Ramón SOLA
LA VIVENCIA HUMANA Y POLÍTICA DE «BATERAGUNE»

31 años de vida tras las rejas españolas y un nuevo país al salir

Desde Bruselas, Arnaldo Otegi fijó ayer en su cuenta de Twitter un mensaje –«Irabazi dugu ama»– y una foto: la de Loli Mondragon, antes de fallecer en 2014, ante un cartel reclamando la excarcelación de su hijo. Las cinco víctimas de este «caso Bateragune» han perdido años en lo humano, pero han ganado en lo político; ellos y también su país.

Se dice pronto pero han sido 31 años en total los que han pasado presos los «cinco de Bateragune». Según los casos, entre seis años y seis años y medio en los que, además, el panorama político en su país se transformaba por completo. En lo personal, ese periodo ha acarreado «un sufrimiento importante» para Sonia Jacinto, que se vio de golpe y porrazo encerrada en prisión con un hijo de dos años y no lo volvió a abrazar en la calle hasta que ya tenía ocho; entre tanto, fue un «niño de la mochila» más, abocado a viajar 600 kilómetros para ver a su ama «mes a mes». Lo recordaba ayer para GARA.

El impacto político de la decisión de Estrasburgo sepulta esta vertiente, pero la condena española tuvo un coste humano notable para los cinco. Otegi evocó a su madre en la comparecencia de anteayer en el Parlamento Europeo. Tras fallecer, escribió desde prisión un artículo que resumía el dolor de la pérdida, amplificado en esas circunstancias de reclusión y distancia. La había visto por última vez en el hospital, antes de volver a la celda: «Ha sido muy duro, triste, pero también inolvidable. Nos hemos besado y acariciado como jamás lo hicimos Solo podría definir la atmosfera como lo haría Kant; de una belleza sublime. E incluso he creído ver en la habitación las mariposas que acompañaban al personaje de otro grande como García Márquez allá por las tierras de Macondo». En esos años encarcelado injustamente, Otegi perdió también a su suegra.

Esta condena es la tercera anulada ya al actual coordinador de EH Bildu. Pero el caso de Arkaitz Rodríguez no le va a la zaga. Recordaba ayer que antes fue encarcelado otras dos veces, diez años en total, para acabar absuelto igualmente, «y las tres ordenadas por el mismo juez, Baltasar Garzón. Esto pone de manifiesto la facilidad con que aquí se mete a la gente a la cárcel», denuncia.

Otegi y Rodríguez compartieron miles y miles de horas de debate en el patio de Logroño, casi hasta mimetizarse en gestos y expresiones verbales. El hoy líder de Sortu aprendió mucho de esa convivencia, pero también padeció lo suyo: «Sufrí en carne propia la desasistencia sanitaria», rememora, por unos problemas degenerativos en los tendones que le provocaban fuertes dolores en los pies y que estuvieron sin diagnóstico mucho más tiempo del debido.

A Miren Zabaleta la condición de mujer le llevó a estar recluida sola durante tres años en Valladolid en «un espacio mínimo en el que se me impedía hasta ver la luna». Así que ayer se acordaba sobre todo de las dos presas políticas vascas que hoy están en aislamiento. Y también de las dos catalanas, especialmente de Carme Forcadell, ex presidenta del Parlament a la que conoce personalmente.

La autoayuda resulta imprescindible en esas situaciones. Si al salir en 2015 Zabaleta destacaba una frase de Sartre («Lo importante no es lo que nos hacen, sino lo que hacemos con lo que nos hacen»), ayer añadía que se aferró a un consejo de su aitona, pura filosofía baserritarra: «Hil arte bizi».

En Santoña, Rafa Díez se conjuró para «aprovechar el tiempo al máximo», estudiando inglés y leyendo a tope, sin perder de vista un minuto una situación política que devoraba «con ansiedad». Y destaca –es una constante en los cinco– que estar entre rejas le permitió empatizar aún más con los presos que sufren larguísimas condenas, «con unas vivencias carcelarias tremendamente duras. Cuando recuperas la libertad, se queda algo dentro», certifica.

Lo que el Estado no evitó

No fueron años cualquiera, por otra parte. Un detalle: a Miren Zabaleta se la llevaron de Iruñea en pleno «barcinato» y una madrugada de mayo de 2015 sintió la mayor alegría posible en prisión al constatar que en Nafarroa surgía otra mayoría y, más insospechado aún, en su ciudad la izquierda independentista tomaba la Alcaldía. Había dicho a muchas visitas que esperaba «ver el arrano beltza en el Ayuntamiento» y la tildaban de «soñadora», pero ocurrió.

Cuando los detuvieron, en octubre de 2009, solo se había puesto la semilla del cambio de estrategia, todo estaba por hacer en la izquierda abertzale y más aún fuera. Reconocen cierta frustración en esos años por no poder aportar, aumentada por la «falta de información» que provocaba la dispersión y que remarca Jacinto: «Los medios españoles boicoteaban cualquier información», Euskal Herria salía de la agenda.

Pero otras líneas dieron un paso al frente, nada se paró, «el Estado fracasó», constata Rodríguez. No estaba Arnaldo Otegi para estrechar la mano de Kofi Annan en Aiete, ni en el Euskalduna para enunciar los estatutos que supondrían la legalización de Sortu, pero sí Rufi Etxeberria, Anita Lopepe, Iñigo Iruin y muchos otros. Lo explicó Otegi en el juicio de julio de 2011, ahora tumbado por Europa: «Empezamos cuatro o cinco y ya somos 313.000», los votos recogidos por Bildu ese mayo.

A medida que la apuesta se fue consolidando, Arkaitz Rodríguez admite incluso que experimentó en prisión «un punto de envidia sana. Uno sentía no poder continuar empujando en esa dirección».

Rafa Díez fue el único que pisó la calle entre 2009 y 2015, entre abril de 2010 y el juicio, tras el que fue fulminantemente excarcelado. Ello le permitió tomar la temperatura del país en un momento en que la apuesta de la izquierda abertzale se había solidificado más con ‘‘Zutik Euskal Herria’’ pero todavía había un margen de incertidumbre muy importante. Poniendo luces largas, hoy resume que «el cambio ha tenido unos resultados importantes». Y si Zabaleta constata que el vuelco en Nafarroa nunca hubiera sido posible sin ese giro, Díez asegura que tampoco el proceso catalán hubiera experimentado tal aceleración. «La cohesión del Estado se desarrollaba desde una dinámica antiterrorista y la desaparición de la lucha armada le ha desnudado. Ha perdido jurídica y políticamente. Tenemos oportunidad de avanzar en sintonía y sincronía con Catalunya».

Aquella tarde de la redada de Igara, hace ya nueve años, quien la diseñó no debió prever todo esto. La cárcel puede interrumpir vidas humanas, pero no siempre logra conseguir objetivos políticos.