Jimmy Muelles
Músico
KOLABORAZIOA

Disparen al cantautor

Tocaba en un grupo punk pero un día desapareció y yo seguí con la española dando berridos. Así me hice cantautor. El «cantautor» es una figura reconocida por su compromiso político, por su alto grado de sensibilidad, por su hábil manejo de las letras. Cuando sube al escenario adquiere un aura de profundidad, como si formara parte de la élite de la palabra musicalizada. Al cantautor se le atribuye (y se autoatribuye) una seriedad y una distinción que no poseen el resto de bandas. Pero hay que decir que todo este imaginario que rodea la figura cantautoril, el arquetipo que se construye en torno a él, es hipocresía de la buena. ¿Pero de dónde viene ese ángel?

Tesis: Primero fueron los cantautores de la transición. Los de la chupa de pana. Muchos de esos progres que apuntalaron el régimen español, transformando el mensaje de una juventud combativa y rupturista en una queja descafeinada, o sea, en rebeldía estética (la bohemia) mezclada con romanticismo canalla. Todos estamos pensando en el del bombín, claro. Muchos grupos de rock han seguido su estela. Ellos entraron a formar parte de los cuadros culturales que llevaron a cabo un trabajo de reeducación política, que tenía por objetivo construir sobre el cadáver de su propia juventud, una nueva izquierda pacífica, parlamentaria y antiobrera. Al mismo tiempo, encauzaron la protesta hacia nuevas formas de corrección democrática, un servicio que fue debidamente retribuido por el gobierno felipista. Así, el cantautor protesta, pasó a ser un nuevo objeto de consumo para esa gente que una vez estuvo en la lucha social, y a la que solo le quedaba regodearse en la nostalgia de lo que pudo ser y no fue. «Lo que pudo ser» se convirtió (en parte, gracias al cantautor) en la fantasía propia de una juventud ingenua, y lo que se impuso fue en interés de la conciliación burguesa, española y periférica.

Antítesis: Aquel cantautor se hizo viejo, el Estado había barrido la huella y la posibilidad de otra forma social que no fuera la capitalista. Del desengaño de la juventud hacia las viejas organizaciones políticas de masas (no solo incapaces de hacer frente al sistema, sino absorbidas por este), y de la mano del punk, surge otro tipo de kantautores entre los que, humildemente, me incluyo. Frecuentamos centros sociales okupados y gaztetxes, estamos ligados a movimientos sociales, autogestionarios, etc., y con un mensaje radical llenamos kafetas y cenadores veganos. Lo cierto es que nuestro discurso es políticamente comprometido, siempre vinculado a alguna causa, y sin embargo, muy limitado en la práctica. Limitado por estar circunscrito a un ámbito muy reducido, ya que los medios de difusión de las ideas, a pesar de los esfuerzos de mucha gente tenaz y desinteresada, están en manos del Gran Capital. El cantautor muta en fenómeno de masas barbudas, en pastorcillo de un guetto crestado. De cantautor a kantautor. Los más conocidos solo lo son dentro de los círculos del activismo.

Síntesis: Ahora, debido al desplazamiento de la hegemonía cultural, se percibe un último movimiento cantautoril. Desde las postrimerías del franquismo al auge del partido morado, ha cambiado la sociedad, sus costumbres, los estilos de vida. Muchas causas se han institucionalizado previa desactivación de su potencial transformador. No importa que hablemos de ecologismo, de feminismo, de pacifismo o de multiculturalidad. Hay cantautores que pueden representar perfectamente el buen salvaje de Rousseau desde el corazón de la metrópoli, cantautoras que pueden reivindicar el feminismo mientras obvian las relaciones materiales que provocan la desigualdad de género, trovadores pacifistas que suenan en los cuarteles de la OTAN, y cantoras que reivindican la diversidad en anuncios de multinacionales textiles. En efecto, se puede ganar un buen dinerito siendo un cantautor rebelde y sensible, dedicando un estribillo a las múltiples causas. Ahora, la apariencia de radicalidad cotiza en bolsa.