Raúl Zibechi
Periodista
GAURKOA

El Brasil de Bolsonaro en la tormenta geopolítica

Si algo faltaba para completar el viraje conservador en la región, era el triunfo de la derecha más ultra que existe en América Latina, encarnada por Jair Bolsonaro. Su triunfo está llamado a tener un impacto importante en la política doméstica, que ya se venía perfilando desde el segundo gobierno de Dilma Rousseff, en 2014. Sin embargo, puede modificar el escenario sudamericano e incluso a escala global.

En la arena internacional, el gobierno que asumirá el 1 de enero tiende a privilegiar las relaciones con Estados Unidos, echar a un lado la integración regional para favorecer las relaciones bilaterales, en el mismo sentido que hace Donald Trump, tomar distancia de China y de los Brics y afilar las uñas contra Venezuela. En sus primeras declaraciones el presidente electo dijo que sus referencias internacionales serán Italia, Israel y Washington. Sin embargo, todos estos objetivos tienen sus contratendencias que ya se están manifestando.

Durante la campaña electoral Bolsonaro atacó con extrema dureza a China, a la que acusó de «depredador» que pretende apropiarse de las riquezas naturales brasileñas. También dedicó dardos potentes contra Venezuela, a la que atacó como se hacía con el comunismo, adjudicándole todos los males reales e imaginarios.

En el seno de su Gobierno hay dos fuerzas en pugna. Por un lado el equipo económico dirigido por Paulo Guedes, un «Chicago boy» ultraliberal dispuesto a privatizar las numerosas e importantes empresas estatales brasileñas, desde los grandes bancos como Caja Económica Federal y Banco do Brasil, hasta la mismísima Petrobras.

Por otro lado, trabaja el «grupo de Brasilia» (por el hotel donde se reunían en la capital), liderado por dos generales en la reserva, entre ellos el poderoso Augusto Heleno, que será el próximo ministro de Defensa. Este sector pretende la mitad de los cargos de confianza en áreas que considera estratégicas como seguridad, infraestructura, justicia y defensa (“O Estado de São Paulo”, 30/10/2018).

El punto de fricción son las privatizaciones. Los militares son muy celosos de la soberanía del país sobre su petróleo y no van a aceptar la entrega de las importantes reservas descubiertas en la plataforma marítima, ni siquiera ven con buenos ojos el proceso de venta de Embraer, la tercera aeronáutica del mundo, a la estadounidense Boeing. El general Heleno destacó días atrás que el acuerdo «debe ser ventajoso» para Embraer y que se debe evitar «que sea tragada por el mercado» (“Valor”, 29/10/2018).

Como se sabe, la geopolítica y las finanzas no suelen caminar de la mano. La primera implica una inflexión nacionalista, en tanto la segunda se apunta a una globalización que amenaza castigar a los países emergentes, si estos no se defienden con un cierto proteccionismo estatal.

China ya le «paró los pies» a las pretensiones de Bolsonaro (“Sputnik”, 30/10/2918). Brasil tiene una enorme dependencia de las exportaciones hacia el dragón asiático. Los dos principales rubros de exportación a China son mineral de hierro y soja. El primero representa el 61 por ciento de las exportaciones totales de hierro y la soja que se dirige a China representa el 80 por ciento del rubro, ya que la guerra comercial desvió buena parte de las importaciones asiáticas de Estados Unidos al mercado brasileño.

Como puede verse, el margen de maniobra ante la potencia asiática es muy pequeño. Sin embargo, para agraciarse con Trump, Bolsonaro puede tomar distancias de los Brics, la alianza entre las cinco potencias emergentes (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que no pasa por sus mejores momentos.

Estados Unidos tiene cuentas pendientes con Brasil y espera que Bolsonaro logre resarcirlo de anteriores fracasos. Una analista militar destaca que el sector aeroespacial estadounidense «aún no metabolizó la pérdida, a favor de Suecia, de la encomienda de 36 cazas para renovación de la flota de la fuerza aérea, en una transacción de 5.400 millones de dólares» (“O Estado de São Paulo”, 30/10/2018). Además, la selección de socios franceses y chinos para sus programas de satélites desagradó al Pentágono.

Pero el asunto más espinoso es la región sudamericana, donde la política exterior del PT había conseguido poner en pie la Unasur y fortalecer el Mercosur, dándole una proyección estratégica a la integración regional. En su primera rueda de prensa, Guedes dijo que el Mercosur «no es la prioridad», lo que provocó revuelo en el Gobierno de Mauricio Macri, ya que Argentina y Brasil tienen un fuerte comercio bilateral en base a la industria automovilística y de electrodomésticos. Para el sector industrial de ambos países este comercio es fundamental.

Al día siguiente, la Confederación Nacional de la Industria (CNI) brasileña emitió un comunicado muy duro, advirtiendo a Bolsonaro que no diera pasos en falso. «Si el Gobierno brasileño no la da prioridad al Mercosur, o aún peor, si reduce la Tarifa Externa Común de forma unilateral, el único ganador es China, que ya viene ocupando el mercado brasileño en toda América Latina. Las pequeñas y medianas empresas, que son las que más exportan para esos países, serán las más afectadas» (“O Estado de São Paulo”, 30/10/2018)

El comunicado le recuerda al nuevo presidente, al que apoyó con fervor durante la campaña, que la Constitución establece los principios de la actuación del país en las relaciones internacional, y que entre ellas figura en lugar destacado la integración económica de los países de América Latina.

En esa dirección, la CNI defiende fortalecer el Mercosur, porque «el bloque es un complemento del mercado doméstico brasileño y el destino de exportaciones en el cual la industria tiene mayor participación», porque es hacia esos países donde se dirigen las exportaciones con mayor valor agregado y donde trabajan diversas multinacionales brasileñas.

El último punto delicado son las relaciones con Venezuela. En las relaciones internacionales la ideología no tiene peso, así como las declaraciones durante las campañas electorales. Es cierto que Bolsonaro y quienes lo rodean rechazan el proceso bolivariano y les gustaría una caída del presidente Nicolás Maduro. Otra cosa es que puedan hacer algo al respecto.

El estado brasileño de Roraima, fronterizo con Venezuela, depende de la energía eléctrica que llega desde Caracas y las grandes constructoras brasileñas tienen contratos importantes en Venezuela, donde han levantado importantes obras de infraestructura.

No parece nada claro qué podría ganar el Gobierno de Brasil con una intervención militar en Venezuela. Por motivos internos e internacionales, el Gobierno de Bolsonaro será inestable, deberá cuidar sus pasos ya que el apoyo popular conseguido se puede evaporar en poco tiempo si no consigue dar un vuelco a la situación económica. Asume con un déficit fiscal del 8% del PIB, y debe afrontar una profunda reforma de las pensiones que provocará las primeras fisuras en la opinión pública.

En estas condiciones, con una economía débil y un frente interno fracturado por la honda división social, cultural y política, no parece adecuado avanzar sobre ninguno de los vecinos. Las fuerzas que lo llevaron al poder (el empresariado, la clase media, los evangélicos y los militares) le van a exigir que defienda intereses sectoriales antes que ideológicos.