos a concretar la esencia de las cosas de un modo más preciso que en la realidad.

Quizá porque la memoria a menudo tiende a traicionarnos ¿no?

A grandes rasgos así es, pero en el fondo somos nosotros mismos los que tendemos a distorsionar nuestros recuerdos porque cada quien es capaz de contemplar la realidad de manera distinta y nadie puede arrogarse la capacidad para determinar lo que es real y lo que no lo es. Dicho lo cual, considero que no podemos menospreciar algo tan importante como la memoria. Un hombre sin memoria es un ente monstruoso.

¿Y un pueblo sin memoria?

Un pueblo sin memoria está perdido y justamente esa es la amenaza que se cierne sobre nosotros ahora mismo. El discurso de la globalización se basa en borrar la historia, en desactivar la memoria de los pueblos hasta homologarnos a todos en una suerte de masa amorfa, carente de singularidad, de gusto, de pasado.

De hecho, uno de los mantras que más se repiten a la hora de despojar a los pueblos de su memoria histórica es que volver la vista atrás únicamente trae consigo confrontación.

En países como Rumanía, con una historia política tan turbulenta, es importante trabajar a favor de la reconciliación nacional. Ahora bien, para lograr dicha reconciliación es importante volver la vista atrás e intentar comprender nuestro pasado precisamente para asumir lo que no queremos que vuelva a suceder. No basta con anestesiar a la población o mantenerla idiotizada para que olvide o ignore lo ocurrido.

¿Cree que la producción de contenidos culturales en nuestros días está más orientada a idiotizar al ciudadano que a la formación de una conciencia crítica?

Absolutamente, basta con ver la programación de los distintos canales televisivos para constatar el gran esfuerzo que se hace para mantener a la población intelectualmente adormecida. En la historia del cine puede haber cien o doscientas obras maestras pero ninguno de estos films encuentra acomodo en la parrilla televisiva donde abundan, sin embargo, las películas estúpidas. La industria del entretenimiento en las sociedades capitalistas cumple el mismo objetivo que tenían el terror y la represión en los regímenes socialistas: lavar el cerebro a la población. En las dictaduras este tipo de procesos de adoctrinamiento aún encuentran focos de resistencia entre la ciudadanía, pero en una sociedad capitalista hay menos posibilidad de que esto suceda porque esos procesos de lavado de cerebro cuentan con la complicidad de los vagos, de aquellos que creen que es más fácil y cómodo que otros decidan por ti. Aunque a decir verdad, esa connivencia entre el mal y la estupidez también acontecía durante la época comunista. Para alguien, como yo, que ha vivido bajo los dos sistemas no deja de ser asombroso comprobar las similitudes que existen entre ambos, similitudes que justamente tienen su esencia en la necesidad de implementar una línea de pensamiento basada en los preceptos de lo políticamente correcto.

¿Qué función le concede entonces a la literatura  en una sociedad como esta?

La literatura sigue siendo un instrumento valioso para defender nuestra condición espiritual. Es importante que opongamos resistencia a nuestra conversión definitiva en meros objetos diseñados solo para producir y consumir.

¿Es optimista hacia el papel que puede jugar la literatura en este sentido?

En todo caso es una de las últimas armas de resistencia que nos quedan. Durante los años que siguieron a la caída del comunismo, cuando me preguntaban sobre cómo veía el futuro, yo decía que era pesimista a corto plazo pero optimista a largo plazo. Actualmente, sin embargo,  viendo el devenir de los acontecimientos en la escena política internacional y como se han transformado nuestras sociedades, mucho me temo que no puedo ni siquiera conservar ese optimismo a largo plazo.