M.I.
PÁJAROS DE VERANO

La cultura indígena frente al narcotráfico

Aveces pensamos que si una película de una cinematografía pequeña llega a un gran festival es por el prestigio internacional alcanzado por su director, pero en lo que a Ciro Guerra respecta cuenta eso, y también el que el comité seleccionador del festival de Cannes sabía que con “Pájaros de verano” (2018) tenía una gran película entre manos, tanto como para reservarla para la sesión inaugural de la exigente sección Quincena de Realizadores. Los tres premios Fénix alcanzados después, de un total de nueve nominaciones no hacen sino confirmar la creencia de que incluso había mejorado en comparación a sus anteriores y no menos estimables “La sombra del caminante” (2003), “Los viajes del viento” (2009) y “El abrazo de la serpiente” (2015). Algo habrá tenido que ver su nueva colaboración con la pedagoga Cristina Gallego en su exploración de la Colombia más ancestral.

“Pájaros de verano” (2018) es una película de gran impacto visual, que recuerda en su representación antropológica al cine de Pasolini, y en lo genérico-tribal a los westerns brasileños o de “cangaçeiros” que hacía el maestro Glauber Rocha. Claro que en su temática resulta más compleja, por cuanto incursiona de lleno en el conflicto entre la cultura indígena y el narcotráfico.

Se sitúa entre las décadas de los 60 y 70, cuando el comercio de la marihuana apareció como un recurso económico para los pueblos empobrecidos del desierto de la Guajira. Entonces se inició una guerra a varias bandas, que junto a la vigilancia policial y militar incluía las presiones de las mafias, así como de los propios clanes que lo veían como un peligro para su modo de vida tradicional.

La película indaga en la raigambre precolombina del pueblo Wayúu, y por eso la mayor parte del metraje está hablado en lengua wayunaiquí. Sus costumbres y creencias más primitivas sobreviviven a pesar de la penetración externa, algo que se manifiesta en la mezcla de realidad y onirismo dela narración.