Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Mary y la flor de la bruja»

La sombra prolongada de Miyazaki

Después de abandonar los estudios Ghibli, un grupo de animadores optó por reunir sus esfuerzos en un proyecto común, Studio Ponoc.

Dos años después finalizaron esta su primera tarjeta de presentación en el formato largo de animación cuya dirección ha recaído en Hiromasa Yonebayashi –autor de obras como “Arrietty” y “El recuerdo de Marnie”–.

Partiendo de una trama basada en el original literario de Mary Stewart –readecuado para la ocasión por el guionista de “El cuento de la princesa Kaguya”, Riko Sakaguchi–, lo que se revela en esta producción de exquisitas formas técnicas es la declarada intención de Yonebayashi de convertirse en fiel herededo del maestro Miyazaki. Buen ejemplo de ello es la explosiva obertura de una película que en cada una de sus intenciones topamos con la prolongada sombra de piezas magistrales como “Nicky, la aprendiz de bruja”. Si bien este título podría ser el referente más claro, en buena parte de la historia se asoman esos elementos tan característicos del cine de Miyazaki y que se traducen en ese saludable acercamiento al universo infantil desde una perspectiva fantástica no exenta de miedos y viajes iniciáticos como los que descubrimos en “El viaje de Chihiro”.

Otro elemento a tener en cuenta es la sensibilidad de los trazos y un diseño de personajes que surgen del fértil imaginario de la literatura infantil británica. En este sentido, Yonebayashi se descubre como un autor que conecta con este tipo de obras pero manteniendo siempre la esencia del cine oriental.

“Mary y la flor de la bruja” se presenta como una interesante declaración de principios que juega con mucha honestidad todas y cada una de sus bazas lo cual se traduce en un poético relato de iniciación en el que el cineasta, a ratos desde una óptica de marcado tono melancólico, nunca oculta su admiración por su mentor Miyazaki.